jueves, 3 de noviembre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo XIX

Bienvenidos!! Ahora si, retomamos La Daga de Cobre con el inicio de la Tercera Parte, "Bullicio en el Puerto"!! 

                    XIX

El Bullicio del Puerto

Varias semanas transcurrieron sin incidentes. Después de darle adecuada sepultura a Tupa Yawar en Inqa Llaqta, entre sus venerados ancestros, Ariel y el gaucho abandonaron Cochabamba, llevándose consigo el Qullqi Chuki.  Ningún agente del Magno Oncoy los atacó en todo el viaje y hasta el constante murmullo producido por el Anta Lluki había cesado.  Era como si al haber encontrado un igual, hubiese perdido el interés en ellos y ahora las armas conversaban entre si. 
Aunque trataba de disimularlo, la pelea había producido secuelas graves en el gaucho. El esfuerzo de luchar contra otra Arma del Potosí, sumado al desgaste natural que producía el Anta Lluki, habían corrompido su cuerpo, dejándolo postrado y al cuidado de Ariel. Ésta dio un estirón repentino en el transcurso del viaje. Ahora tenía la altura de una mujer adulta pero no las proporciones. Seguía siendo linda de cara pero la enorme cicatriz en su rostro en forma de media estrella deformada dejada por el Qullqi Chuki y su constante estado de suciedad le daban un aspecto muy masculino y poco atractivo (...)


                                          XIX

El Bullicio del Puerto

Varias semanas transcurrieron sin incidentes. Después de darle adecuada sepultura a Tupa Yawar en Inqa Llaqta, entre sus venerados ancestros, Ariel y el gaucho abandonaron Cochabamba, llevándose consigo el Qullqi Chuki.  Ningún agente del Magno Oncoy los atacó en todo el viaje y hasta el constante murmullo producido por el Anta Lluki había cesado.  Era como si al haber encontrado un igual, hubiese perdido el interés en ellos y ahora las armas conversaban entre si. 
Aunque trataba de disimularlo, la pelea había producido secuelas graves en el gaucho. El esfuerzo de luchar contra otra Arma del Potosí, sumado al desgaste natural que producía el Anta Lluki, habían corrompido su cuerpo, dejándolo postrado y al cuidado de Ariel. Ésta dio un estirón repentino en el transcurso del viaje. Ahora tenía la altura de una mujer adulta pero no las proporciones. Seguía siendo linda de cara pero la enorme cicatriz en su rostro en forma de media estrella deformada dejada por el Qullqi Chuki y su constante estado de suciedad le daban un aspecto muy masculino y poco atractivo. A Ariel no podía importarle menos, se ocupaba exclusivamente de cuidar de su maestro, a quien veía debilitarse más con el pasar de los días. Guiada por tan solo un presentimiento y la necesidad de alejarse, Ariel condujo a su maestro hacia el mar. 
Finalmente llegaron hasta las costas peruanas y allí Ariel se encontró con un espectáculo asombroso. No tanto el Pacífico, el cual era bastante impresionante, pero honestamente el agua no le atraía muchos después de su experiencia en el “río de las nieblas”; sino su primer encuentro con una ciudad moderna. Hasta ahora, Ariel y el gaucho habían pasado por pueblos y ciudades pequeñas, evitando lo más posible el contacto con la gente pero ahora que el peligro parecía haberse retirado, se atrevieron a zambullirse en una autentica metrópoli. Mollendo era una ciudad en ebullición constante, adonde arriban los comerciantes y viajeros de los más diversos rincones del mundo. Ariel también descubrió que el sistema imperante en el campo, donde el trueque y la fianza seguían siendo moneda corriente, no existía en la ciudad. Sin dinero no se podía hacer nada.
Vagaron por las calles durante varias horas preguntándose que podían hacer hasta que Ariel encontró un puesto donde se sostenían campeonatos de pulseadas, el ganador llevándose una generosa suma.
Todos se rieron al verla presentarse, confundiéndola por un chico primero y, tras su replica furiosa de “¡Soy una mujer!” (algo de lo que de hecho se enorgullecía, su madre le había inculcado que no tenía que avergonzarse de su género y que podía desenvolverse tan bien como cualquier hombre) mas aun todavía. Las risas se apagaron cuando Ariel derrotó al campeón actual, fracturándole el brazo en siete partes diferentes sin mucho esfuerzo y arrojándolo contra una pared al primer intento.  Ariel recogió el dinero sin inmutarse. Ya estaba acostumbrada a su propia fuerza.
Con el dinero obtenido pudieron alquilar una habitación en una hostería, “El Tabernero y el Asno”, atendida por una pareja anciana y su hija adolescente, quien automáticamente se hizo buena amiga de Ariel.
                            * * * * *
Dejando a su maestro y las monturas descansando, Ariel se fue hasta el mercado portuario y se perdió entre los puestos, devorando con los ojos todas las maravillas extrañas a la venta. Había vestidos importados de Francia e Inglaterra que a Ariel le parecieron muy llamativos pero no se imaginaba usándolos; una profesora invidente les enseñaba a los niños un nuevo sistema de lectura por puntos; un hombre explicaba como manejar un carro sin necesidad de caballos, usando una de esas maquinas de vapor; había una tienda de trabajos científicos con textos y demostraciones de las investigaciones de Liebig, Wöhler, Matthew, Gottfried y Faraday, destacándose un enorme mapa del planeta Marte de origen alemán. Lo más peculiar de todos fue la presentación de la “máquina diferencial”, un enorme aparato que servía para hacer cuentas y operaciones matemáticas que prometía derrocar al portátil y practico aritmómetro. La maquina era un armatoste hecho de engranajes y ruedas pero lo mas llamativo era que lo “operaba” un maniquí de una jovencita con un rostro demasiado parecido al de una adolescente verdadera, vestida de una manera muy extraña y con una especie de cuernos en la cabeza, volviéndola muy llamativa. El maniquí había sido agregado supuestamente para hacer a la máquina menos intimidante pero producía el resultado totalmente opuesto. El contraste entre el parecido con una mujer real de su cuerpo con la falta de profundidad y vida de sus ojos de vidrios, ponía nerviosos a todos. Daba la impresión de que, a pesar de las demostraciones del vendedor, la muñeca se movía por su cuenta. A Ariel en particular la muñeca, con su falsa sonrisa de felicidad, le parecía triste.
Abandonando ese grotesco espectáculo, Ariel se embarcó en lo que mas le gustaba, revisar los puestos de los libreros. Allí estaban expuestas obras en español, francés e ingles; también en ruso, latín, alemán y otros idiomas que Ariel no podía esperar aprender. Hojeó títulos de Irving, Peacock, Sedgwick, Walter Scott y Wendell Holmes; obras como Indiana, La Peau de chagrin, Fanshawe y una novela que le hizo reír a al iniciar con “era una oscura y tormentosa noche...”. Ariel buscaba con ganas algún otro titulo de Mary Godwin, su autora favorita.
Usó parte del dinero que ganó en las pulseadas para comprarse “La Vida y Aventuras de Castruccio, Príncipe de Lucca” y “El Moderno Prometeo”, cuya trama le hizo pensar en el triste maniquí matemático. 
Un alboroto devolvió a Ariel a la realidad del mercado y olor a puerto. Un grupo de hombres armados, presuntamente la policía local, perseguía a alguien por las callejuelas. Debido al gentío, Ariel tuvo que esperar a que estuvieran casi encima de ella para distinguir que se trataba de una chica, muy probablemente de su misma edad y hasta vestida similar, con poncho y botas de potro. Lo que las diferenciaba eran su ondulado cabello castaño claro, en contraste con el lacio azabache de Ariel y su juvenil rostro libre de cicatrices.
La chica le arrojó una bolsa a la vez que le guiñaba un ojo en complicidad. 
Desafortunadamente para ella, Ariel era el tipo de persona que no hace lo que se le ordena a menos que se le de una buena razón para ello; así que al segundo estaba corriendo a su par, demandando saber que era en lo que la había metido.
Acordando dejar las explicaciones para después, el inusual dúo recorrió las callejuelas y esquinas de la ciudad portuaria a toda carrera, saltando por encima de clientes y mercaderes, eludiendo con gracia a los torpes oficiales de ley que se estrellaban unos con otros y caían sobre los puestos de frutas. Un grupo de los más avispados lograron cortarles el paso y se abalanzaron con las latas en mano. Aplicando lo aprendido, Ariel bloqueó el sablazo de uno con su poncho y lo noqueó de una patada. El siguiente intentó clavarle su bayoneta pero Ariel nuevamente lo desvió e inmovilizo con su poncho y lo derribó de un codazo. Para terminar, usó su chicote para desarmar e incapacitar a uno armado con un fusil. 
La otra chica, que había derribado al resto a los golpes, estaba impresionada con las habilidades de su involuntaria compañera y falló en ver el grupo que se había juntado a su espalda y las apuntaban con sus rifles. Antes de poder abrir fuego, un chillido surgió de las alturas y una saeta descendió desde las nubes, picándoles los ojos y las manos, obligándolos a soltar las armas. Al grito de “Bien, Óscar!”,el chimango regresó a la mano enguantada de su dueña.
Ariel y su “nueva amiga” corrieron varios minutos más hasta toparse con un callejón sin salida. La otra chica estaba dispuesta a pelear y sacó una pistola pero Ariel ya no tenia mas ganas de continuar esta mascarada, sin aviso previo, levantó a su compañera sin esfuerzo y de un salto, pasó por encima de la pared. Los oficiales se encontraron, confundidos, con solo una pared de ladrillos, sin rastro de las fugitivas.
Dichas fugitivas siguieron saltando de tejado en tejado hasta que Ariel se detuvo dejando caer, sin mucha delicadeza, a su mareada pasajera. 
- E…eso…fue bastante…impresionante. - dijo la chica, recuperándose como podía del trajín del viaje. 
- ¿Me querés explicar que fue todo eso?
- Un pequeño encontronazo con la ley, no más. Nada que no hubiese podido solucionar por mi cuenta, muchas gracias, pero de igual manera, supongo que te debo un agradecimiento eeehhh… acá es cuando decís tu nombre…
- ¿Mmh? Oh, soy Ariel.
- Mucho gusto, Ari. Me llamo Juliana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario