viernes, 23 de septiembre de 2011

El Taumaturgo

Bienvenidos! Les dejo "El Taumaturgo"
La historia y el link de descarga despues del salto.
Disfruten!

El Taumaturgo

Cuando niños, nuestra percepción de las locaciones esta sugestionada por el asombro y el apremio. De pequeña, la casona de mi abuela materna se me invitaba como imponente mausoleo inexpugnable, de salones cavernosos, mobiliario anciano que rechinaba por las noches como si cobrase vida e intimidantes retratos familiares cuya mirada perseguía todos mis pasos. Aunque mi abuela era la mujer más amorosa y querible sobre la faz del planeta, criándome en lugar de mi fallecida madre, brindándome todo el cariño y contención que una infante pueda pedir; su casona, heredada de tiempos coloniales, era terreno fértil para mis pesadillas infantiles. Inclusive a horas del día, había habitaciones y recovecos a los que no me atrevía a entrar y otras a los cuales mi abuela me impedía el paso directamente. (...)

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El Taumaturgo

Cuando niños, nuestra percepción de las locaciones esta sugestionada por el asombro y el apremio. De pequeña, la casona de mi abuela materna se me invitaba como imponente mausoleo inexpugnable, de salones cavernosos, mobiliario anciano que rechinaba por las noches como si cobrase vida e intimidantes retratos familiares cuya mirada perseguía todos mis pasos. Aunque mi abuela era la mujer más amorosa y querible sobre la faz del planeta, criándome en lugar de mi fallecida madre, brindándome todo el cariño y contención que una infante pueda pedir; su casona, heredada de tiempos coloniales, era terreno fértil para mis pesadillas infantiles. Inclusive a horas del día, había habitaciones y recovecos a los que no me atrevía a entrar y otras a los cuales mi abuela me impedía el paso directamente. Permanecí al cuidado de mi abuela durante once años, educada por institutrices, sin más compañía que los criados de la estancia; hasta que mi padre me inscribió en un colegio de señoritas, de acuerdo con sus deseos. No fue sino hasta cumplir la mayoría de edad que regrese a la casa de mi infancia, descubriendo que la aterradora fortaleza no era más que una vieja y desvencijada mansión.
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Los salones antes palaciegos ahora cubrían el espacio de unos pocos pasos de adulta, el desgastado mobiliario había disminuido su tamaño y los retratos familiares carecían de vida, sus ojos vacíos de profundidad delataban el deterioro de la pintura
Pero mi mayor impresión fue el ingreso a la recamara de mi abuela, otrora patio de juegos de mi niñez, ahora no mayor que mi alcoba estudiantil; y casi imperceptible en el centro de la desgastada cama, el reducido y abatido por la enfermedad cuerpo de mi amada abuela. Su anciano cuerpo estaba perdiendo la batalla por la vida, sucumbiendo ante una enfermad terminal. Desoyendo los reproches de mi padre, quien jamás mantuvo buen dialogo con la familia de mi ausente madre, no bien escuche la noticia de su deterioro partí a su lado para acompañarla.
No hubo doctor alguno que pudiera aliviar su mal, su hora simplemente había llegado. Antes de exhalar su último aliento me pidió que sacase un alhajero de su cómoda. Al abrirlo, resaltó de entremedio de collares y joyas largo rato desusadas una llave de estilo antiguo. Comprendí al instante que no se correspondía a  puerta alguna de la casa. Entre expectoraciones y quejidos mi abuela me suplicó que cuidase la llave con mi vida y que bajo condición ninguna abriese la puerta ubicada al fondo del ala oeste de la mansión. No entendí las motivaciones tras tan extraña petición pero no deseaba contrariar el deseo de una moribunda y preste juramento. Tras el funeral, de acuerdo al testamento de mi abuela y habiendo cumplido la mayoría de edad, tomaba posesión de la casa.
Mi padre me indicó en términos muy soeces que me deshiciese de ella, a lo que me negué rotundamente. Amenazó con retirarme la herencia y entonces me retire de su presencia, furiosa. Esa misma tarde, tome residencia en la casona, regresando a la misma habitación que ocupara cuando niña
Las semanas siguientes estuve abocada a las reparaciones del hogar, el cual mi abuela había descuidado. Debí contratar nuevo personal y remodelar habitaciones enteras. Lo primero fue instalar un baño en condiciones modernas en el interior del establecimiento. Pase muchas veces frente a la puerta del ala oeste, recordando como mi abuela me reprendía por ello de niña al punto de declarar toda el ala oeste fuera de mis límites. La curiosidad sobrevoló mi cabeza pero la culpa detuvo mi mano antes de voltear la perilla y me volví sobre mis pasos. La necesidad me alejo de la puerta, distrayéndome con los problemas edilicios.

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Una tarde me desplomé sobre el sillón de la biblioteca familiar. Comparándolo con la biblioteca de mi escuela este muestrario de libros era irrisorio. Eran apenas un centenar de libros, todas ediciones del siglo pasado y en muy mal estado. De pequeña pase horas de esparcimiento escuchando a mi abuela relatarme cuentos de hadas e historias infantiles. Buscando despejar mi mente repare sobre las crónicas de mi apellido materno. Tome el libro y comencé a hojearlo sin mayor esfuerzo hasta que mis ojos repararon en un pasaje muy peculiar.
El capitulo concernía a mis antepasados europeos, de alrededor del siglo XIII. A un escueto feudo del norte español llego cierto día un taumaturgo de tierras orientales. Fue recibido en palacio donde presentó un espectáculo de humos y luces. El taumaturgo quedo obnubilado con la hija del señor feudal y durante la cena la interrogó sobre sus gustos, descubriendo que apreciaba los telares.

La mañana siguiente, el taumaturgo encargó al humilde hilandero del pueblo, siendo este mi antepasado, la confección de un telar para la doncella y extrajo de su capa una capullo de seda dorada, traído de Oriente, que serviría de materia prima. El hilandero trabajo afanosamente toda la semana en la creación del telar. El día de la entrega se le pidió que entrase a palacio y ofreciese en nombre del taumaturgo el telar. Al arrodillarse frente a la doncella sus ojos se cruzaron, enamorándose mutuamente al instante. La doncella fue entregada en matrimonio al taumaturgo, pese a sus protestas. La noche de bodas, la doncella escapó del cuarto nupcial, trayendo consigo el telar y se reunió con el hilandero para huir del feudo juntos.

El taumaturgo los sorprendió en el acto y ambos hombres se enzarzaron en combate que termino con victoria para el hilandero, quien clavó un puñal en el corazón de su adversario. Antes de caer, el taumaturgo arrancó un hilo del telar y pronunció una advertencia. En tanto poseyera un solo hilo sería capaz de perseguirlos y darles muerte.
Durante la huida, la doncella quiso destruir el telar pero el hilandero no creía en el poder del taumaturgo y en sus amenazas y le prohibió destruir su trabajo. La doncella entonces guardó el telar en un cofre que fue pasando de generación en generación hasta perderse su rastro al emigrar la familia a las Américas.

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El relato me dejo perpleja ya que desconocía su existencia. Me pregunté que relación tendría con el área clausurada. Finalmente me decidí y rompí la promesa a mi querida abuela, abriendo la puerta de la habitación del ala oeste. No se que esperaba encontrar pero al ingresar me recibió un común y corriente deposito, lleno de muebles empolvados y vestido roídos por las polillas. Lo único amenazante era el aire de abandono que impregnaba la habitación. Me llevó unos minutos de acomodar muebles dar con el cofre al que refería el libro. Se trataba de una pequeña caja de madera algo gastada. En comparación con el resto de la habitación no parecía muy descuidada, haciéndome dudar que tuviese siete siglos de antigüedad. Coloqué la llave y la hice girar, retumbando la cerradura con un eco perturbador. Superando mis miedos abrí el cofre y extraje su contenido, un telar de la más fina calidad.

Se trataba de un trabajo exquisito en verdad. Entendía porque mi ancestro se había negado a deshacerse de el. Repare en el fragmento faltante, apenas una imperfección en el arabesco diseño. La tela no tenia nada de excepcional, excepto su prodigiosa durabilidad. Decidí colgarla en la biblioteca, remplazando un cuadro ya no restaurable. Orgullosa por el resultado, regrese a mis actividades normales.
Me llevo un par de semanas mas restaurar la casona a un estado, no cercano a su majestuosidad de mi infancia, pero si uno mas que presentable.

Considere mudarme al dormitorio de mi abuela pero finalmente me decidí por lo contrario, el dormitorio de la infancia, aunque ahora pequeño para una mujer adulta, lo sentía acogedor y seguro.

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Esa noche no logre conciliar el sueño, asaltada por un sentimiento de amenaza indescriptible, una sensación de peligro que se cernía sobre mí. Desperté sobresaltada, descubriendo que el peligro era más palpable de lo que parecía. Pasos provenían de la sala de estar, escaleras abajo. Siendo una mujer independiente, despedí al personal domestico, con generosa indemnización debo agregar, así que me encontraba completamente sola. O eso creía. Yo era la única que poseía llave de entrada, así que la única opción eran ladrones. Agucé el oido en la oscuridad durante lo que parecieron interminables segundos hasta comprobar que en efecto se trataba de pasos humanos. La casa carecía de teléfono por lo que no podía recurrir a la policía.
Decidiendo que la única opción era defenderme a mi misma, tome el espetón de la chimenea apagada de mi dormitorio (por alguna razón insondable para mi, mi dormitorio poseía una) y me aventuré a la oscuridad. Avance de puntillas por entre los pasillos en busca del agresor, cuando repare en la puerta de la biblioteca abierta. Entre sigilosamente, no había mas luz en la habitación que la que se filtraba por entre las cortinas del ventanal.

Parado en medio de la habitación, contemplando el telar, había un hombre de mediana estatura, no más alto que yo. Había algo discordante en su vestimenta y me tomo unos instantes notar que sus ropas databan de tiempos medievales. Alzó una mano huesuda y pude ver un refulgente hilo dorado entre sus dedos. De golpe, el hilo cobró vida y flotó en el aire hasta ocupar su lugar en el hilado.
Mi mente no lograba comprender lo que mis ojos veían. Percatándose de mi presencia o quizás lo supo siempre, el hombre se dio vuelta con un movimiento seco en mi dirección. No podía distinguir sus rasgos en la oscuridad.

Esgrimí el espetón en alto, intentado acortar la distancia entre la ominosa figura y la mía propia. La luna avanzó en el cielo nocturno y su luz golpeó de pleno en su cuerpo, revelando su rostro cadavérico al tiempo que  yo ahogaba un grito de horror. Lo que estaba enfrente de mi era el cadáver del taumaturgo, animado por el deseo de venganza después de setecientos años.

* * * * *

Comenzó a caminar hacia mí con los brazos extendidos, confundiéndome quizás con mi antepasada quien fuera su prometida. Impulsada por el miedo, blandí el espetón, conectando un golpe certero a su cráneo putrefacto. El golpe lo hizo tambalearse unos pasos pero no surtió mayor efecto, continuando su marcha hacia mi persona. Asesté varios golpes más a su cuerpo sin vida sin resultado alguno. Finalmente arrojé el espetón a la vez que escapaba de su abrazo mortal, moviéndome hacia el interior de la sala, tropezando sobre mis propios pasos. En un esfuerzo inútil por asirme a algo, arranqué el telar en mi caída. El cadáver móvil se volteo con una rapidez que no era propia de un muerto en vida, aunque no podría jurarlo. Rodeando con rapidez la habitación, pase al lado del muerto viviente y huí a través de la puerta hacia el interior de la casa. En lugar de escapar al exterior en busca de ayuda, ascendí las escaleras a los saltos, buscando el refugio seguro de mi dormitorio.

Al cerrar la puerta, mis rodillas se vencieron, desplomándome en el piso, hecha un mar de lagrimas. Podía oír los pasos del cuerpo maldito ascendiendo torpemente las escaleras. Me consumía la desesperación y el pánico me paralizaba. Entonces sentí el crepitar de la chimenea que todavía poseía algunas cenizas agonizantes. Corrí a toda prisa y arroje el telar al fuego incipiente. Con lentitud insoportable el fuego fue consumiendo el exquisito diseño hasta deshacerlo del todo. Se escuchó un grito inhumano y el sonido de un cuerpo al deshacerse en pedazos.
Me tapé los oídos y cerré los ojos con fuerza, deseando que esta pesadilla tocase fin. Minutos de intolerable silencio después logre reunir el valor suficiente para salir de la habitación. En el pasillo que conducía a mi cuarto se levantaba una montaña de polvo y en su centro una joya de intenso color escarlata que minutos antes adornó el cuello del taumaturgo. Su fulgor fue desvaneciéndose paulatinamente hasta dejar en su lugar una inerte piedra de tono oscuro.

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