jueves, 22 de septiembre de 2011

Pampa del Infierno

Bienvenidos! Aqui les traigo la "Pampa del Infierno".
La historia y el link de descarga despues del salto.
Disfruten!

Pampa del Infierno  
Jineteando por la pampa, el gaucho avanzaba en dirección al sol, perseguido por una polvareda. No tenia nombre ni nación que reclamar, solo un propósito. Sus únicas posesiones eran su poncho punzó y el macho en su cintura, Anta Lluki, entregada en persona por el General y forjada en las cumbres del Alto Perú. Era un arma tan indómita como el gaucho, clamaba por sangre y palpitaba con furia dentro de su funda. El gaucho iba montado sobre una bestia igual de temible. Un bagual nacido en las salvajes pampas que no respondía ni a hombre ni a látigo. Le decían Tormenta porque sus potentes cascos parecían truenos en la distancia y porque su llegada predecía aguacero. El gaucho no lo domaba, el cimarrón le permitía transporte. No eran montura y jinete, eran dos viajeros compartiendo el camino. El cimarrón había decidido seguir al sol y le había prestado su lomo al gaucho para que lo siguiera.
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Pampa del Infierno  
Jineteando por la pampa, el gaucho avanzaba en dirección al sol, perseguido por una polvareda. No tenia nombre ni nación que reclamar, solo un propósito. Sus únicas posesiones eran su poncho punzó y el macho en su cintura, Anta Lluki, entregada en persona por el General y forjada en las cumbres del Alto Perú. Era un arma tan indómita como el gaucho, clamaba por sangre y palpitaba con furia dentro de su funda. El gaucho iba montado sobre una bestia igual de temible. Un bagual nacido en las salvajes pampas que no respondía ni a hombre ni a látigo. Le decían Tormenta porque sus potentes cascos parecían truenos en la distancia y porque su llegada predecía aguacero. El gaucho no lo domaba, el cimarrón le permitía transporte. No eran montura y jinete, eran dos viajeros compartiendo el camino. El cimarrón había decidido seguir al sol y le había prestado su lomo al gaucho para que lo siguiera.
La tierra estaba árida y muerta. Las nubes se habían retirado cobardemente, permitiendo al despiadado sol del mediodía aniquilar a toda vida vegetal que se atreviese a asomar del suelo. A horas de la tarde, el valle había sido privado de toda decoración. El horizonte estaba tan nítido que podía verse el punto donde tocaba con el cielo. El ala caída de su chambergo impedía ver la expresión del gaucho pero sin dudas, era una de determinación.
Para el gaucho no había nada más que su objetivo. En su mente no cabían dudas ni distracciones. Seguía avanzando con la mirada fija en el infinito y Tormenta acordaba de momento.
Avanzaron durante horas, ignorando el hambre y el sueño. Cuando Tormenta decidiese parar, el gaucho desmontaría y cuando la yegua quisiese volver a arrancar, el gaucho tendría que volver a montarse. Se conocían desde hacia años y no necesitaban palabras para entenderse. Sus relinchos eran una canción para si misma, dedicada a los campos y las estrellas.
La yegua cimarrona no necesitaba caballada y el gaucho no la había tomado como montura. No necesitaba darle órdenes ni se atrevía a hacerlo. La yegua tomaba sus propias decisiones y si estas favorecían al gaucho, tanto mejor. Era un animal independiente y orgulloso, cuya línea sanguínea se remontaba hasta los esbeltos ejemplares andaluces abandonados por Mendoza quienes, dejados a sus anchas, reclamaron las pampas como propias, antes de la incursión de la corona. 
Avanzando a todo galope, como si quisiesen detener al sangriento astro antes de que se ocultase por completo, el gaucho y Tormenta seguían con la mirada fija en el horizonte. Iban con tanta rapidez envueltos en una mortaja de polvo y viento, que tardaron en notar al grupo de personas, apostados bajo la sombra de una solitaria palmera.
Recelosa de cualquier conglomeración de humanos, Tormenta redujo el paso. El gaucho también se puso alerta, más por la rugiente arma en su falda, que por el peligro que podrían representar los cuatro jinetes agrupados al refugio de la efímera sombra.
Se trataba de una familia de cuatro qomlek. El mayor no había llegado a los veintiuno y el menor apenas había cumplido una década de vida. Al ver acercarse al gaucho a lomos de Tormenta, prepararon los arcos con un movimiento rápido. El mayor se adelantó, tratando de demostrar que estaba a cargo y que estaba dispuesto a arriesgar su vida por sus hermanos.
- ¿Quien va?- le pregunto a la ominosa figura que salía de la polvareda.
Procurando que sus ojos permaneciesen ocultos bajo la visera, el gaucho contestó:
 - Solo un viajero.
 - ¿Federal o unitario?- preguntó el hermano mayor.
 - Ninguno.
 - Desertor, entonces.
 - Libre.
La palabra, dicha con tanta convicción y firmeza, dejo claro al hermano mayor que este hombre no respondía ante nadie. Les hizo un gesto a sus hermanos para darles a entender que no había peligro y se acerco hasta el gaucho.
Tormenta alejó de un bufido a la demasiado amistosa montura del muchacho. Dio a entender que si el gaucho se bajaba, no esperase volver a subirse.
- ¿Adonde se dirige usted?- preguntó.
 - A donde debo ir.
Los hermanos menores miraron extrañados a este taciturno desconocido que parecía dárselas de importante pero el mayor sonrió amistoso. Había oído hablar de hombres como el, que vivían vidas alejadas de los demás, dedicadas por completo a la concreción de una única empresa.
- Justo habíamos terminado de cazar. ¿Quiere comer algo?- dijo ofreciéndole un pecarí despellejado.
 - No, gracias.- contestó. No es que fuera desagradecido, simplemente no tenia hambre.
- Vamos a pasar acá la noche. Siéntase libre de acompañarnos.- dijo el mayor, sin sentirse en lo más mínimo ofendido.
- No, debo seguir mi camino.- respondió el gaucho, con la mirada fija en la lontananza.
Antes de que pudiese arrancar, el mayor lo detuvo:
- No se lo recomiendo. Acá hace demasiado frío por la noche y a estas horas es inclusive peor.
Como el gaucho se había parado en actitud interrogante, uno de los menores explicó:
- Es en estas horas cuando ronda el Mandinga, el diablo que trajeron los europeos. Allá al frente hay una encrucijada donde se dicen que se te aparece y que durante el sol de la media tarde, es cuando puede vagar sin restricciones. Dicen que se le planta enfrente a los viajeros y los reta a duelo, el cual gana siempre, mediante chanzas y engaños y cuando vence, se apodera de la sangre del vencido, como el Payak, dejando solo un cascarón vacío que ya no puede retornar al mundo de los vivos y vaga entre la bruma, gimiendo de pesar.
Viendo que el gaucho no se amedrentaba, el hermano mayor retomó la palabra:
- Mas allá de eso...- dijo, como queriendo excusarse por las palabras de su hermano. - Todavía hay algunas tropas dando vueltas por la zona y estas no tienen código alguno. Es una zona peligrosa para cualquiera, especialmente un hombre solo. Por favor, quédese con nosotros y mañana continué su viaje.
El gaucho pareció reflexionar unos instantes, la mirada todavía perdida en las nubes del ocaso.
- No. -dijo, finalmente- Debo continuar.- y acarició el pelaje de Tormenta. La yegua dejo escapar un bufido, como diciéndole que seguiría acompañándolo, de momento.
Antes de poder marcharse de forma definitiva, el menor se alejó del grupo y le hizo entrega de un regalo:
- Tome esto.
El gaucho tomó el chaca del pequeño, observando el diseño protector del amuleto. Con la silueta de una sonrisa, el gaucho agradeció al joven guerrero y arrancó nuevamente el viaje.
                               * * * * *
Ni bien estuvieron lejos de la vista de la unida familia, el entorno se volvió agresivo con el gaucho y Tormenta. La polvareda ya no los perseguía sino que los rodeaba, cerrándoles el paso y privándolos de visión.
Tormenta no se dejaba intimidar por un poco de polvo y apuró el paso, atravesando la espesa mata de tierra. El gaucho dejo caer mas la visera, al punto de cubrirle la totalidad del rostro, confiando plenamente en el instinto de su compañera. 
Un sonido seco y desagradable, como el canto de un gallo enfermo, atravesó como una flecha el silencio de la tarde. El gaucho reconoció el peligro al instante y advirtió a la yegua con un ligero golpe de talón. Tormenta frenó bruscamente pero sin perder el equilibrio.
Una criatura repugnante, como un gusano abotagado y cubierto de pelo podrido, emergió desde el suelo. La horripilante criatura dejo ver unas fauces nauseabundas que segregaban un veneno de color vomitivo y unos pelambres raquíticos en lugar de colmillos. Una protuberancia acuosa, un patético intento de ojo, asomaba desde el centro de su cabeza deforme.
El gaucho dejo caer su poncho sobre la cabeza de su compañera, protegiéndola del hechizo maligno del basilisco, al tiempo que se cubría con su sombrero y puso su mano sobre la funda del facón, listo para el ataque. Viendo que su artimaña inicial fracasaba, el basilisco avanzó, semejando un intestino separado del cuerpo, y se abalanzó sobre el dúo. Sin sentir temor alguno, Tormenta reculó para darse impulso y luego se dio a la carrera directo a las fauces venenosas.
¡Estilo Estrella Federal! ¡Refocilo Parejero a Flete!
De un solo movimiento, el gaucho desenfundó el facón y separo en dos la pulposa cabeza de la criatura, destrozando su ojo endemoniado y poniéndole fin a la existencia del monstruo.
Toda la acción tomo menos de lo que se tarda en caer un rayo a tierra. Fiel a su naturaleza, la criatura se disolvió al instante dejando nada de si, salvo un leve aroma a podredumbre. Tormenta reanudó el paso, olisqueando el aire todavía cargado con la pútrida esencia del basilisco. Pero el gaucho sabía que el peligro estaba lejos de acabado.
                             * * * * *
Ahora el valle presentaba un aspecto dantesco. El cielo, antes desnudo, había sido invadido por un cúmulo de nubes siniestras, manchadas del color sangre del cielo, que impedían el paso de la luz.
La tierra, antes marchita, ahora estaba plagada de deformados y peligrosos cardos que parecían reptar y pretender atrapar las patas de Tormenta.
Los cadáveres de los caídos en alguna batalla aislada empezaban a aparecer desperdigados por doquier, algunos dentro de piras funerarias que todavía conservaban algunas brasas, llenando el valle del olor a carne quemada y sangre seca.
Tormenta avanzaba despacio, olfateando el peligro continuamente. El gaucho tenía su mano sobre la empuñadura de su facón que descansaba satisfecho tras haber bebido la sangre del monstruo.
Finalmente llegaron a la encrucijada. Era el punto donde las ocho direcciones coincidían. Las nubes se habían abierto en círculo pero no descendía la luz. Todo el valle estaba iluminado por un resplandor rojizo que parecía nacer del suelo. Sentado en una roca, esperaba un gaucho, guitarra en mano. Lo conocían con muchos nombres, Mandinga, Sátrapa, Cornudo, El cola E´flecha, Colorao, Zupai y cuando aparece como hombre, Juan sin Ropa.
Juan sin Ropa ajustaba las cuerdas de su guitarra distraídamente mientras esperaba que el gaucho se le acercase. Tormenta permanecía firme como una estatua. No temía a nada pero a diferencia del gaucho ella podía verlo como realmente era y sabia que no era prudente acercarse. Tranquilizando a su compañera, el gaucho descendió y se acerco hasta el payador. Juan sin Ropa desplegó su sonrisa de chacal, la mirada oculta bajo su sombrero de paja.
- Te estaba esperando, Infernal. - le dijo, acariciándose la barba de chivo.

- Ah, veo que todavía la tenés. Me sorprende, ese arma clama demasiada sangre; tanta, que a un hombre no le alcanzaría la vida para satisfacerla. Te propongo algo, pardo, si me ganás a una payada, puedo liberarte de esa carga. Alguien más tendría que cumplir con la misión que te asignaron. Así no tendrías remordimientos, el éxito de la empresa quedaría en la persona que le tocase y dejaría de ser responsabilidad tuya. Podrías retomar tu vida exactamente donde la dejaste, hace ya un lustro. Eso claro, si me ganás.
Una guitarrilla de cinco cuerdas apareció al lado del gaucho. Al tomarla se sintió remontado al pasado, a una época que le parecía ya largo tiempo olvidada, una época donde imperaba el calor del hogar, el olor del locro, la risa del gurí en el campo, la sonrisa de la china amada. 
Una voz traída desde el viento, un viento intruso en este valle donde no corría el aire, irrumpió en sus recuerdos. Una voz antigua y ominosa que hablaba en una lengua perdida hacia centurias. Una voz que hablaba de dioses e incas y de una gran guerra por venir. Una voz que le ordenaba al gaucho seguir avanzando.
Devuelto a la realidad, el gaucho notó que el charango en su mano más bien le parecía una víbora de la cruz trepándole por el brazo. Con fuerza y convicción renovadas, el gaucho la estrelló con fuerza contra el suelo.
Juan sin Ropa quedo enmudecido, su rostro congelado en una expresión, mitad sorpresa, mitad enojo.
- No tengo tiempo para tus juegos.
Y el gaucho regresó a lomos de Tormenta.
Al instante, el demonio y su valle de pesadillas desaparecieron, devolviendo al austero páramo, a excepción de algunas pocas y amistosas palmeras, de antes. Tormenta dejo escapar un resoplido, como queriendo decir que ya todo había concluido.
El gaucho se permitió mirar al cielo, donde una única nube surcaba el cielo, como si confirmase que una sombra de duda cruzó por su pensamiento en algún momento.

A galope tendido, el gaucho siguió avanzando en dirección al sol, dejando una polvareda tras de si.


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