martes, 8 de noviembre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo XXIV

Bienvenidos! Capitulo veinticuatro de La Daga de Cobre, "Asalto a la Mansion"! Ariel corre desesperadamente para salvar a su amiga Juliana pero en los pasadizos del sotano de la mansion de Peralta puede que encuentre algo mas peligroso que el Cadejo guardian...

                              XXIV

Asalto a la Mansión

Ariel regresó a toda velocidad a la hostería. Intentó interrogar a Peralta pero este no estaba en condiciones para hacer declaraciones y el escándalo de la pelea había atraído a las autoridades portuarias así que Ariel lo dejó abandonado. Al entrar se encontró a su maestro en peor estado que antes. El gaucho adivinó sus pensamientos y le hizo explicar lo ocurrido. Al terminar, el gaucho se levantó como pudo. 
- Señor, no debería moverse.-  le aconsejó Soledad pero el gaucho hizo caso omiso.
- ¡Maestro, usted no puede pretender pelear en ese estado! 
- No tengo más opción, Ariel. El Magno Oncoy nos ha encontrado y seguirán enviando agentes hasta acabarnos y aunque pretendamos huir, Don Bruma no nos permitirá irnos. No te preocupes, estoy seguro que no hará daño a tu amiga, solo le interesa luchar conmigo.
- ¡Pero maestro, ud simplemente no puede y no tenemos ninguna garantía de que Don Bruma cumplirá su palabra! ¡Tenemos que encontrar a Juliana ahora!
Maestro y alumna se miraron con una mezcla de rencor y preocupación mutua. Soledad fue la encargada de cortar la tensión otra vez.
- ¿Peralta, dijiste?
- ¿Lo conoces?
- Si, es un hombre bastante conocido en la ciudad. Llegó hace unos meses con una gran fortuna a cuestas y en pocas semanas se volvió una figura muy temida. Se sabe que controla un ejercito de criminales y ni siquiera la policía  se atreve a meterse con el. Tiene una mansión muy vistosa en la parte alta de la ciudad.
- ¿Me podes decir donde queda?
- Seguro pero Ariel, acaso piensas…
Un enorme bullicio abajo en la calle los hizo acercarse a la ventana. Mas de treinta policías se habían reunido en la puerta de la pensión y reclamaban que Ariel y el gaucho se entregasen o tirarían el local abajo. (...)

                                     XXIV

Asalto a la Mansión

Ariel regresó a toda velocidad a la hostería. Intentó interrogar a Peralta pero este no estaba en condiciones para hacer declaraciones y el escándalo de la pelea había atraído a las autoridades portuarias así que Ariel lo dejó abandonado. Al entrar se encontró a su maestro en peor estado que antes. El gaucho adivinó sus pensamientos y le hizo explicar lo ocurrido. Al terminar, el gaucho se levantó como pudo. 
- Señor, no debería moverse.-  le aconsejó Soledad pero el gaucho hizo caso omiso.
- ¡Maestro, usted no puede pretender pelear en ese estado! 
- No tengo más opción, Ariel. El Magno Oncoy nos ha encontrado y seguirán enviando agentes hasta acabarnos y aunque pretendamos huir, Don Bruma no nos permitirá irnos. No te preocupes, estoy seguro que no hará daño a tu amiga, solo le interesa luchar conmigo.
- ¡Pero maestro, ud simplemente no puede y no tenemos ninguna garantía de que Don Bruma cumplirá su palabra! ¡Tenemos que encontrar a Juliana ahora!
Maestro y alumna se miraron con una mezcla de rencor y preocupación mutua. Soledad fue la encargada de cortar la tensión otra vez.
- ¿Peralta, dijiste?
- ¿Lo conoces?
- Si, es un hombre bastante conocido en la ciudad. Llegó hace unos meses con una gran fortuna a cuestas y en pocas semanas se volvió una figura muy temida. Se sabe que controla un ejercito de criminales y ni siquiera la policía  se atreve a meterse con el. Tiene una mansión muy vistosa en la parte alta de la ciudad.
- ¿Me podes decir donde queda?
- Seguro pero Ariel, acaso piensas…
Un enorme bullicio abajo en la calle los hizo acercarse a la ventana. Mas de treinta policías se habían reunido en la puerta de la pensión y reclamaban que Ariel y el gaucho se entregasen o tirarían el local abajo.
- Canejo...
- Debe ser porque atacaste a Peralta. Es un hombre con mucho poder.
- ¿Ahora que vamos a hacer? Son demasiados para mi sola y no puedo permitir que el maestro peleé…
El gaucho observó en silencio la desesperación de su alumna. Ya no podía permitir que siguiesen apartado a la gente que ella quería de su lado. Hubo un tiempo en que solo le hubiese importado su misión. Así como abandonó a la mujer que amaba y al niño que había llegado a considerar su hijo, se hubiese marchado para evitar seguir lastimando a Ariel pero ahora ya no podía. En Ariel veía algo más que una alumna o una hija, veía a su sucesora, a alguien cuyo destino era más grande que el suyo. Sabía que no podía evitarlo pero quería aunque fuera, aligerar su carga. Posó su mano sobre su hombro y le dijo:
- Andá, Ariel.
- Eh?
- Andá para la casa de Peralta. Seguro que tu amiga estará allí.
- Pero, ¿y ud?
- Yo voy a entregarme a la justicia.
- ¿Que? ¡No puede hacer eso!
- Es la mejor opción. El pedido de captura todavía pesa sobre  mí. Me mantendrán encerrado mientras deciden a cual país enviarme. Por mucho que quiera, Don Bruma no podrá acercárseme en prisión. Eso te dará tiempo para rescatar a tu amiga.
- Pero pero...
- Andá, Ariel.
- Ariel, hay una salida por la parte de atrás, por la cocina. Si te vas ahora, no te verán- dijo Soledad.
Entre lágrimas, Ariel entendió el sacrificio de su maestro y se despidió con un abrazo. Antes de irse sacó las dos Armas del Potosí de su escondite y vio a su maestro asentir. A continuación, puso la Anta Lluki en manos de Soledad.
- Soledad, por favor. Necesito que cuides esto con tu vida.
- ¿Que?
- Esta daga es muy importante. No podemos permitir que la policía la consiga. Confió en que la mantendrás segura.
Soledad no entendía bien pero no era su costumbre interrogar a sus amigos así que solo asintió.
- Creo que será mejor que me lleve la Qullqi Chuki, maestro. 
- Estoy de acuerdo.
Soledad le dio la dirección a Ariel y justo antes de salir, su maestro le dijo: 
- Ariel, no uses la Qullqi Chuki. Su poder es demasiado grande. Podría lastimarte.
Sintiendo el escozor en su herida, Ariel asintió y salió del edificio. Sin mirar atrás, corrió lo más rápido que pudo, prometiéndose llegar a tiempo para rescatar tanto a Juliana como a su maestro. El gaucho se entregó a los oficiales quienes se lo llevaron a la rastra ante los ojos de Soledad y sus padres. 
                            * * * * *
Le tomó mucho tiempo a Ariel llegar a la mansión de Peralta y cuando lo hizo, el sol ya se estaba ocultando. Realmente era inmensa. Ariel se dijo que no tenía tiempo de revisar todos los cuartos pero suponía que tendrían a Juliana en una celda aislada, preferiblemente en el sótano.  Rodeó la casa y saltó la pared posterior de un solo impulso. Durante su tiempo con los ranqueles había aprendido a ocultar su presencia con su poncho, fundiéndose con el entorno; habilidad que resultó de mucha utilidad para esquivar a la vigilancia y escabullirse por la puerta de servicio. 
Peralta había sido traído de vuelta y Ariel pudo escuchar sus gritos al intentar sus doctores cauterizar sus heridas. Ariel se permitió una sonrisa.
Tras una puerta encontró la biblioteca de Peralta y se distrajo un segundo, admirando su colección. Ese segundo probó ser una equivocación al ser descubierta por un par de guardias. Lejos de huir, Ariel corrió directo a ellos antes de que pudieran dar la alarma, noqueó a uno y dejó al otro despierto para poder amenazarlo con su verijero.
La entrada al sótano resultó estar en la cava y para llegar a ella, Ariel tuvo que derribar a media docena de guardias más. Al abrirla se sorprendió al encontrar un extenso y lujosamente decorado pasillo que se extendía por varios metros.
Ariel reconoció algunos de los símbolos en los frescos y estatuillas como los mismos que usaba el calcu.
A medida que avanzaba, aumentaba la picazón en su muñeca. Al final del largo pasillo, Ariel se topó con un nuevo guardia. Era un jovencito de mas o menos su edad, de cabello negro hasta los hombros, collar de perro al cuello y vestido como un criado, tenia unas extrañas orejas de perro que sobresalían de su cabello pero lo mas inquietante eran sus ojos, vacios de alma pero ardiendo con un fuego intenso. 
- ¿Quien es usted?- le preguntó con un vozarrón que resonó en toda el pasillo y no se correspondía con su frágil apariencia. 
- Dejamé pasar.
- Cierre el pico. Aquí nadie entra sin autorización de mi dueño y menos ud. que ni la conozco. 
- Te dije que me dejés pasar. - dijo Ariel, sacando su boleadoras que encendieron el pasillo a oscuras.
Los ojos del chico brillaron aun más.
- ¿Ud. fue el que le hizo eso al señor Peralta? Entonces menos que menos va pasar…¡¡¡Voy a moncharmela enterita!!!
- ¡Callate!- grito Ariel y le arrojo las boleadoras. El chico las esquivó de un salto y atacó, trepándose a la pared pero las boleadoras cambiaron mágicamente de dirección y se estrellaron en su espalda. 
Al ver que su oponente caía en llamas, Ariel decidió seguir y regresar tras rescatar a Juliana por sus boleadoras.
- ¿Adonde se piensa ud. que se va?
Para su sorpresa, el chico se levantó del fuego sin heridas visibles. Hasta ahora las boleadoras del Cherufe habían eliminado a todas sus presas al instante pero lo único que habían logrado con el vigilante fue quemar sus ropas. El chico le dio una sonrisa que mostraba todos sus afilados colmillos. 
- Acharita por su amiga pero por mucho que se empunche, ud. de acá no pasa.
Acto seguido el chico dejó de ser humano y en un parpadeo fue reemplazado por un enorme perro salido del Infierno.
Mas bien parecía que tenia una idea de cómo debería verse un perro pero había fallado en varios detalles, dándose patas de cabra, dientes de jaguar, una cola larga y mechuda de caballo y parar rematar, se había cubierto a si mismo de cientos de cadenas. El enorme cadejo lanzó un ladrido que retumbó por todo el pasillo y cargó directo contra Ariel. 
Ariel esquivó el ataque apenas, perdiendo su poncho y ganando una considerable herida en el brazo.
El cadejo estaba babeando una sustancia negruzca y se relamía de gusto. Ariel no tenía muchas esperanzas de ganarle. No traía pistola y ni su verijero ni su chicote servían de mucho. Entonces recordó el Qullqi Chuki en su espalda.  Su maestro le había advertido de usarla pero ahora no tenía mucha más opción. Tomó la argentina macana y la esgrimió sin mucha firmeza. El cadejo reconoció el poder del arma pero su lealtad para con su amo era primero y cargó una vez mas. Ariel también avanzó con un grito de furia, sosteniendo la pesada arma con ambas manos. 
Ambos chocaron en el aire, lastimándose mutuamente pero el golpe del Qullqi Chuki fue superior, destrozando la cabeza del cadejo. Ariel logró aterrizar y la asaltó la voz del arma. Tal como dijo Tupa, era una voz diferente a la del Anta Lluki, era más severa y autoritaria. Le mostró una visión del Españarri portando las Trece Armas juntas y enfrentándose al ejército del Sapa Inqa. Pudo ver al acorazado guerrero con lujo de detalles e inclusive a través de las flamas de su yelmo, directo a los ojos de…
Ariel soltó el arma con un grito. La herida de su rostro sangraba con fuerza, dificultándole el respirar. Su maestro tenía razón, aun no estaba lista para portar un Arma del Potosí. Había estado a punto de dejarse vencer por la influencia de la macana. Ariel estuvo varios minutos en el piso, llorando y tratando de recuperar la compostura. 
No hubo más guardias delante y con lo aprendido, Ariel destrozó el candando de la celda. Juliana había sido arrojada a una celda mugrienta como un perro, sin recibir tratamiento medico y no podía tenerse en pie sola.
Ariel se echaba toda la culpa. No importaba que dificultades hubiese atravesado ni cuantas decisiones equivocadas hubiese tomado, Ariel creía que en el fondo era una persona de buen corazón y, a pesar del corto tiempo que tenían de conocerse, realmente la quería.
- Che, despertate…
- …umh? Ey, que andas haciendo por acá?
- Dale, levantate, nos vamos. 
- ¿Qué pasó… y Peralta?
- Tuvo lo que se merecía, dale, vámonos.
- ¿Y tu maestro?
- …el estará bien. Vamos, dale.
Ariel cargó con su amiga hasta la salida. Al entrar al vestíbulo las esperaban  todos los hombres de Peralta. El propio Peralta, cubierto de vendajes y sanguijuelas, se asomó de su dormitorio, seguro de su triunfo.
- Bueno bueno, parece que atraparon a las ratas de la bodega... Entrégame el Qullqi Chuki, ahora!
- Callaté y déjanos salir. 
- ¡¿Que fue lo que dijiste, mocosa asquerosa?!
- ¡¡¡ TE DIJE CALLATÉ!!! ¡¡¡Y UDS, SI NO QUIEREN QUE LOS ENSARTE CUAL CHURRASCO DE CROTO, SALGAN DEL MEDIO!!!!!!!!!!
Todos quedaron petrificados, inclusive Juliana que acaba de notar que los ojos de Ariel brillaban de un dorado intenso.  Peralta cayó de rodillas, atemorizado. Ninguno de sus hombres, se atrevió a moverse. Ariel y Juliana salieron tranquilamente por la entrada principal. 
                             * * * * *
A mitad del camino, las chicas vieron un resplandor en el pueblo. Como Juliana ya podía caminar sola, apuraron el paso. Cuando llegaron, se encontraron con que el hostal se había quemado hasta sus cimientos y todavía ardía. Ariel no podía creerlo. Entonces vio un bulto acostado. Se trataba de Soledad que respiraba con dificultad, apoyada sobre el cuerpo quemado de Marta.
Ariel se acercó y despertó a Soledad, quien se explicó como pudo, interrumpiéndose a cada rato para toser: 
- El *coff coff* pishtaco se apareció. Dijo que *cof cof* quería recordarle al gaucho su compromiso. *coff coff* Al ver que no estaba *cof cof* incendió el lugar. No se como lo hizo tan *coff coff* rápido. Me desmayé pero *cof cof* Marta me sacó del fuego.
Ariel acarició por última vez la cabeza de su querida amiga.
- Adiós, mi Rucio…
Soledad estaba llorando.
- Mis padres *cof cof* ellos no…
- Lo lamento muchísimo, Sol. Se lo que se siente perder a tu familia. No puedo ni imaginarme como será tener que repetirlo. Lamento muchísimo tener que pedirte esto justo ahora… pero necesito que me digas donde quedó la daga.
- Esta acá.- dijo Sol y abrió las manos para revelar la hoja enrojecida.
- Pero Sol… tus manos…
- Dijiste que la protegiera con mi vida y eso *cof cof* hice.
Ariel tomó la daga todavía caliente, la sacó de las manos de su amiga y se las juntó en un gesto de ternura y agradecimiento. 
- Muchas gracias, “Sol”. Me ahorrás la molestia de tener que andar revisando todas estas ruinas para buscarla.
Ariel se volteó y se encontró con Juliana, apuntándole con un arma.
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