sábado, 12 de noviembre de 2011

El Cinturón del Inqa

Bienvenidos! Un unitario protagonizado por Ariel! Ahora que ha heredado el facón y el poncho de su maestro, Ariel emprende viaje al mar en busca de la siguente pieza del Inkarri! Es el comienzo de una nueva y mas grandiosa saga! 
El Cinturón del Inqa
- Desde la expedición frustrada de Bonaechea, las Islas de la Sociedad no son aguas seguras que navegar. Tan solo los misioneros franceses, que están convencidos que nada puede dañarlos, las navegan.
- Y ud, por supuesto.
- No sea maleducado. Este es uno de los pocos barcos que se atreve a surcar estas aguas infestadas de piratas y si el negocio de los opiáceos no fuese tan redituable, ni siquiera me subiría a este armatoste. El asunto es que este no es un viaje seguro para dos niños.
- Le agradezco su preocupación, Capitán Collantes pero le recuerdo que ya tengo diecisiete años, estoy lejos de ser un niño. Además, no hubiera traído a mi hermana menor de no haber sido estrictamente necesario. Desafortunadamente, no tengo familia alguna a la cual encargarla. Solo me tiene a mí.
- ¿Militar, cierto?
- Lo fui. Pero cuando me dieron de baja, descubrí que el país por el que luchó y dio mi vida su padre ya no existe. Las rencillas internas lo han devastado. Ya no es nuestro hogar. Espero que en Norteamérica consiga un hogar donde mi hermana pueda crecer y ser feliz.
- Mmm. Buena suerte. Será un viaje largo y difícil y la ruta por Oriente es la peor de todas.
- Lo se, pero es lo único que pudimos permitirnos. 
Como dando su silenciosa aprobación, el capitán aspiró una larga y profunda bocanada de su pipa de espuma de mar. El joven a su lado se frotó el hombro malherido y miró hacia el horizonte. El buque de carga “Elizabeth” navegaba por las aguas del Pacífico a paso apresurado, tratando de evitar los peligrosos buques piratas.
De todos los barcos que partían del puerto de Mollendo, Ariel lo había elegido solo porque su nombre era el titulo de uno de sus poemas favoritos.  No pudo evitar recitar unos versos al abordar.
Each poet - if a poet - in pursuing
The muses thro' their bowers of Truth or Fiction,
Has studied very little of his part,
Read nothing, written less - in short's a fool
Endued with neither soul, nor sense, nor art,
Being ignorant of one important rule,
(...)

El Cinturón del Inqa
- Desde la expedición frustrada de Bonaechea, las Islas de la Sociedad no son aguas seguras que navegar. Tan solo los misioneros franceses, que están convencidos que nada puede dañarlos, las navegan.
- Y ud, por supuesto.
- No sea maleducado. Este es uno de los pocos barcos que se atreve a surcar estas aguas infestadas de piratas y si el negocio de los opiáceos no fuese tan redituable, ni siquiera me subiría a este armatoste. El asunto es que este no es un viaje seguro para dos niños.
- Le agradezco su preocupación, Capitán Collantes pero le recuerdo que ya tengo diecisiete años, estoy lejos de ser un niño. Además, no hubiera traído a mi hermana menor de no haber sido estrictamente necesario. Desafortunadamente, no tengo familia alguna a la cual encargarla. Solo me tiene a mí.
- ¿Militar, cierto?
- Lo fui. Pero cuando me dieron de baja, descubrí que el país por el que luchó y dio mi vida su padre ya no existe. Las rencillas internas lo han devastado. Ya no es nuestro hogar. Espero que en Norteamérica consiga un hogar donde mi hermana pueda crecer y ser feliz.
- Mmm. Buena suerte. Será un viaje largo y difícil y la ruta por Oriente es la peor de todas.
- Lo se, pero es lo único que pudimos permitirnos. 
Como dando su silenciosa aprobación, el capitán aspiró una larga y profunda bocanada de su pipa de espuma de mar. El joven a su lado se frotó el hombro malherido y miró hacia el horizonte. El buque de carga “Elizabeth” navegaba por las aguas del Pacífico a paso apresurado, tratando de evitar los peligrosos buques piratas.
De todos los barcos que partían del puerto de Mollendo, Ariel lo había elegido solo porque su nombre era el titulo de uno de sus poemas favoritos.  No pudo evitar recitar unos versos al abordar.
Each poet - if a poet - in pursuing
The muses thro' their bowers of Truth or Fiction,
Has studied very little of his part,
Read nothing, written less - in short's a fool
Endued with neither soul, nor sense, nor art,
Being ignorant of one important rule,
Employed in even the theses of the school-
Called - Called anything, its meaning is the same
"Always write first things uppermost in the heart.”
Desde que había subido al barco, naides se había atrevido a mirarle siquiera. Una figura envuelta en un poncho colorado como la sangre era una presencia inquietante. El capitán del barco había oído hablar de ella en el puerto y le ofreció subir sin pagar pero Ariel insistió en hacerlo con el dinero que había conseguido en los últimos meses como peleadora a sueldo. Desde entonces pasó sus días durmiendo en la cubierta, acostumbrada a descansar a la intemperie. La brisa marina no se comparaba con la de las pampas pero era relajante y Ariel pasaba las tardes tranquila, acariciando la empuñadura del Anta Lluki.
En ese momento se encontraba en el piso de la cubierta leyendo “Calidore” en silencio, alejada del resto de la tripulación y los pasajeros. Un tumulto llamó su atención, despegando su nariz del libro. Un grupo de marineros trataban de cerrarle el paso a una niña que tenía las manos atiborradas de frutas. Aparentemente, las había robado de la cocina.
- ¡Devuelve eso, mocosa!
- ¡NO! ¡Estas frutas son pa mi hermano!
- Tu hermano no forma parte de la tripulación por lo que no tiene derecho a esa comida.
- ¡Claro que si! ¡Aunque mi hermano no navegue en este barco se esfueza toda las noches en la caldera pese a que tiene e hombro latimado! ¡Trabaja e doble que la mayoría de uds, vagos!- se justificó la pequeña cuyos dientes partidos le dificultaban pronunciar algunas consonantes.
- ¡Mocosa insolen…
Antes de poder levantarle la mano, Ariel ya se la había atrapado. El marino era del doble de su tamaño pero la fuerza de Ariel fue tal que casi le rompe el brazo. El resto de la tripulación quedó petrificado, como ratas frente a una serpiente, paralizados por el brillo de esos ojos amarillos. La cuestión se zanjó al aparecer el capitán, demandando saber que estaba pasando. Todos se retiraron, fingiendo tener otros asuntos. La niña corrió al lado de su hermano.
- ¡Sebastián!
- Marta, ¿qué estabas haciendo? 
- Toma, son pa ti.
- Marta, no puedes hacer esto. No son nuestras.
- ¿Po que no? Tú trabaja más que todo estos. E lo justo.
- Esa no es excusa. Las cosas deben pedirse no simplemente tomarse, ¿de acuerdo? Oiga, muchas gracias por cuidar de mi hermanita. 
Ariel no contestó, solo bajó la visera de su chambergo y se retiró. No quería que nadie viera sus lágrimas al haber escuchado esos nombres.
                            * * * * *
Esa tarde, Ariel estaba como siempre, tomando mate en la cubierta mientras miraba la puesta del sol, escuchando la voz del Anta Lluki venir con el viento. Marta se le acercó, trayendo consigo unas naranjas pero como estas estaban peladas y en rodajas sobre una bandeja, era evidente que habían sido una cortesía del capitán Collanes. 
Algo roja de vergüenza, Marta se las ofreció.
- ¿Y esto?
- Pa ud. Tome. Mi hermano e dijo que tengo que devolver lo favores…¿Que mira? Coma. Además, ante de hacerse militar, mi papá era docto y me dijo que si la gente no come frutas se muere e algo llamado “escorbusto”.
- “Escorbuto”. Y gracias, supongo que no tengo que hacerme la capitán Cleveland. 
- ¿Quié?
Sin contestarle, Ariel tomó el gajo de naranja pero en lugar de masticarlo, lo exprimió sobre el mate. Marta la miró confundida y Ariel le ofreció probarlo. La niña aceptó y después de dar la primera chupada se ahogó y trató de escupirla. Ariel no pudo evitar reír. 
- Deberías probarlo amargo...
- *coff coff* ¿Que se supone que e ud, seño?
- Decime Allfida y por cierto soy mujer.
- ¿EH? ¿De e serio?
- Claro que si.- dijo Ariel medio ofendida.
Marta le costó convencerse pero cuando finalmente lo aceptó, pudo tener una conversación mucho más amena con Ariel.
 - ¿Y a que se debe e poncho, Allfia?
- Soy un gaucho. Vengo de las pampas argentinas. 
- Agentina, eh? Me gustaría conocela. La vedad es que esta e la primera ve que salgo e mi casa. Mi amá murió cuando era bebé y mi apá murió hace poco en la guera. Dede entoces solo estamos mi hermano y yo. Ahora que e se lesionó, tuvimos que huir del erú. Mi hermano dice que vamo a ir a Noteamérica y que allí estaremo a salvo peo a vedad…no se que cree. 
Ariel no dijo nada. Conocía bien la tristeza y la incertidumbre.
- ¿Y tu familia, Allfia? 
- Murieron hace mucho. Mi padre murió. – apretó el poncho con fuerza.
Marta y Ariel conversaron varias horas más de otros temas sobretodo los libros que Ariel había traído consigo. Al caer la noche, Marta logró convencerla de bajar a la bodega, donde la tripulación y los pasajeros estaban reunidos pasando el tiempo. Al verla entrar, todos enmudecieron. El único que las saludó fue Sebastián, quien estaba algo borracho y la invitó a una partida de cartas. 
- Venga, siéntese. Estamos jugando truco. Seguro que sabe. 
Le tomó cinco minutos limpiar la mesa. Debería haberles avisado que lo jugaba todas las tardes con su maestro. Además, la mayoría no entendió sus jugadas como ponerse el as de espadas en el sombrero. 
El ambiente de paz que se respiraba terminó cuando uno de los marineros, su coraje reanimado por el alcohol, se levantó y empezó a despotricar contra Ariel. Queriendo evitar una pelea, Ariel se levantó de la mesa pero eso fue malinterpretado como una amenaza para el marino que se levantó en pie de guerra. Antes de poder hacer nada, Sebastián se adelantó y le colocó la punta de su sable, que cargaba siempre consigo, en la garganta.
Tuvo que intervenir el segundo de a bordo para restaurar el orden. Antes de seguir causando disturbios, Ariel se retiró, deseándole buenas noches a Marta y su hermano.
                           * * * * *
Mas tarde esa noche, Ariel estaba en otra de las bodegas, atendiendo a Tormenta a quien tuvo que traer consigo. La pobre yegua detestaba el mar y el movimiento del barco la enfermaba. Ariel acariciaba a su amiga, tranquilizándola, cuando Sebastián entró en la bodega. 
- Ehhh…buenas noches. Quería agradecerle una vez mas por cuidar de mi hermana y eeehhh disculparme por lo de esta noche. 
 Ariel no contestó.
- Supongo que Marta ya le comentó nuestra situación. 
 Ariel no contestó.
- Se que es complicado pero es la única opción que tenemos. Un viejo amigo de mi padre, un militar estadounidense, me consiguió una cama en el internado de sus hijas para Marta. Allí estará a buen cuidado. Tengo que llevarla. Es lo mejor para ella.
- No me queda duda de que será muy infeliz.
- ¿Disculpe?
- Para ella lo único importante es estar a su lado. No será feliz en ninguna otra parte. Me sorprende que no se de cuenta. 
Honestamente, Sebastián no se daba cuenta. Pensaba que lo mejor era apartar a su hermana de su lado ya que la vida de combate era la única que conocía. Esta noche había estado a punto de matar a un hombre desarmado. Dicha vida casi le había arrancado su brazo derecho. Postrado en una litera, en lo único en que podía pensar era en como nunca podría volver a batallar y ese pensamiento lo enloquecía.
- Su agarre esta mal.
- ¿Qué?
- Su agarre con el brazo izquierdo esta flojo. Como tiene herido el derecho, trata de compensarlo con la zurda pero en la forma en que sostiene el sable va a terminar resintiendo ese brazo. Eso, si no se lo cortan antes. 
- Y…ya. Gracias.
Ariel le respondió bajando la visera y cargó un fardo mas para su amiga.
                            * * * * *
Los siguientes días, Sebastián siguió el consejo de Ariel y por las mañanas practicaba su esgrima mientras por las noches trabajaba en la caldera, dejando a su hermana a cuidado de Ariel. Como compartían un gusto por la lectura, las dos pasaban casi todo el día juntas leyendo. Una mañana, Marta estaba tratando de alimentar con azúcar a Tormenta, quien no dejaba que la niña se le acercase. De golpe, Ariel se paró y se quedó con la mirada perdida en la lontananza.
Tormenta conocía bien esa reacción en Ariel y no le prestó atención. Ariel salió corriendo a cubierta y se quedo observando el océano durante largo rato, ignorando los gritos de Marta que llamaron la atención del capitán que estaba en cubierta.
- Capitán, ¿como se llama esa isla?- preguntó Ariel, apuntando a una masa de tierra en la lejanía.
Confundido, el capitán le dio una rápida mirada y contestó:
- Es “La Hermosa”. No tiene nada de interesante. ¿Por qué pregunta? 
- Necesito ir a esa isla.
- Olvídelo. No pienso dar ningún rodeo innecesario por esta zona, hay demasiados piratas. Además, ¿para que  quiere ir a una isla prácticamente deshabitada? 
- Aunque le explicase no me entendería.
- Entonces no hay más que hablar.
- Capitán, necesito ir a esa isla.
- Ya le dije que no. No pienso arriesgar a mi tripulación y pasajeros por un simple capricho. 
- Entonces, deme un bote. 
- ¿Y perder uno de nuestros botes de emergencia? Vaya nadando, si tanto le interesa.
Sebastián acababa de levantarse y su hermana lo arrastró hasta la cubierta para que ayudase a Ariel quien estaba dispuesta a pelearse con el capitán por navegar hacía la isla. Si de ella dependiese se iría a nado pero no podía dejar a Tormenta sola. La discusión se detuvo al mismo tiempo que el barco, que de golpe dejó de moverse. El capitán mandó a averiguar que era lo que había pasado pero le dijeron que el barco no se había parado, había chocado con algo. Ariel sabía con que. Su muñeca quemaba.
La causa se hizo presente por si sola. Una gigantesca serpiente marina alzó su cabeza, amenazando con devorarlos. Todos estaban aterrorizados excepto Ariel. La tripulación comenzó a agitarse al grito de “Pahuanui Pahuanui” mientras el capitán les ordenaba traer los rifles. Ante la pregunta de Marta de que significaba “Pauanui” Ariel contestó, avanzando hacia el monstruo:
- Es una antigua leyenda de la zona, acerca de un monstruo marino. Como toda leyenda tiene un dejo de verdad. Se ve que perturbamos a esta criatura. Dígale a sus hombres que guarden sus armas capitán, no les servirán de nada. Yo me encargó de esto.
Ignorando los gritos de Marta, Ariel se colocó el poncho en el brazo izquierdo y el facón en la diestra. Esperó hasta que la serpiente abrió sus fauces y sin hacer carrera, dio un salto inhumano, desenvainando en el aire.
¡¡Estilo Estrella Federal! ¡Refocilo Parejero Aflus!
En unos pocos meses, Ariel había logrado contener el poder del Anta Lluki sin embargo el estallido de poder fue tal, que no solo la criatura fue destruida sino que el barco estuvo a punto de partirse también. 
Todo duró menos de un segundo. Solo Ariel quedó de pie, sobre el cadáver flotante de Pahuanui.
Sebastián resumió la situación perfectamente.
- Bien capitán, me temo que va a tener que prestarle ese bote. 
                            * * * * * 
El capitán aceptó parar el barco en la costa pero cuando Ariel descendió, le hizo una advertencia: 
- Le daré cuatro horas. Transcurridas, ordenaré zarpar. Haya ud regresado o no.
- Tres horas mas de la que me hacen falta, capitán. Se lo agradezco. 
Marta no entendía porque Ariel tenia que ir a esa isla ni porque no permitía que la acompáñese su hermano. Ariel le contestó con una sonrisa: 
- Necesito que cuides de Tormenta por mí. Acordaté que no le gusta la playa. Ahora vuelvo.
Y dicho esto, se internó en la selva.
                           * * * * *
La voz del Anta Lluki condujo a Ariel a través de la selva hasta el escollo coralino que servía de puente natural entre las dos islas gemelas. Ariel sabía que el inca Yupanqui había conquistado estas islas y que, usando antiguas cartas de navegación ya perdidas, Pizarro mandó ocultar una de las piezas de Inkarri en ellas.  El nombre de las islas se había perdido en la historia pero el espíritu residente en la daga había conducido a Ariel hasta ellas.
Ahora podía verlo a diario. Lo veía en sueños, por el rabillo del ojo, en las esquinas oscuras, agazapado, espiándola, persiguiéndola, susurrándole al oído. El espíritu la observaba desde debajo de una palmera.
Era una figura andrógina, vestida como una doncella o un guerrero, sus brazos eran garras que terminaban en cuchillas afiladas, una cola de metal retorcida a sus pies, nunca estaba erguido y su rostro cubierto por una mascara de puma, enseñando los dientes. Se preguntó si así lo habría experimentado su maestro.  Esta constante lucha de voluntades.
El espíritu se desvaneció, espantado por un ruido. Ariel se percató de un rostro que se asomaba de entre la selva. El rostro de una pequeña niña. Sonreía inocente pero Ariel presentía el peligro por la picazón en su muñeca. Apretaba con fuerza la empuñadura del facón. La niña se rió y se perdió en la jungla.  Fue reemplazada por los nativos de las islas que habían estado siguiéndola desde que desembarcó y ahora la apuntaban con flechas y lanzas. Habían tenido malas experiencias con los visitantes y Ariel se veía muy peligrosa. Ariel no tuvo necesidad de pelear con ellos. Bastó una mirada suya, de esos ojos dorados para que supiesen que había venido con un motivo, que en cuanto consiguiese lo que había venido a buscar, se marcharía. Los nativos se retiraron, dejándola pasar.
                             * * * * *
Ariel subió una colina y encontró los restos de una misión devastada. El fuego había sido causado por manos humanas pero estos destrozos no fueron obra de ninguna criatura de la isla, pensó Ariel.
                             * * * * *
Adentrándose más en el corazón de la isla, Ariel se topó con un arroyo que la condujo hasta una cascada, bajo la cual se hallaba unas edificaciones evidentemente incaicas. Ariel encontró el mismo símbolo que en Inqa Llaqta y le clavó el Anta Lluki, activando el mecanismo antiguo que hizo a las ruinas moverse, permitiéndole el acceso.
Ariel descendió por una extensa escalera en caracol, rodeada por docenas de momias silenciosas cuyas vacías cuencas registraban todos sus movimientos. Ninguna le impidió el paso. 
Al final del tramo, el brazo izquierdo de Inkarri descansaba en un altar en el centro de una laguna. La niña de antes la esperaba, jugando en el agua. Sin devolverle la sonrisa, Ariel descendió despacio, picándole la muñeca. Ni bien puso un pie en el agua la envolvió una oleada de frío, el lago se fue congelando a su alrededor, atrapándola en el hielo. La escarcha cubrió su poncho y su aliento se hizo visible enfrente suyo.
La niña seguía sonriendo.
Combatiendo el frío como pudo, Ariel logró sacar sus boleadoras y las hizo girar. El calor de las llamas derritió el hielo, liberándola, calentando la cueva y alejando a la niña.
Sin perder la sonrisa, la niña asumió su verdadera forma, la de un enorme weta, un insecto cubierto de espinas congeladas, tan grande que se hundía en el hielo que quedaba. Su cabeza seguía siendo la de la niña, aun sonriente. Ariel sonrió, ahora se le hacia mas fácil destruirla.
Las espinas del weta eran carámbanos  y los disparó por toda la cueva, buscando atravesar a Ariel. Usando la vieja técnica de su maestro y combinándola con sus boleadoras, Ariel se envolvió en una manta de fuego, derritiendo las espinas heladas. Ariel intentó sujetar con su poncho las patas del weta, buscando romperlas pero éste se congeló al contacto con el Guardián. 
Ariel improvisó, haciendo girar las boleadoras del Cherufe sobe su cabeza pero en lugar de arrojárselas al enemigo, se envolvió con ellas. Se había entrenado para soportar el fuego en expectativa a su duelo con Don Bruma, combinando el Estrella Federal con sus boleadoras. Sin temerles a las llamas, Ariel se lanzó en el aire. 
¡¡Estilo Estrella Federal! ¡Refocilo Yerra!
Ignorando las patas del weta, Ariel apuntó al rostro de la niña, atravesándola con su puñal. El Insecto Guardián estalló en llamas con un grito aterrador, su rostro hinchándose por el calor. El monstruo cayó en flamas en el agua helada, destruyéndose.
Ariel subió hasta el altar. La pieza seguía siendo intimidante. El recuerdo de su maestro le dio fuerzas, tomó el brazo y salió la exterior.
                            * * * * *
Al regresar a la costa, Ariel se encontró con un nuevo problema.
Un segundo barco había atracado en la playa y la tripulación del “Elizabeth” estaba en la arena de rodillas. El único que seguía en pie era Sebastián, que se defendía como podía pero eran demasiados para el. Se aprovecharon de su lesión y lo derribaron al piso, cubriéndolo de patadas.
Todas las mujeres, incluyendo a Marta, estaban siendo arrastradas al otro barco.
La ira de Ariel se hizo sentir antes de su aparición.
El capitán pirata le ordenó detenerse y entregar la pieza de oro que llevaba en la espalda.
Ariel no tenía intención de hacer ninguna. 
- Si no quieren que los ensarte cual churrasco de croto, déjenlos ir y váyanse… ¡¡¡AHORA!!!
El capitán pirata reculó un poco pero aguantó, tratando de aparentar fuerza para su intimidada tripulación. Le explicó que tenia superioridad de armas y hombres, mostrándole sus cañones y rifles.
Ariel no estaba impresionada.
Cinco de los piratas se lanzaron sobre ella pero Ariel los derribó sin tener que usar el chicote. Nadie la vio siquiera moverse.
Cobardemente, el capitán pirata amenazó con lastimar a las mujeres si Ariel no se rendía. Como respuesta, Ariel chifló.
Como no pasaba nada, el capitán largó una carcajada que se le quedó atorada en la garganta cuando Tormenta saltó desde la cubierta y aterrizó sobre varios de sus hombres. Se deshizo del resto a cascotazos y agarró a la pobre de Marta con los dientes. 
Viendo que era una rival de cuidado, el capitán pirata mandó a llamar a su mejor hombre. De entre el grupo de piratas se acercó un hombre con el rostro cubierto bajo un sombrero de paja, vestido con hakama y portando el par daishó.
Un autentico samurái del Japón.  
El samurái se acerco hasta Ariel y le dijo en un perfecto castellano:
- Es un honor conocerle. Un autentico gaucho argentino. He oído mucho de ustedes, grandes jinetes de las pampas argentinas. Dicen que nadie es mejor  lazando ganado y domando potros salvajes. Su fama ha llegado hasta mi pueblo natal en Satsuma. Siempre quise tener la oportunidad de medirme en combate con uno. Ahora... tengamos un combate honorable. 
Dejando caer la pieza de Inkarri, Ariel le retrucó:
- Yo también he oído hablar de tu tipo. Los samuráis del Oriente. Valientes guerreros al servicio del shogun, capaces de dar su propia vida antes de manchar su honor. He leído grandes historias sobre Tōyama no Kin-san, Hanshichi, Agojuro Senba, Denshichi y Zenigata Heiji pero vos no te pareces en nada a ellos. Decís que queres un duelo honorable y sin embargo andas con estos malvivientes, demostrando que ya vendiste tu honor. Si queres un combate lo vas a tener pero no va a ser de un gaucho contra un samurái porque vos nos sos un samurái!!!!
Las palabras de Ariel no hicieron mella en el orgulloso ronin.
- No soy un samurái, dices? ¿Y que hay de ti? ¿Acaso no fuiste contratado por estos perros para ser su guardaespaldas? ¿Porque no estas en tu querida pampa, si no aquí? Solo puede haber una razón…por fama y fortuna, o me equivoco? 
- Si.
- Entonces dime, si no es a ti mismo, ¿a quien sirves? Yo no sirvo a ningún daimyo, ¿pero tú? ¿Que eres?
- Libre.
La forma en que fue dicha esta palabra si tuvo impacto en el ronin. Se percató de que luchaba contra un oponente de convicciones fuertes, que no huiría del combate. La sonrisa desapareció de sus labios. 
-Muy bien, gaijin. Entonces veamos si puedes superar a mi espada y al jigen- ryu, la mejor escuela de Satsuma.
- No importa a que escuela pertenezcas o que técnica utilices… en tanto peleé como un ser libre, naides podrá superar al Estrella Federal…
Ariel le había contado esas historias de samuráis a Marta así que la niña estaba a la expectativa del duelo, de dos guerreros permaneciendo quietos durante interminables minutos hasta que el sonido de una hoja al caer los hiciera moverse y desplegar sus mejores técnicas al unisonó y el primero en arrodillarse tras caer, sería el ganador. Pero eso no sucedió porque al terminar de hablar, Ariel y el ronin corrieron el uno contra el otro y chocaron, atorándose en un abrazo.
Marta estaba demasiado lejos para escuchar lo que se decían.
- Bien. Sabía que portabas un arma de corto alcance.
- Dijiste que querías que derrotase a tu katana. ¿Por qué no la desenvainaste?
- No soy tonto. Me di cuenta de que portabas un arma corta. Tengo mi orgullo pero no tanto como para dejar que aproveches la apertura que causa el rango de mi katana. Para esta situación, mi wakizashi es más que suficiente.
- Lo dudo.
Ambos se desengancharon y retrocedieron, el ronin seguro de su victoria.
- Se que utilizas tu poncho como escudo. No cometeré la torpeza de atacarlo.
El ronin apuntó y cargó al pecho de Ariel, buscando esquivar al poncho pero su hoja fue detenida por la mano desnuda de Ariel.
¡Estilo Estrella Federal! ¡Refocilo Corneta!
Ariel destrozó la wakizashi del ronin, por poco atravesándole la mano.
- Te lo dije. A diferencia tuya, yo no peleó por mi estúpido orgullo. Lo hago para asegurar la libertad de otros. En tanto tenga esa convicción, el Estrella Federal no podrá ser superado. Ya destruí tu arma. No tengo intención de matar alguien más débil que yo. Márchense ahora. 
Ofuscado, el ronin desenvainó su katana. 
- ¡No digas estupideces! ¡No permitiré que un sucio gaijin me ridiculice! ¡No importa que estúpidas “convicciones” tengas, nadie puede derrotar mi mejor técnica, el ni no tachi irazu!
El ronin se lanzó sobre Ariel, quien suspiró y avanzó.
Estilo Estrella Federal! Refocilo Estaqueado! 
La katana, las ropas y el sombrero, en ese orden, del ronin se rompieron en pedazos.
- Watashi wa... De ​​... Shinji rarenai...Tai no kyuu-ten... Kenjutsu no furui gakkō no yō ni dōji kōgeki ga... Watashi wa, aruzenchin de wa dōyō no shuhō ga aru koto o... Suru koto ga dekimasu wa, otoko wa sono yōna kenryoku o motte iru ka shinji rarenai?
- Watashi wa anata o katatta. Node, watashi wa jiyūda. Soshite, watashi wa joseidesu.
El ronin cayó desmayado. El resto de los piratas huyeron como ratas de un naufragio directo al barco con una sola mirada de Ariel. El capitán temblaba de miedo. Ariel se le fue acercando despacio hasta quedarse frente a el. Entonces le dio un golpe directo a la nariz con el mango de la daga, desmayándolo. Guiñándole el ojo a Marta, Ariel dijo:
- Estilo Estrella Federal… Refocilo Ñato.
                               * * * * *
Tras varias semanas de pacífico viaje, el “Elizabeth hizo puerto en Port Arthur en Van Diemen Land. Como el puerto había sido construido en la orbita de un penal, Ariel no pudo evitar pensar en Juliana, frotándose la cicatriz. 
Había llegado el momento de despedirse de Sebastián y Marta. 
- Bien, este barco nos llevara a México y de allí, a Nueva York.
- Yo regresaré con el “Elizabeth” al Perú. Debo volver a las pampas.
Sebastián se alegro de que Ariel la saludara con el brazo derecho. Su padre le había contado de la antigua costumbre de saludar con la mano opuesta a la espada.
Marta no podía dejar de llorar.
- Dale Marta, no llorés. Te regalo esto. “Mauricio”, es mi libro favorito. Cuídamelo mucho, por favor.
- Vamos Marta, sabias que teníamos que despedirnos.
- Pe…pe…peo yo pensé que vendría con nosotro a Nueva Yor y te casarías con mi hermao!!!
- ¿EH?
- ¡Marta! ¡No digas esas cosas! ¿Cómo voy a casarme con otro hombre?
- ¡Sebastián! ¡Que toto! ¡¡Allfia e muje!!
- ¿EH? ¿En serio? No me di cuenta. Digo con la ropa y la voz tan gruesa y los ademanes masculinos y tus modales en general y tus...
El pobre Sebastián ni llegó a sentir la patada que lo mandó al mar. 

Finalmente, el “Elizabeth se hizo a la mar. Ariel dio una última mirada al puerto y pudo ver a los dos Sebastián y a las dos Martas despidiéndose. Vio a su padre y a su madre y a su padre también, envuelto en su poncho rojo. Ariel sabía que siempre podría oírlos.
Sus voces vendrían en el murmullo del viento.   

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