martes, 27 de septiembre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo IV

Bienvenidos! Subido el episodio 4!
Como siempre, despues del salto!
Disfruten!

                                  IV

                        El Quilombo

Les tomó otros diez días llegar hasta una ciudad. Aunque Polco Arriba no era mucho mas que una treintena de casas desperdigadas que no se habían expandido desde la época criolla, era un pueblo activo y a Ariel (quien había pasados sus once años de vida entremedio de caballos, gallinas y vacas) se le antojaba como un escenario exótico salido de algún cuento. Después de pasar semanas con nada más que naturaleza (la mayoría muerta) ver a tanta gente junta era una sensación sobrecogedora. El gaucho observaba a Ariel y trató de contener una sonrisa. Para el gaucho, el espectáculo urbano le era indiferente. (...)


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                                     IV

 El Quilombo
     
Les tomó otros diez días llegar hasta una ciudad. Aunque Polco Arriba no era mucho mas que una treintena de casas desperdigadas que no se habían expandido desde la época criolla, era un pueblo activo y a Ariel (quien había pasados sus once años de vida entremedio de caballos, gallinas y vacas) se le antojaba como un escenario exótico salido de algún cuento. Después de pasar semanas con nada más que naturaleza (la mayoría muerta) ver a tanta gente junta era una sensación sobrecogedora. El gaucho observaba a Ariel y trató de contener una sonrisa. Para el gaucho, el espectáculo urbano le era indiferente. Cada pueblo le era igual al anterior. No tenía raíces a nada, pasaba por las vidas de los pueblerinos como un vendaval, marchándose tan rápido como llegaba. Tormenta tampoco estaba muy cómoda entre tanta gente pero aguantaba ante la perspectiva de comer algo mas que pasto seco.
La gente, apurada como en cualquier gran urbe, empujaba a Ariel quien tuvo que pegarse al gaucho para poder caminar. Nadie empujaba al gaucho. Pocos se atrevían siquiera a dirigirle la mirada. Fuera por el color que portaba o por la fiereza en sus ojos amarrillos. Ariel le prestó atención. Ciertamente era formidable pero en las semanas que llevaban juntos, la impresión que le daba era la de un hombre triste, abatido, miraba hacia el horizonte con ojos empapados de melancolía, como si hubiese perdido algo preciado hacia mucho tiempo y ahora no podía hacer otra cosa mas que vagar en su busca.
Una ráfaga de viento hizo volar un montón de papeles que se le pegaron encima. Al sacárselos leyó uno y dio otro respingo mientras se lo pasaba al gaucho. El folletín tenía un retrato del gaucho muy poco favorable. Mostraba un hombre greñudo y melenudo con pinta de salvaje. La cicatriz en su ceja izquierda mucho más pronunciada de lo que en verdad era. El ejército federal ofrecía una gran recompensa por su captura. Ariel se percató de que había un grupo de hombres en una esquina que los observaban. Algunos iban armados pero no se acercaban. Uno de ellos se separó del grupo. El gaucho hizo un bollo con el papel y lo arrojó con indiferencia. Un pájaro gris y enfermizo posado sobre el techo de una posada largó un graznido que hizo estremecer a Ariel.
La ciudad ya no le parecía tan linda.
El hombre que se alejó del grupo entró en una cantina cercana al tiempo que salía una mujer con excesivo maquillaje y plumas en el corsé. Era una alimaña rastrera que vivía de denunciar a otros ante la justicia.
Se sentó y le contó al cantinero con voz lo bastante alta para que toda la concurrencia escuchara que un criminal buscado acaba de llegar al pueblo. Tres hombres en una mesa apartada lo escucharon con atención y sonrieron. Eran enganchaos que se habían quedado de paro. Con Rosas ocupado en su Campaña del Desierto, obsesionado con destruir a cuanto indio se le plantase enfrente; ya no había tanta demanda por pistoleros y espadachines a sueldo que buscasen una buena pelea. Un criminal fugitivo era la oportunidad perfecta para hacerse una luz. Los tres se levantaron y salieron despacio. Otro hombre había escuchado atentamente pero no se levantó. Acarició el lugar donde antaño hubo una oreja y se mordió el labio con furia.
                              * * * * *
Ariel abrió su noque y empezó a revisar. La comida y el dinero se les habían agotado hacía rato, no les quedaban mas que unos cuantas chauchas y pan bendito. Era obvio que no podían quedarse pero quería cuando menos comprar algo de comer para no seguir teniendo que cazar lagartijas en el desierto. Desafortunadamente, estaban secos. Pensó que de última podía trabajar pero no sabía que tipo de empleo podía solicitar en la ciudad. El poder destapar a una burra constipada no parecía una habilidad de mucha utilidad en esta zona. Ariel sacó una caja chamuscada del fondo de la bolsa. Los cubiertos de plata que su padre había traído de Buenos Aires habían logrado sobrevivir al fuego. Ariel los había traído con la explicita intención de venderlos pero le causaba tristeza separase de la única evidencia que quedaba de su familia. El gaucho en tanto, estaba prestándole atención a la mujer que acababa de salir de la cantina. Había reconocido algo en ella. Antes de que Ariel entrase en la tienda de empeño, el gaucho enfiló tras la mujer.
La mujer entró en una casona a las afueras del pueblo. Una casa de las épocas coloniales que había perdido su brillo hacía bastante. Música y gritos salían del interior y algunos borrachos se asomaban por los balcones y ventanales, persiguiendo a mujeres que parecían salidas de un carnaval. Un grotesco individuo con el labio partido y mirada poco amistosa custodiaba la puerta. Se les plantó enfrente, impidiéndoles el paso.
- Soy conocido de la dueña.- dijo el gaucho.
Como el hombre solo dejó escapar un gruñido, añadió:
- Dígale que soy el Chagra.
El urso dio otro gruñido y lo miro fijamente. El gaucho tenía tanta presencia que el hombre fue vencido, se dio media vuelta y entró.
Ariel no entendía nada.
Al rato salió la mujer más despampanante que Ariel jamás hubiera visto. No se podía calcular su edad de tanto maquillaje que tenia puesto.  El corsé le apretaba tanto que parecía una de esas copas de champagne de las que beben los oligarcas. Tenia tantas plumas en el vestido que a Ariel le hizo recordar a las gallinas de su casa. La mujer dejó escapar una risita y dijo:
- Pero mira vos quien se viene a aparecer. 
- Hola, Yolanda- dijo el gaucho sin emoción.
- ¿Ya está? ¿Así nomas? ¿Te desapareces durante casi diez años y después te caes así de sorpresa y te pensás que con un “Hola, Yolanda” ya esta todo arreglado? Nononono- dijo mientras se acercaba.
Cuando lo tuvo lo bastante cerca le dio un fuerte y largo beso que hizo sonrojar a Ariel.
- Te extrañe, Chagra.
- Me alegro de verte bien, Yoli.
- Jiji. Siempre el mismo, vos, todo serio y chinchudo- dijo mientras se le apoyaba encima- Opa y esto? Siempre un tiro al aire, dejando pibes por todos lados, eh?- Ariel se sonrojó aun mas. -  Bueno vení, pasá, no te quedes ahí afuera papando moscas. Pasá, pasá.- Dirigiéndose a Ariel. – Dale, Vos también vení.- Ahora al hombre en la puerta.- Edu, hacemé la gauchada, andá y atendemé a los yocabas. Y guarda con la Tormenta que muerde. 
El hombre miró a la yegua enojada y la mula despistada y largó un suspiro a través de su labio partido.
En el interior lo primero que pensó Ariel era que este era uno de esos “lugares de mala muerte” de los que su madre se preocupaba su hermano y padre frecuentaran en Buenos Aires. El lugar estaba lleno a reventar. Como no había suficiente sillas, los clientes se sentaban donde fueran. Las mujeres no tenían muchos problemas, se sentaban sobre el regazo de los hombres o inclusive otras mujeres. La banda tocaba con fuerza, el alcohol pasaba de mano en mano, las mujeres bailaban al galope y todos reían y cantaban. En resumen el lugar estaba de lo más alegre. Tres chicas se llevaron a la rastra a Ariel hasta un sillón mientras el gaucho y Yolanda se sentaban en el único rincón callado del salón. 
- Veo que mejoraste bastante. Ya tenés tu propio local.- comentó el gaucho. 
- No sabés lo que me costó. Fueron años de remarla y remarla y al final...- y extendió el brazo alrededor.- Nos va bien. Mientras no hagamos mucho ruido, ni a la iglesia ni al ejército les importamos. Mis chicas están bien cuidadas, la guita entra todas las noches y nunca tuvimos ningún problema. Pero ahora decime, vos como andas? Veo que cambiaste un poco si ahora llevas compañía.
- Mi misión no ha terminado.
Y el gaucho guardó silencio. Se quedo mirando como las bailarinas rodeaban de besos y abrazos a Ariel mientras le hacían beber copa tras copa.
- ¿Por tu pinta veo que estas sin un grullo encima, no?-  dijo Yolanda mientras lanzaba una bocanada de humo.
El gaucho no respondió.
- Y ahora pretendes pasar acá la noche e irte por la mañana antes de que se de cuenta. 
El gaucho no respondió.
- Me parece bastante cruel de tu parte. Aparte este no es un buen lugar para  dejar una nena sola..... Si sabias que es una nena, no?
El gaucho no respondió.
                            * * * * *
Fuera, tres hombres se acercaban al local bajo la atenta mirada de un pájaro enfermizo posado sobre el quilombo.
                            * * * * *
- Puedo prestarles un poco. Tengo bastante clientela y muy selecta debo agregar. Todo el mundo de pasada pasa la noche acá. Mis chicas son las más simpáticas de la provincia.
 - No hace falta, Yolanda.
- Ay, Chagra. ¿Que te dije? Tenés que aprender a aceptar amablemente el favor de alguien.- Viendo la expresión entre parca y apenada del gaucho, Yolanda murmuro para si misma.- Ay, chagra vos y yo siempre seremos Guayas y Quil. ¿Por qué no te quedas vos también, aunque sea una noche? El mundo no se va a acabar porqué descanses un rato… - le dijo, acariciándole la barba.
 - Justamente, eso es lo que va a pasar.
En ese momento un objeto contundente y pesado atravesó la pared del salón y se estrelló contra el piano, a escasos centímetros de la cabeza del pianista. Una bola de acero unida a una cadena había hecho añicos la noche. La música cesó, las chicas escaparon algunos gritos y todo el mundo empezó a correr. Ariel, ebria y cubierta de lápiz labial, se levantó confundida por el ruido. La cadena fue retraída con fuerza.
- ¡Excuse us!
El gaucho se asomó por el agujero de la pared.  Los tres hombres de la cantina esperaban afuera.
- Hi! Usted ser el gaucho, right?- dijo el del medio, mostrándole el cartel de buscado.
Se trataba del Gringo, el Tano y el Cimarrón

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