sábado, 5 de noviembre de 2011

La Daga de Cobre Capitulo XX

Bienvenidos! Vigesimo capitulo de La Daga de Cobre, Una Conversacion en la Azotea, subido!

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Una Conversación en la Azotea

Ariel examinó el contenido de la bolsa que Juliana le había arrojado. Estaba repleta de collares, estatuillas y otras antigüedades bañadas en oro.
- ¿Sos una huaquera?
- Ey, esa es una palabra muy fea. Prefiero el termino,” recuperadora”. Es menos agresivo. Soy algo así como un prestamista. Unos guaqueros de verdad se llevaron todo esto de una huaca y un coleccionista privado me pidió que las recuperase. El ejército me ganó de mano capturándolos pero igual, no hace la diferencia; no es que precisamente las fueran a donar a un museo. Pero como dicen, “ladrón que le roba a ladrón…”
Ariel no estaba muy convencida de que esa fuese razón suficiente.
- Che che, dije que no soy una criminal! Estas piezas no les pertenecen a nadie, los incas no las van a extrañar precisamente. Llevan siglos de muertos. Aparte, necesito comer…
- … eso supongo. 
- ¡Obvio! Aparte, no me vas a negar que fue divertido, de no?
Con una sonrisa, Ariel le devolvió la guayaca. No estaba muy convencida pero si se había emocionado escapando de los oficiales. Además, Juliana le caía simpática. Mientras se acomodaba su rebenque en el cinto, Ariel no se percató de que Juliana tenía la mirada fija en sus boleadoras doradas.  
(...)

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Una Conversación en la Azotea

Ariel examinó el contenido de la bolsa que Juliana le había arrojado. Estaba repleta de collares, estatuillas y otras antigüedades bañadas en oro.
- ¿Sos una huaquera?
- Ey, esa es una palabra muy fea. Prefiero el termino,” recuperadora”. Es menos agresivo. Soy algo así como un prestamista. Unos guaqueros de verdad se llevaron todo esto de una huaca y un coleccionista privado me pidió que las recuperase. El ejército me ganó de mano capturándolos pero igual, no hace la diferencia; no es que precisamente las fueran a donar a un museo. Pero como dicen, “ladrón que le roba a ladrón…”
Ariel no estaba muy convencida de que esa fuese razón suficiente.
- Che che, dije que no soy una criminal! Estas piezas no les pertenecen a nadie, los incas no las van a extrañar precisamente. Llevan siglos de muertos. Aparte, necesito comer…
- … eso supongo. 
- ¡Obvio! Aparte, no me vas a negar que fue divertido, de no?
Con una sonrisa, Ariel le devolvió la guayaca. No estaba muy convencida pero si se había emocionado escapando de los oficiales. Además, Juliana le caía simpática. Mientras se acomodaba su rebenque en el cinto, Ariel no se percató de que Juliana tenía la mirada fija en sus boleadoras doradas.  
- Argentina, no? –
- Euuh…si, lo soy…como te diste cuenta? 
- Por el cantito. Es inconfundible. Mucho mas pronunciado que el mío. Yo también soy argentina, nací en Carmen de Patagones pero me fui hace bastante. Es raro ver a un argentino por acá. La mayoría no viene hasta tan lejos. Justamente ahora, este lugar no es ideal para turistas. Esto es una bolsa llena de gatos, todos los días hay batallas y cambian de presidente cada cinco días.
- Entonces, ¿porque estas acá?
- ¿No es obvio? Plata, querido. Billete, lana, efectivo. El dinero hace al mundo girar y acá es donde se lo consigue más fácil y rápido, literalmente, acá se cae de los árboles directamente o del bolsillo de algún desafortunado. Un país así tiene muchas oportunidades para una “cazadora de fortunas” como tu servidora. Es realmente increíble lo que pagan alguna gente por hacerse con un hueso seco forrado en oro. 
- Jeh, si, creo… creo que tenés razón.
- Y… decimé, ¿andas solo?
Guiño.
- No, no ando sola.
- ¿Ah?
- Soy mujer.
- Eh, ¿en serio? ¡No te creo! A ver…
Acto seguido le levantó el poncho para comprobarlo, ganándose un soberano sopapo. 
                            * * * * *
En la oscuridad de su habitación, el gaucho se hallaba en profunda meditación, sosteniendo la Anta Lluki con la derecha y la Qullqi Chuki con la siniestra. Las armas seguían conversando entre ellas y el gaucho se esforzaba por escuchar. Ya no hablaban del pasado sino que vaticinaban el futuro. Le mostraban un campo de batalla arrasado y las Trece Armas reunidas y esgrimidas por el Españarri. El Sapa Inqa estaba en la cúspide de su poder, a punto de devorar el cielo. El gaucho vio a los Trece Espíritus liberados, siendo domados por el Españarri, sellándolos en las armas.  Una ráfaga de viento cambió el escenario. Ahora el gaucho veía al portador del Anta Lluki, rodeado de un vendaval de fuerza. El arma había recuperado su autentica forma y el espíritu trataba de poseerlo.
El portador luchaba por conservar su humanidad ante la influencia destructora del arma. Pero el portador no era el gaucho.
Un golpe a la puerta lo sacó de su visión. Antes de que Soledad, la hija de los hosteleros, entrara, el gaucho ocultó las armas. 
- Señor, ¿se siente bien? Creí escuchar que se quejaba.
- No, estoy bien, gracias. Solo dormía, es todo.
- ¿No necesita más nada?
- No, gracias.
- Bien. La cena estará pronto lista. ¿Su hija no viene?
- No es… ella vendrá mas tarde.
- Muy bien. Se la traerá cuando este lista. No se levante.
- Gracias.
En cuanto la chica cerró la puerta, el gaucho volvió a contemplar las armas. Seguían susurrando, repitiendo el nombre del Sapa Inqa y del guerrero que le quitará su vida inmortal. 
                            * * * * * 
- Bueno, es aun mas raro ver a una chica argentina por estos pagos…- dijo Juliana mientras se tocaba el cachete inflamado.
- Vos nos sos quien para criticar. Aparte, no viajé sola.
- ¿Y quien te acompañó? ¿Un novio o algo así? 
- ¿Qué? ¡No, claro que no! Es... mi maestro. 
- Maestro, eh? Supongo que el te enseñó a hacer todas esas volatinadas sobre los tejados, no? 
- Si, y no son “volatinadas”. Es el Estrella Federal, un antiguo estilo de esgrima  criollo.
- Bueno, se llame como se llame es impresionante y te da mucha fuerza… auuuu… duele…
- ¿Y vos? ¿Como llegaste acá? Una chica no podría haberse venido desde Carmen de Patagones por si sola.
- Bueno, yo también tuve una especie de maestro. Alguien que me cuidó y me dio dinero para el viaje, justo antes de morir. No me enseñó a pelear como vos pero si me educó, me enseñó a leer, escribir y otra lección muy importante… 
Ariel la miró extrañada.  
- No viene al caso. Ahora lo tengo a Óscar y es todo lo que necesito, o no, peshioso?- dijo, dándole un beso al ave rapaz- Bueh, ya me estoy yendo. Pero no me olvido de vos. Favor con favor se paga, si alguna vez necesitas algo, estoy parando en “El Murciélago”, una tasca en la periferia de la ciudad. Vení a buscarme cuando quieras, por ay podemos salir a “cazar tesoros”.
- Por ay. Suerte, Juliana.
- Suerte, querida, nos vemos.
Juliana se despidió con un beso, dejándose caer de la azotea y desapareciendo entre las callejuelas, con Óscar siguiéndola por los aires. A Ariel le recordó al maniquí automático, sonreía todo el tiempo pero con tristeza.
                            * * * * *
Juliana entró en la mansión de su empleador. Alejandro Macondo Peralta era un empresario colombiano que había hecho su fortuna en base a la venta de armamento, lo que volvía al caótico Perú el lugar perfecto para expandir su negocio. Al recorrer el palaciego pasillo que conducía a la oficina de Peralta, a Juliana se le hacia imposible ocultar su asco al ver como una alimaña semejante, que nunca había tenido que ensuciarse las manos y ni siquiera sabía usar su propio producto, viviese en semejante lujo mientras centenares de personas morían en la pobreza, el hambre y el frío. Pero como era una experta en el arte de negociar, antes de que el secretario de Peralta la hiciese pasar, puso su mejor sonrisa de complacencia.
Peralta era un individuo desagradable en muchos aspectos, desde su personalidad traidora y mentirosa hasta su apariencia de hurón y ademanes demasiado afeminados y exagerados. Pero también era muy inteligente y cruel, lo que le había permitido llegar a la cima del mundo del tráfico de armas, eliminando a la competencia sistemáticamente. Le dedicó a Juliana una sonrisa codiciosa que le devoraba la mitad de la cara al ver que vaciaba la bolsa llena de antigüedades en su escritorio.
- Veo que conseguiste todo lo que te pedí…
- No fue muy complicado aunque tuve un poquito de ayuda. No se preocupe, su nombre no salió mencionado.
- Tanto mejor. Aquí tienes tu paga.
Juliana agarró rápidamente el fajo de billetes extranjeros. A pesar de lo que le había dicho a Ariel, tenía toda la intención de marcharse lo mas pronto de esta ciudad y buscar un lugar con mejores perspectivas, quizás Nueva York o Shanghái. 
- Ah, antes de que me olvide. Creo que encontré lo que andaba buscando. Dijo que era un argentino experto en esgrima, no? Bueno uno acaba de llegar, un maestro del Estrella Federal, lo conoce?
- ¿En serio? Muy interesante y, ¿sabes donde se encuentra ahora?
- No, pero si quiere puedo averiguar. 
- Por favor.
Después de que Juliana se hubo retirado (aprovechando para escupirle a su puerta), Peralta se volvió para dirigirse a una figura que había estado oculta en las sombras de la habitación, escuchando atentamente. Una figura de enloquecidos ojos negros, vestido de azul marino y armado con una hoja curva.
- ¿Oyó, Don Bruma? ¿Podrá ser el famoso “gaucho” que esperábamos?
- Muy probable. Un maestro del Estrella Federal, creí que ya no quedaba ninguno…
- Perfecto, entonces. Lo mandaré a recuperar la pieza de Inkarri y las dos armas robadas y yo me alzaré dentro de las filas del Magno Oncoy.- dijo Peralta, bajándose la manga para acariciar el emblema del Magno Oncoy tatuado en su brazo. 
- No se ofenda pero eso no me interesa en lo más mínimo. Yo solo ansío que mi hoja se alimente de la grasa de un autentico gaucho…
Don Bruma lamió su grasienta hoja con los ojos encendidos de sed de sangre. 

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