domingo, 6 de noviembre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulos XXI & XXII

Bievenidos! Dos episodios seguidos de La Daga de Cobre, las acciones violentas de Juliana se explican en su turbulento pasado...
Disfrutenlos!


                                  XXI

El Aleteo del Murciélago

Recostada en el alfeizar de la ventana, Ariel contemplaba el sol de la mañana desplazarse mientras tomaba un mate dulce, el único que podía tragar. Soledad golpeó a la puerta y entró. Soledad era la hija adoptiva del anciano matrimonio que mantenía la hostería. La habían encontrado perdida en la calle hace unos años y la habían tomado bajo su cuidado. Desde que llegaron, Ariel y Soledad se habían vuelto muy unidas. En parte por la actitud amable de la hostelera y en parte porque Soledad era de aquellas personas que no sentía interés alguno por inmiscuirse en los asuntos de los demás, cosa que hacia fácil conversar con ella. (...)

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                                     XXI

El Aleteo del Murciélago

Recostada en el alfeizar de la ventana, Ariel contemplaba el sol de la mañana desplazarse mientras tomaba un mate dulce, el único que podía tragar. Soledad golpeó a la puerta y entró. Soledad era la hija adoptiva del anciano matrimonio que mantenía la hostería. La habían encontrado perdida en la calle hace unos años y la habían tomado bajo su cuidado. Desde que llegaron, Ariel y Soledad se habían vuelto muy unidas. En parte por la actitud amable de la hostelera y en parte porque Soledad era de aquellas personas que no sentía interés alguno por inmiscuirse en los asuntos de los demás, cosa que hacia fácil conversar con ella. Como ya podía caminar, el gaucho se había levantando temprano e ido a pasear junto a Tormenta. Soledad también se apoyó contra el alfeizar y preguntó a Ariel por su padre:
- Mi maestro se siente mejor, gracias. Dijo que tenía que despejarse la cabeza.  Creo que se siente agobiado acá adentro. No le gusta mucho la ciudad.
- A ti parece no molestarte.
- Bueno, el campo es mucho mas lindo sin dudas, pero tampoco me desagrada la ciudad. Hay muchas coas interesantes que ver y estar rodeada de tanta gente no me molesta tanto como creí.
- Las heridas de tu padre eran muy graves. Espero que no se meta en ninguna pelea estando solo. Podría serle fatal.
- Está bien. Hay muy pocas personas en este mundo que pueden pelear a su par.
Ariel le ofreció una probada de su mate a Soledad. Ésta arrugó la nariz al probarlo y se le atoró en la garganta. Eso hizo reír a Ariel y al recuperar la bombilla, pudo sentir un gusto fuerte a limón que venia de los labios de Soledad. 
- ¿Te pasa algo, Ariel? Se te nota muy distraída.
- ¿Hm? Oh, no es nada. Solo pensaba. Conocí a una chica en el mercado que me habló de las ruinas incas y eso me hizo recordar cuando estuvimos en Inqa Llaqta. Era un lugar hermoso pero triste. No se porque, nunca antes lo había visitado pero podía sentir una especie de nostalgia o de melancolía. Una sensación de opresión en mi pecho. No se realmente que sería.
- ¿Inqa Llaqta, eh? Si, las recuerdo. Las visite una vez cuando niña, cuando vivía con mi verdadera  familia. Querían que conociese el lugar de mis ancestros. Soy una descendiente directa de los incas, sabias?
Ariel dio una bocanada más de mate y respondió con un monosílabo.
- Ariel, ¿escuchaste alguna vez la historia de las “Vírgenes del Sol”?
- …no.
- Las vírgenes del sol eran las aqllasqa, mujeres escogidas al servicio del dios sol, Inti. Cuando tenían ocho años, las niñas más bellas de la nobleza eran llevadas a un templo apartado, el acllahuasi. Allí permanecían hasta cumplir quince, cuando se decidía su destino, ya fuera ser entregadas al Inca en matrimonio o vivir para servir al dios en el templo. Cuando una aclla cometía una falta, como ser dormir con un hombre, era enviada a morir a la cima de una montaña, abandonada a su suerte para que muriera de hambre y frío. Mi abuela solía contarme esa historia. Me decía que todos tenemos un destino fijado y que una campesina por más bella que fuera, jamás hubiese podido convertirse en una virgen del sol. Solo las escogidas podían serlo. – Soledad acaricio su medallón en forma de cruz andina con la mano donde tenia la muñequera, que Ariel suponía ocultaba las cicatrices de la tragedia.- Cuando el fuego se llevó a mi familia, mi destino me quedó claro. Cuando los Villalba me encontraron en la calle, a punto de morir, supe que mi destino era sobrevivir a mi familia y a mi pueblo. Cumpliré quince este mes, tu tienes trece, cierto? Era la edad cuando el entrenamiento de una aclla concluía. Creo que cuando viste esas ruinas Ariel, fuiste consciente de tu destino como yo lo fui del mío en ese incendio y por eso sientes ese pesar en tu corazón, porque sabes que no puedes evitarlo.  
                            * * * * * 
Las palabras de Soledad resonaron en la cabeza de Ariel todo el camino hasta “El Murciélago”. Al llegar, Ariel se dio cuenta porque todos evitaban esta parte  de la ciudad, ni siquiera la policía se dejaba ver por esta zona. El local se caía a pedazos y dentro se reunían todos los mercenarios, criminales y escorias que estaban de paso. Muy diferente al local de Soledad, pensó Ariel. Una mesera con los pechos caídos y la cara picada vino a preguntarle que quería y Ariel mandó llamar a Juliana. De haber sabido que la camarera iba a dar semejante grito, lo hubiera hecho ella misma.
Juliana se asomó de una de las habitaciones, vestida con pantalón y camisa de hombre que no parecían suyos. Parecía en su elemento, rodeada de malvivientes y usureros. Con una sonrisa, Juliana se dejó caer por la escalera y le dio un fuerte abrazo de bienvenida. 
- ¡Ari! ¡Que gusto verte! ¡No te esperaba tan pronto! ¿Tuviste problemas para encontrar el lugar? 
- eeuuh… no muchos. Vine porque dijiste que “favor con favor se paga…”
- ¿Y ya te queres cobrar la deuda?! Que la tiró… bueno dale, que necesitás?
- Necesito un barco. 
- ¿Para viajar a donde?
- No estoy segura.
- ¿Querés un barco pero no sabes para donde querés ir? 
- No puedo explicártelo, solo se que necesitamos viajar hacia el mar. Eso es todo.
- Bueno, no te entiendo mucho que digamos pero si eso necesitás con gusto te ayudo. Acá hay varios capitanes dispuestos a llevar pasajeros pero claro que, dependiendo la distancia, varía el precio. Saber adonde vas lo haría mucho más fácil. 
- Lo siento.
- …Bueno, no importa. Hare algunas averiguaciones y luego te aviso. ¿Donde estas parando?
- Mi maestro y yo estamos en una posada varias calles hacia arriba.
- ¿Y cuando voy a poder conocerlo?
- ehhh…bueno, justo ahora salió a pasear con Tormenta.
- ¿Tormenta?
- Es una yegua.
- JAHJAHJAHJAH  Ahh, “Tormenta”. Muy bueno, muy buen nombre para un caballo. Suena muy ominoso. Perfecto. Por cierto, nunca me dijiste tu apellido. Yo soy Güiraldes. Juliana Güiraldes. 
- Yo soy Ariel Montesin….
Ariel no pudo terminar porque un rugido surgió de entre las sombras del local. Un enorme oso se levantó y se acercó a las zancadas hacia las dos chicas. Resulto ser Gorrichi, mas lastimado y sucio que antes.
- ¡VOS!
- Eeeeh, ¿lo conocés a este?
- Si, es solo Gorrichi. ¿Que estas haciendo acá? Creí que Santiago te había entregado a los gendarmes.
- ¡Escapé! ¡Abrí las puertas de mi celda con mis propias manos! Crucé por interminables desiertos y montañas, enfrentándome a bestias salvajes…
Las palabras de Gorrichi cayeron en oídos sordos, Ariel y Juliana seguían hablando de cómo conseguir un barco.
- ¡Prestamé atención!  He entrenado todo este tiempo, preparándome para nuestro reencuentro y para cobrar venganza del gaucho y de vos, pequeña bastarda! ¡¡Te mostraré mi autentica fuerzaaaaa!! 
De una sola patada, Ariel mandó a Gorrichi volando varios metros, estrellándolo contra la pared y dejando un enorme agujero. 
- Bueh, fue divertido. Che Ari, justo me salió un trabajito en el volcán que esta acá cerca, te interesa?
- ¿Que clase de trabajito?
- Ah, ya sabes! Explorar ruinas antiguas, recuperar tesoros, golpear a unos cuantos tipos malos… la típica.
- ….
- Dale vamos, será divertido y tendremos tiempo durante el viaje para conocernos mejor, dale?
- Bien, vamos a buscar a Marta.
Mientras Juliana le preguntaba quien era Marta y se reía por lo lindo del nombre, el resto de la clientela volvió a su jolgorio habitual, ignorando al medio muerto Gorrichi.
                           * * * * *
Ariel tenía razón en que a su maestro no le gustaba la ciudad. El olor y bullicio del gentío le resultaban insoportables y junto a Tormenta, caminaron cuesta abajo hasta la costa. Al menos allí había silencio. El olor del agua salada y el sonido de las olas eran relajantes.
En una playa solitaria, el gaucho descansó, respirando con fuerza. Tormenta no estaba tan cómoda, trataba de hacer pie en la arena y bufaba enojada.
- Ya se ya se, no te gusta mucho el mar. Ya veremos que hacemos. Quédate tranquila.
Al igual que Ariel, el gaucho había oído el canto del Anta Lluki, ordenándole tomar el mar. Debían seguir los pasos del Inca, navegando hacía las islas ocultas por la bruma. La visión que le habían mostrado las armas todavía pulsaba en su mente y su brazo derecho le dolía más que nunca, sumado a una presión insoportable en su pecho. Dicha presión fue sustituida por un golpe de una clase muy diferente, una correntada de aire como barriga de sapo, empapado del olor a sangre y muerte. Una espesa neblina se formó en la costa y un hombre salió caminando de ella.
Don Bruma no podía contener su sonrisa, desplegaba toda su hilera de marfilados dientes. Reía entrecortadamente mientras se acercaba. Su poncho azul marino, camisa blanca y sombrero de panza de burro lo hacían una versión espejada del propio gaucho.
- Muy buenas, patrón. Me llamó Don Bruma. Un gusto.
- ¿Que quiere?
- Cálmese, solo pasaba a saludarlo. Quería presentarle mis respetos a un maestro del esgrima criollo. La Estrella Federal dicen que practica, no deben quedar muchos que lo hagan….
- No, soy el único que queda.
- ¿Es cierto? Había oído que tenía un discípulo, un ahijado…
El gaucho desenvainó con tanta potencia que partió en dos la playa, destrozando varias maderas del tablón, rompiendo la tranquilidad del mar y cortando el telón de bruma.  
- Si lo que desea es un duelo, lo tendrá conmigo. ¡Y con nadie más! 
- Jeh, que carácter. Pero en eso lo apoyó, un duelo debe ser requerido y este no es ni el lugar ni el momento. Ya hablaremos luego. Con su permiso, “maestro”. 
Y Don Bruma se desvaneció en la poca niebla que quedaba.
El gaucho cayó al piso atravesado por el dolor. Su brazo derecho había llegado a su límite. Los años de usar la Anta Lluki habían contaminado su cuerpo.  Sabia que le quedaba poco y no podía permitir que Ariel mantuviese un duelo con ese hombre. Permaneció arrodillado en la arena, con Tormenta acariciándole la cabeza con ternura.
                           * * * * * 
Ajenas a todo esto, Ariel y Juliana viajaban a pie en dirección al volcán. La pobre Marta se vino abajo en cuanto Ariel se sentó.
- Creo que ya estoy demasiado grande para vos, Marta.
La mula tuvo que quedarse en el hostal. Soledad y Juliana apenas se saludaron al conocerse. Ariel no estaba preocupada porque su maestro no hubiese vuelto y le dejó dicho a Soledad que volvería tarde. Las dos amigas de Ariel se dieron una mirada de pocos amigos al despedirse. 
Juliana estaba algo decepcionada por no haber conocido al gaucho y se la pasó todo el viaje preguntando sobre sus viajes y el Estrella Federal. Ariel no estaba muy habituada a compartir pero pronto entró en confianza y comenzó a contarle su historia desde el encuentro con su maestro.
Cuando llegaron a destino, Juliana condujo a Ariel por la ladera de la montaña hasta llegar a una cueva lateral donde un grupo numeroso estaba ocupado, explotando la tierra. Ante la mirada inquisitiva de Ariel, se explicó:
- La principal fuente de ingresos de este pueblo no es el puerto sino la minería. Desafortunadamente los mineros no tienen quien los defienda, lo que posibilita que tipos como estos les quiten el trabajo. Escucharon que habían dado con una veta importante así que echaron a todos y empezaron a vaciar la mina. En cuanto terminen, se llevaran todo el oro a otra parte y este pueblo no vera ni una pepita.
- ¿Y que se supone que haremos nosotras? 
- Devolverle el trabajo a los mineros, por supuesto. Nos deshacemos de estos tipos, restauramos el orden natural y nos hacemos de unas cuantas piezas de oro. 
Ariel le arqueó una ceja.
- Ey, trabajo por comisión. Dale, vamos…- y empuñó su pistola.
Ariel le bajó la mano. - Si vamos a hacer esto, no hay necesidad de pistolas. Yo puedo fácil con estos tipos. Solo necesito una distracción…
- Vos pedís, vos tenés…
Dio un chiflido y Óscar respondió al llamado de su dueña. Algunos mineros ilegales oyeron el silbido pero antes de poder reaccionar el chimango ya estaba arrancando ojos y cortando rostros. En cuanto se posó, los mineros trataron de atraparlo pero Ariel aterrizó sobre la cabeza de uno. Pronto estaba danzando a su alrededor, esquivando golpes de palas y picos y conectando patadas y codazos que los noqueaban al golpe.
Algunos sacaron sus armas. Ariel los desarmó con su chicote. Eran más de veinte pero ella los despachó en cuestión de minutos. El jefe de la banda salió de la cueva y tras limpiarse los lentes y ver el desastre, trató de sacar su arma pero Juliana se la arrancó junto a dos dedos de un tiro certero. 
Uno solo presentó un reto para Ariel, un enorme ladrón que empuñaba un macho y era bastante diestro en el entrevero. Bloqueó el golpe de Ariel y la empujó hacia atrás. Ariel bloqueó una cuchillada con su poncho y dio vuelta a su verijero. 
¡Estilo Estrella Federal! ¡Refocilo Abombado!
El golpe directo en las cejas derribó a su oponente.
Juliana le dedicó un silbido a la maniobra. 
- ¿Quienes son ustedes? ¿Que quieren? –pregunto el herido jefe de la banda de mineros usurpadores. 
-Somos una especie de aseguradora. Nos aseguramos de que los mineros del pueblo recuperen su tierra y uds. entreguen su capital. –explicó Juliana con una sonrisa y sin dejar de apuntarle.  
- Maldita bruta…
- No se de que te quejás. Las lacras como vos que viven de robarle el trabajo honrado a otros no tienen ningún derecho a criticar. El mundo seria un lugar mucho mejor sin sabandijas como uds. que se rodean de matones y guardaespaldas porque por si solos no sirven para nada… 
- Juliana…
- Noesperaesperasiquierestepagoperoporfavor.
- Juliana…
- Claro que vas a pagar pero con lo único que no te robaste…vas a pagar con la vida….
- ¡Juliana!
El chillido de Óscar cortó lo tenso del ambiente. El chimango que había permanecido tranquilo toda la pelea, escapó volando a toda prisa. Uno de los usurpadores se agarró el cuello y se retorció unos segundos antes de caer muerto, retorcido, con la lengua afuera y los ojos saltados. Ariel se dio cuenta que su chaca había empezado a arder. Todos empezaron a correr. Ariel no entendía que significaban esos gritos de “Jusshi” y “Chinchilico” pero Juliana si.
De la boca de la mina comenzaron a salir unas pequeñas criaturas. No tenían cuello ni rodillas, solo eran un tronco con unas extremidades deformadas y unas cabezas sin rasgos.
Todos cubiertos de vello de una anaranjado oxidado y con unos ojos metálicos y carentes de expresión. Las criaturas se acercaron, emitiendo un extraño cliqueo metálico. El grupo estaba dirigido por uno más grande, de tonalidad blanca y que sostenía una lámpara de aceite.
- Ah, bárbaro… muquis- dijo Juliana.
- ¿Muquis?
- Unos duendes de las minas. Exhalan un tipo de gas venenoso. No les gusta el sol ni que los molesten. Son bichos muy peligrosos. Dejaremos esto para otro día- y le dio una patada al jefe- ¡Vámonos, Ariel!
Trataron de huir pero los muquis las rodearon, aprovechando las nubes de la media tarde. Juliana no sabía si tenía suficientes balas para todos.
- ¡Juliana, escapá! ¡Vos también!- les gritó Ariel y sacó sus boleadoras. Al girarlas, estas se encendieron y la llama alejó a los muquis. Al arrojarlas, se genero una explosión que cubrió el valle en llamas. 
Ariel y Juliana lograron escapar por los pelos. El jefe de la banda apenas y pudo salir. Ariel se tomó la molestia de mirar sus quemaduras pero Juliana se fue sin prestarle atención.
                          * * * * *
No se hablaron durante gran parte del trayecto de vuelta. Ariel miraba a Juliana, preguntándose hasta donde hubiese llegado. 
- ¡¿QUE?!- preguntó Juliana, que ya estaba harta de la mirada reprochadora de Ariel. 

- ¿Realmente ibas a matarlo?
- Obvio.
- ¿Por qué?
- ¿Y porque no? No era más que una sabandija rastrera, no hacia la diferencia matarlo.
- Justamente, ¿para que matarlo? Ya se había rendido y no presentaba un peligro. Matarlo no tenia sentido. Puedo entender matar por necesidad, como para proteger a alguien mas pero…
- Justamente, matándolo evitaba  que volviese a aprovecharse de alguien más.
-¿Pero llegar tan lejos como para matarlo así a sangre fría?
- ¡SI! ¿Te pensás que ellos hubieran tenido las mismas consideraciones con vos? ¡Dios! ¿Como fue que llegaste viva hasta acá siendo tan ingenua? ¡Despabílate y hacete a la idea de que la única persona en que tenes que pensar es en vos misma! ¡Es la única forma de sobrevivir en este mundo! ¡Si seguís con esa política de la “niña buena” te vas a matar!!!
-… ¿Que fue lo que te pasó para que estés tan  triste y enojada?
- … es un viaje largo de vuelta  así que escuchá bien porque te la voy a contar una sola vez…
 
 
                                     XXII

La Historia de Juliana

Juliana comenzó a contar su historia, cuyos paralelismos con la suya, hizo a Ariel darse cuenta de cuan diferente pudiera haber sido su vida de no haberse encontrado con el gaucho.
Durante el transcurso de la Guerra del Brasil, la zona portuaria de Carmen de Patagones no era un lugar recomendable para crecer. Era un puerto liberado donde corsarios y piratas venidos de todas partes tenían carta libre para sus excesos en tanto luchasen contra los imperialistas. Juliana se crió sin familia, su padre un marinero de paso, su madre una prostituta del puerto. Abandonada a su suerte, tuvo que aprender a sobrevivir por su cuenta. No tenía memorias felices en las cuales refugiarse, solo el rugido de su estomago para recordarle que seguía con vida. Sobrevivió comiendo carroña, bebiendo de charcos empantanados, aprendiendo a hablar de oído, dando como resultado que aprendiera a hablar con fluidez mas de diez idiomas y también aprendió a copiar las técnicas del savate y la capoeira. Juliana paso muchos años viviendo mas como un perro callejero que un ser humano. Su vida cambió gracias a un encuentro fortuito con un hombre.
Le llamaban “el escribano” porque había sido abogado antes de perderlo todo. Por participar en la “Conspiración de Álzaga” fue condenado y enviado al exilio en la cárcel de las Malvinas donde permaneció por casi dos décadas, hasta que el gobierno perdió interés en su persona y logró escaparse, colándose a un ballenero norteamericano. Así como el destino de Ariel se selló al ser salvada por el gaucho, el de Juliana lo fue al rescatar al escribano de morir ahogado. Una vez recuperado, el escribano partió hacia Montevideo en busca de su fortuna y Juliana decidió seguirlo. El viaje fue largo y peligroso, estando las aguas rioplatenses convertidas en campos de batalla. El escribano le enseñó a leer y escribir y sobre las filosofías venidas de Europa, de los trabajos de Owen, Fourier y Buonarroti; de cómo los oligarcas y los burgueses abusaban del poder, quitándoles el fruto de su labor a los trabajadores y de como la libertad solo se consigue con las armas.
Estas palabras calaron muy hondo en Juliana, quien consideraba su misma existencia una injusticia. Mientras otros como Ariel gozaron de una familia y un techo bajo el cual dormir, ella no había tenido nada más que hambre y sufrimiento.
Se prometió a si misma que un día tendría la fuerza suficiente para no tener que volver a vivir como un perro sarnoso.
Pero la desgracia siguió plagando su vida. El escribano murió, enfermo y débil antes de poder llegar a las costas uruguayas.  Juliana se convirtió en su heredera pero la “fortuna” del escribano resultó ser una colección de libros. Ariel hubiese apreciado el gesto, hubiera visto el corazón del escribano en sus escritos y tomos favoritos pero Juliana, no.
Vendió los que pudo y quemó el resto. Con nada más que una pistola y un poncho, Juliana comenzó a recorrer América en busca de su patria soñada. Trazando una curva opuesta a la de Ariel y su maestro, Juliana pasó los siguientes años viviendo como mercenaria y pistolera a sueldo en las caóticas tierras de las Misiones Orientales; aprendió sobre las criaturas sobrenaturales en Rio Grande do Sul cazando corpos secos; fue ladrona y traficante en Trinchera de San José y “cazadora de perros”, dando muerte a cadejos para El Supremo.
Mientras Ariel pasó unas semanas de compañerismo y tranquilidad con el Epunamun y su tribu, Juliana tuvo una experiencia muy distinta, encontrando un autentico malón.  Había aceptado un trabajo para Kallfükura, protegiendo su suministro de armas para el gobernador Rosas en su lucha contra los boroanos. Llegó a un pacífico pueblo comerciante que se dedicaba a abastecer al ejército federal y cuidar de los suyos. Contempló impotente como el malón destrozó el pueblo, secuestró a las mujeres, incendió hogares con niños y ancianos dentro y ejecutaron a los hombres. Al igual que Ariel, Juliana fue dada por muerta, con una lanza clavada en su hombro. Se quedo arrodillada por horas, viendo como las llamas consumían al pueblo. 
Sin recursos ni ayuda, Juliana tuvo que atravesar los Andes ella sola, volviendo a vivir como una bestia salvaje, cazando animales y durmiendo en la tierra hasta que pudo llegar al Perú. Así fue como terminó en Mollendo.
Durante todos estos años, lo único que la mantuvo viva fue su convicción de que solo la fuerza y el poder importan en esta vida y de que no le importaba los medios que tuviese que utilizar para volverse fuerte hasta el punto en que ya nada pudiera hacerla sufrir. 
Cuando terminó su historia, ya habían llegado a la ciudad y la luna estaba alta, menguando en el cielo. Ariel y Juliana se miraron nuevamente por primera vez. Su amistad era sincera porque ellas lo eran. Al lado del gaucho, Ariel había conocido el arrepentimiento y la generosidad. Por si sola, Juliana había experimentado el desprecio y el rencor.
Ambas se voltearon sin decir palabra y se marcharon en direcciones opuestas. 

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