lunes, 26 de septiembre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo III

Bienvenidos! Ya esta subido el capitulo 3!
La historia y el link bajo el salto!
Disfruten!

                                                III

                              El Valle de los Cardónes

Ahora, el gaucho y Ariel viajaban juntos. Tormenta iba un poco más adelante, su orgullo le impedía que una mula le alcanzase. Viajaban el gaucho, Tormenta, Ariel y la mula, a quien Ariel había bautizado Marta por alguna razón. El gaucho y Ariel compartían las comidas y de a poco Ariel le alcanzó el ritmo. Ariel notó que se alejaban de a poco de las sierras y unas montañas empezaban perfilarse en el horizonte. (...)


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                                      III

 El Valle de los Cardónes

Ahora, el gaucho y Ariel viajaban juntos. Tormenta iba un poco más adelante, su orgullo le impedía que una mula le alcanzase. Viajaban el gaucho, Tormenta, Ariel y la mula, a quien Ariel había bautizado Marta por alguna razón. El gaucho y Ariel compartían las comidas y de a poco Ariel le alcanzó el ritmo. Ariel notó que se alejaban de a poco de las sierras y unas montañas empezaban perfilarse en el horizonte. También notó que a veces Tormenta se paraba de golpe y el gaucho descendía y seguía caminando solo hasta que la yegua decidiese que podía volver a montarse.
- ¿Porque nunca azuza a su yegua?- le preguntó al gaucho.
- No es mi yegua, es libre.
- ¿Donde la consiguió?
- No lo hice, ella me encontró a mí. Estaba tirado en la sierra, calcinándome bajo el sol, tras una semana sin probar una gota de agua. Ella me levantó y me permitió subir a su lomo. Desde entonces me ha acompañado.
- Bueno, es un bello ejemplar aunque tiene un carácter muy particular.
Por respuesta, Tormenta le lanzó un bufido.
- ¿Como supiste que era una yegua?
- Me crié en una estancia, señor. Se como diferenciar a un macho de una hembra. Es lo más obvio. También se para que sirve cada planta del campo y como curar el empacho. Eso me lo enseñó mi mamá.
- Hablás con mucha soltura para venir de una estancia. Casi como una porteña.
- Mi papá y hermano vivieron en Buenos Aires un tiempo. Ellos me enseñaron a leer y escribir. Se español, ingles y francés.- dijo Ariel, sin darse mucha importancia.
Siguieron el resto del camino en silencio. Al caer la tarde, la neblina empezó a cubrir el valle, dándole una apariencia ominosa. Marta empezaba a recular obligando a Ariel a empujarla para avanzar.
Los animales presienten peligros que el humano ignora. En respuesta, Marta se asustaba mientras Tormenta enseñaba los dientes en desafío. El gaucho avanzaba sin prisa pero con los músculos tensionados. Sus ojos amarillos relucían entre la media luz.
- ¡Miré! ¡Allí al frente!- gritó Ariel.
Un grupo de siluetas empezaban a recortar la bruma. Eran diez o quince personas. Altas y delgadas.  No parecían moverse en lo absoluto sino estar a la defensiva, como esperando el ataque.
- ¿Eso es un malón?- preguntó Ariel que había oído y leído al respecto pero jamás había visto alguno.
- No.- respondió el gaucho- En un tiempo fueron indios pero ahora no les queda nada más de humano que el sufrimiento.
Ariel primero no entendió a que se refería pero se le hizo más claro al acercarse. No eran humanos, sino plantas. Inmensos cardónes, plantas espinosas y resecas que asemejaban grotescas estatuas con silueta humana. Demasiado parecidas, se estremeció Ariel, acercándose a Marta. Las plantas estaban retorcidas y contracturadas, como si sufrieran un enorme dolor. Se abrazaban ellas mismas, clavándose sus propias espinas. Algunas parecían atrapadas en un grito de inmenso sufrimiento. 
 ka..ma..chi...
- ¿Que fue eso?- gritó Ariel
ka..ma..chi..
El sonido nacía del corazón del valle brumoso. Una voz áspera y entrecortada, atrofiada de dolor y tristeza.
ka..ma.chi...
- ¿A…a…acaso son las plantas?- preguntó Ariel.
¡KYAAA!
El grito se le escapó a Ariel cuando algo tiró de su pie. Tras caer al suelo descubrió que se trataba de una de las plantas. Había estirado una de sus  ramas y mas bien parecía un moribundo agarrando su pierna. Ariel sacó su verijero y tardó tres intentos en liberarse. Un líquido espeso empapó su arma.
- ¿Sa…sangre? ¡¿Las plantas sangran?!
 - No solo sangran, lloran también.- dijo el gaucho.
En efecto, el cardón que estaba en frente suyo estaba llorando con fuerza. Agua salada caía de su intento de rostro. La planta se inclinó sobre el gaucho y pronunció una vez más:
ka..ma...chi...
-¿Qu…que están diciendo?
- Están esperando la Orden.
- ¿La orden?
- Hace tiempo, estas pobres almas eran guerreros al servicio del Inca. Cuando el Españarri vino a su tierra, el Inca envió a sus hombres a las cuatro regiones del Imperio para prepararse para la invasión. Los guerreros se apostaron en el camino, en espera de la orden de ataque pero ésta nunca llego. Los chasquis fueron interceptados y el Inca ejecutado. Los guerreros entonces permanecieron en sus puestos, siempre firmes por la orden de su emperador. Apiadándose de ellos, la Pachamama los convirtió en plantas. Pero Inkarri y los otros Sapa Inqa usaron su magia oscura y los devolvieron a la vida, convirtiéndolos en estas pantomimas de hombres. En estas plantas malditas. Aun continúan esperando la orden del Inca pero ahora están atrapados en estas formas. Sufriendo sin poder morir.
ka..ma..chi...
- Samachiy- les dijo el gaucho.
Las plantas parecieron entender y se retiraron despacio, asumiendo una vez más la forma de simples helechos espinosos. Ariel se puso en pie y preguntó:
- ¿Que les dijo?
- Que descansen.
En cuanto salieron del valle, el gaucho se volvió y le dijo:
- Este será el estado del mundo si acaso Inkarri se alza nuevamente.
Ariel se volteó a contemplar por última vez el valle brumoso. Las figuras seguían ahí, aun agonizando en silencio.

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