domingo, 25 de septiembre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo II

Bienvenidos! Actualizado con el capitulo 2!
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Disfruten!

                                                II

                                        El Infernal

Viendo que sus planes de pasar la noche bajo techo se habían frustrado, el gaucho salió a la carrera de la pulpería y se perdió en la noche. Sabía que en cuanto encontraran los cuerpos mandarían a un peón a dar aviso y por la mañana ya habría llegado a algún puesto de avanzada. No temía al ejército federal, solo deseaba evitar un conflicto innecesario. No le preocupaba Tormenta, en cuanto dejasen de servirle, la yegua se marcharía como vino. Sabía que si apuraba el paso, les perdería el rastro a los colorados en las llanuras. Al tercer día, Tormenta lo alcanzó. Evidentemente, se había tomado su tiempo para seguirlo, quizás estuviera molesta porque le cortaron su cena. (...)

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                                                                   II

El infernal

Viendo que sus planes de pasar la noche bajo techo se habían frustrado, el gaucho salió a la carrera de la pulpería y se perdió en la noche. Sabía que en cuanto encontraran los cuerpos mandarían a un peón a dar aviso y por la mañana ya habría llegado a algún puesto de avanzada. No temía al ejército federal, solo deseaba evitar un conflicto innecesario. No le preocupaba Tormenta, en cuanto dejasen de servirle, la yegua se marcharía como vino. Sabía que si apuraba el paso, les perdería el rastro a los colorados en las llanuras. Al tercer día, Tormenta lo alcanzó. Evidentemente, se había tomado su tiempo para seguirlo, quizás estuviera molesta porque le cortaron su cena. Dos días después, el gaucho se percató de que los venían siguiendo pero no se trataba de federales sino de un cazador con mucha menos experiencia. 
                            * * * * *
Ariel todavía no salía de la impresión de ver a ese misterioso gaucho, que había ajusticiado a su familia, moverse y pelear como si fuera un vendaval. Con el poco dinero que tenía, se compró una mula y salió en su persecución. La yegua azabache se marchó unas horas después que el gaucho, destrozando la puerta de la caballeriza cuando trataron de encerrarla. Ariel tenía la certeza de que si seguía a la montura, daría con el jinete. Sin embargo, la suya no podía seguirle el paso al cimarrón y le perdió el rastro varias veces. Tormenta no parecía muy apurada por regresar al lado del gaucho, dio varias vueltas por la pampa antes de decidirse a seguirle el rastro. Le tomó casi una semana de viaje dar con el gaucho. Sin dirigirle la palabra, el gaucho se subió a la silla y arrancó viaje, con Ariel siguiéndole sin aflojar manija.
Durante los días siguientes se dio un espectáculo de lo más curioso. Una persecución sin carrera. Allí donde iba el gaucho, Ariel lo seguía. Su mula no podía competir con Tormenta pero la yegua no parecía tener prisa, casi como si disfrutara del número. La travesía fue dura para Ariel y su pobre mula. De día, el calor era insoportable, el sol castigaba a pleno y el sudor empapaba, haciéndolos avanzar con lentitud mientras Tormenta y el gaucho permanecían frescos y tranquilos.

De noche, el frío calaba hasta los huesos y tenían que enredarse en el calamaco para darse calor mientras que el gaucho se limitaba a apoyarse contra una roca y Tormenta solo se dejaba caer al piso. Ariel no compartía ni su comida ni su fuego con el gaucho. Tampoco le hablaba, esperaba a que el se presentase primero.
El gaucho no se hacia dramas. Si tenía hambre, cazaba alguna lagartija. Fea de sabor pero mejor que morir de hambre. Cuando llovía, Ariel buscaba refugio mientras el gaucho seguía sobre Tormenta que avanzaba como si nada. El barro le permitía seguirlo al día siguiente.
La contienda silenciosa continuó hasta que Tormenta dijo basta y apuró el paso, internándose en el bosque. Sin dejarse amenazar, Ariel ordenó a la mula perseguirlos. Tormenta y el gaucho parecían atravesar la arbolada mientras que Ariel se golpeaba constantemente con las espinas y ramas bajas. Cuando pensó que los había alcanzado, su mula frenó de golpe y Ariel se aterrorizó al percatarse de que Tormenta había atravesado al salto un acantilado. Ninguna criatura del Señor puede realizar semejante salto, pensó Ariel. El gaucho le dio una última mirada para luego dar la vuelta y desaparecer.
                            * * * * *
Tres días después, el gaucho se convenció de que no volvería a verlos y se sentó a tomar un mate cuando un ruido de cascos lo sobresaltó. La mula se perfiló en el horizonte, cargando su agotado jinete. Después de atravesar valles y sierras, logaron alcanzarles. 
Esa noche, mientras Ariel trataba de acaparar lo más posible de la fogata y masticaba los últimos trozos de charque que le quedaban, el gaucho se levantó y se le acercó:
- Che, gurí, hasta cuando pensás seguirme?
Le respondieron unos castaños ojos fieros y decididos:
 - Usted vengó a mi familia.
- Yo no hice tal cosa. Solo me defendí de los que me atacaron.
- Igualmente, ud hizo lo que yo no pude. Por eso siento que tengo una gran deuda con ud. No, más bien, diría que le debo mi vida. Sin mi familia, no tengo razón para vivir, excepto seguirlo a ud.
- ¿Y hasta donde pensás seguirme, gurí?
- Hasta donde ud vaya.

El gaucho volvió a mirarlo con sus ojos del color del oro y al ver que no retrocedía, se sentó junto al fuego.
Ariel le ofreció un cacho de tasajo y el gaucho lo masticó con gusto.
- Dígame, dijo que solo se defendía pero porta el color de los federales.
- .... Sabes lo que es un Infernal?
- Jamás los sentí nombrar.
- Éramos un regimiento creado por el General Güemes. Una casta de soldados curtidos por la naturaleza y entrenados por la vida, elegidos de entre los más aguerridos y dispuestos para realizar las campañas que nadie más se atrevería.
- ¿Éramos?
- Soy el último de los Infernales. Ya no queda ninguno. En estos últimos diez años se han ido muriendo todos, dejándome solo a mí para terminar la misión.- y sacó el puñal de su cinto. - Esta daga me fue entregada por el propio General San Martín. Es una de las doce armas del Potosí. Se llama Anta Lluki, también se la conoce como Hatun Cuzqui, el arma de la luna de la cosecha cuando se reunía la mamasara.- y dejó escapar de su funda el arma.
Ariel pudo apreciar que era una gruesa hoja de plata recubierta de cobre, lo que le daba mas la apariencia de una obra de arte que un arma practica pero no tenia duda de su eficacia. Se acercó más para contemplarla pero retrocedió al instante de un respingo. Le pareció que unos siniestros ojos le devolvían la mirada. El gaucho volvió a enfundar el arma.
- Esta arma es mi vida. De ella dependo. Lo único que me mantiene en pie es completar mi misión.
- ¿Que misión?
- Detener a Inkarri.
Ante la expresión de duda de Ariel, se explayó:
- ¿Sabes sobre los incas, no?
Ariel asintió.
- Supongo que oíste hablar de Atahualpa, supuestamente el último gran Sapa Inqa pero la verdad es que Atahualpa era solo un simple humano como vos o yo. Los verdaderos Sapa Inqa eran más antiguos que el imperio mismo. Eran siete guerreros y hechiceros que habían alcanzado la inmortalidad, cada uno guardián de una ciudad mística, repleta de fabulosos tesoros y antiguos secretos. Hay una leyenda que dice que a las ciudades las fundaron siete obispos que escaparon de los moros pero es una mentira. Las ciudades existían inclusive antes que las pirámides de los egipcios. Inkarri era el guardián de Paititi, también llamada Ansallí. Cuando Pizarro lo derrotó, ató cuatro caballos a sus brazos y piernas y los hizo correr pero ni eso pudo pararlo a Inkarri...
 - ¿Ni eso?
- Dije que era inmortal, te acordás? Aunque desmembrado seguía con vida pero su magia se había debilitado. Pizarro ordenó entonces separar las partes para evitar que recuperase su poder. Se quedo con la cabeza y repartió los brazos y piernas por los cuatro rincones del imperio inca...
- ¿Y el torso?
- Quedo en Paititi, que fue tragada por una tormenta de arena al caer su rey.
- ¿Entonces, su misión es encontrar esas piezas?
- El General nos contó que existían un grupo de hechiceros que habían robado la cabeza de Inkarri y buscaban las otras cuatro extremidades para hallar el camino a Paititi.
- ¿Hechiceros?
- Se llaman  a si mismos el Magno Oncoy, una cofradía de brujas y asesinos entrenados en artes que datan de los tiempos antes de Colón. Mi misión es encontrar cada una de las piezas antes que ellos y luego destruir al aquelarre.
Ariel estaba sin palabras.
- Llevo más de diez años de viajes, buscando la ubicación de las partes de Inkarri y he de continuarlo, hasta asegurarme de recuperarlas a todas.
- ¿Y de no?
- Y de no, Inkarri regresaría y con el, vendría el fin de los tiempos.

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