domingo, 9 de octubre de 2011

Ah Cimih

Bienvenidos! Un breve recreo antes de tomar la segunda parte con Ah Cimih, un pastiche lovecraftiano!
A disfrutar!

Ah Cimih


Perdóneme padre, porque he pecado. El Señor sabe que he cometido perjurio y faltado a mi palabra pero por mi vida jamás he hecho daño intencionalmente a mis semejantes ni deseado mal alguno a nadie. Pero mí pecado esta más allá de la salvación. He cometido la peor de las blasfemias. He tentado al Señor, me he expuesto voluntariamente a los demonios del Infierno y burlado en su cara, confiando en que Dios me liberase de mi tormento pero fue mi propia soberbia la que me condenó. Veo que no me entiende padre, comenzaré pues, por el principio y le ruego me deje concluir el relato sin interrupciones, porque no creo tener las fuerzas para retomar si acaso me detengo.
(...)


http://www.4shared.com/document/tkrJdIUu/Ah_Cimih.html


Ah Cimih


Perdóneme padre, porque he pecado. El Señor sabe que he cometido perjurio y faltado a mi palabra pero por mi vida jamás he hecho daño intencionalmente a mis semejantes ni deseado mal alguno a nadie. Pero mí pecado esta más allá de la salvación. He cometido la peor de las blasfemias. He tentado al Señor, me he expuesto voluntariamente a los demonios del Infierno y burlado en su cara, confiando en que Dios me liberase de mi tormento pero fue mi propia soberbia la que me condenó. Veo que no me entiende padre, comenzaré pues, por el principio y le ruego me deje concluir el relato sin interrupciones, porque no creo tener las fuerzas para retomar si acaso me detengo.
Vera Ud., toda la vida me he dedicado a servir a Dios. Ingrese al noviciado a los quince, convencida de que había recibido el Llamado Divino. He viajado por todo el país y los vecinos en calidad de misionera, trabajando en hospitales, clínicas e iglesias parroquiales. Debo reconocer cierta soberbia en mi actuar, consideraba que Dios me había encomendado la tarea de consolar a aquellos que sufren. Pero ahora no existen palabras de anhelo para mi alma atormentada.
Hace cosa de unos tres meses me encontraba en una empobrecida aldea de Guatemala, llamada La Ceiba Siguanha, ubicada en una zona selvática del país. Es una región habitada por descendientes de los indios paganos, que aun conservan el idioma de sus salvajes antepasados. Viven en la enfermedad y la indigencia esas pobres almas, sin más consuelo que la piedad cristiana. Había sido convocada para asistir a una improvisada clínica que luchaba cuanto podía para salvar a los pobladores del azote de la malaria y el cólera, sin mencionar la proliferación de enfermos mentales. Fue justamente uno de estos el que me encaminó en dirección a mi perdición.
Llegó al pueblo a la carrera, echando espuma por la boca y pronunciando incoherencias. No hubo nada que pudieran hacer los doctores en su ayuda, muriendo al tragarse su propia lengua el pobre desgraciado. Los lugareños lo identificaron como un tal "Pepo", que se había aventurado en la selva sin compañía. Circulaba una leyenda local sobre que, en el interior de la espesura, se alzaba  una ominosa caverna que era en verdad la entrada al Xibalbá, el Infierno de los pueblos mayas. Obviamente, la considere entonces una ridícula superstición, percatándome de lo equivocado de mi suposición tiempo después.
En las últimas semanas de Agosto, nuestros suministros médicos empezaron a escasear y me ofrecí voluntaria a viajar a la ciudad más cercana por provisiones. En mitad del recorrido nuestro vehículo sufrió un desperfecto del motor que nos dejó varados en medio de la jungla.

Consultando el mapa, descubrí que la mejor ruta hacia el puesto de control mas cercano era seguir el rió, para lo cual había que atravesar algunos kilómetros de selva virgen. Mis acompañantes se negaron fanáticamente, incluyendo al soldado de guardia, que se había contagiado de las supersticiones locales. Después de una infructuosa discusión, decidí intérname yo sola en la espesura.
Aunque llevaba meses en la región, aun no me acostumbraba al calor agobiante y los descomunales insectos que se lanzaban sobre mi cabeza a mansalva. La sofocante humedad le confirió a mis ropas el peso del plomo y me vi obligada a desprenderme de algunas y adoptar una apariencia más atrevida de lo que estoy acostumbrada. Cuando comenzaba a arrepentirme de mi decisión, mi mente jugándome jugarretas con las sombras y los sonidos de los animales cercanos, estalló una terrible tormenta imprevista.
El aguacero era tan potente que apenas podía ver a veinte pasos frente a mí, así que corrí desesperada en busca de refugio. Finalmente llegué a una amplia cueva donde me senté a esperar que aminorara la tormenta.
Estaba empapada y acalambrada, además de absolutamente perdida, pero confiaba en que Dios proveería, así que me puse a rezar. Mis plegarias fueron interrumpidas por un escalofriante eco que resonó en las profundidades de la caverna. Al principio creí haber perturbado a algún animal salvaje pero había algo vagamente humano en el distante quejido. La curiosidad y mi soberbia se confabularon para condenarme y sin medir las consecuencias de mis acciones, comencé el descenso hacia las profundidades de la Tierra.
La cueva me envolvió con su inhóspita oscuridad al tiempo que el sonido parecía, por increíble que le parezca, hacerse más y más distante a medida que avanzaba, alejándose con cada paso mío. También note que el agua de la tormenta empezaba a filtrarse por el suelo, primero como un charco bajo mis pies, luego creciendo hasta ser un vado y finalmente se convirtió en un río que me cubría hasta las rodillas. Debería haber regresado pero me convencí a mi misma que el débil sonido era un grito de auxilio y que seria una ofensa a Dios ignorarlo. Por fortuna traía conmigo una linterna de mano que me proporcionó cierto consuelo al iluminar esa boca de oscuridad aunque pude ver que el trayecto frente mío se aventuraba todavía extenso.
El agua me llegaba ya hasta la cintura y la caverna se transformó en un túnel, que iba acortándose poco a poco mientras el sonido continuaba disminuyendo. Cuando ya nadaba más que avanzar y el túnel se cernía sobre mi cabeza, alcance a vislumbrar un tenue resplandor verdoso a lo lejos. Retomé la marcha con más fuerza, desesperada por llegar  a la fuente del sonido. Finalmente llegue a destino descubriendo que la caverna ocultaba en su interior una laguna subterránea. Dicha laguna era inmensa, aun más que esta iglesia, padre; el brillo de mi linterna formaba aterradoras figuras de pesadillas que se proyectaban en las viscosas paredes.
El sonido había cesado por completo, dejándome sola con mi respiración. En el centro de la laguna se alzaba una isla cubierta de rocas y nadé hacia ella con agitación.
Al arribar, descubrí con horror que lo que creía rocas eran en verdad restos humanos. Cientos de cráneos desperdigados por todo el islote. Horrorizada, busqué la salida de este tétrico lugar, percatándome de una construcción en la parte mas elevada del islote. Al llegar descubrí que se trataba de un altar, perteneciente a alguna cultura mesoamericana perdida, cubierto de relieves que retrataban perturbadoras imágenes de rituales paganos. El altar estaba cubierto de sangre seca y comprendí que era un centro de sacrificios precolombinos. Conocía las artes mayas y aztecas pero esta no se parecía a ninguna que hubiera visto. Las figuras representadas eran en su mayoría de insectos, todos completamente fuera de escala, iguales o mayor en tamaño a los humanos. Moscas, libélulas, hormigas y ciempiés de tamaño monstruoso.
Las figuras de humanos tampoco eran exactas, las mascaras de rasgos como insecto de los sacerdotes se fundían con sus cabezas y algunos poseían miembros adicionales o alas en la espalda. Una sensación de profundo asco se acumuló en mi garganta, extraje el crucifijo de mi escote y pronuncie una plegaria en voz alta. Al terminar, el mismo sonido que me atrajo retumbó con la fuerza de un trueno y de la profunda oscuridad se alzó una bestia monstruosa verdaderamente indescriptible. Su tamaño era ciclópeo, mayor que cualquier edificio, chocando contra el techo y sus brazos cubriendo toda la extensión de la cueva. Su rostro no se correspondía con animal alguno, a excepción quizás de alguna exótica clase de insecto. Sus fauces se abrieron de par en par, expandiéndose en diagonal equivocadamente y el interior de su boca era un mundo de negrura. Perdí todo atisbo de cordura en ese momento.
Desconozco como escapé de la cueva, lo cierto es que cuando me encontraron horas después, al pasar la tormenta, vagaba por la jungla casi desnuda, habiéndome arrancado las ropas en mi delirio y vociferaba cantos eclesiásticos, acomodados de  forma totalmente arbitraria. Necesitaron someterme a un intenso tratamiento medico para restaurar mi compostura y cuando volví a tener conciencia de mi misma, ya había transcurrido un mes. Me diagnosticaron un ataque de histeria, producido por las adversidades climáticas y no me atreví a contradecirlos, deseando no compartir mi experiencia en la caverna.
Regresé a la Argentina y tomé residencia en esta iglesia. Paso las noches en vigilia, rezando el rosario en voz alta hasta que despunta el alba y me he negado a consumir alimentos sólidos, incapaz de digerir comida ninguna, a excepción de algunas sopas, por razón desconocida. Hará cosa de un mes, un antropólogo vino a confesarse ante Ud. y yo lo detuve  a la salida, increpándole con consultas sobre la cultura maya. El me relató la historia de Ah Cimih, el dios maya de la muerte que gobierna el Inframundo de Xibalbá pero su descripción no se correspondía exactamente con la criatura que presencié, así que lo deje en paz.
Finalmente no pude contenerme mas y he venido a confesarme ante ud., padre. Porqué estoy convencida de que he sido castigada por mi soberbia. De no haberme internado en la selva, de no haber descendido a la cueva, de no haberme posado en la isla. Pude detenerme en cualquier momento pero no lo hice, padre! Y ahora, ahora! Veo el rostro inhumano de aquella criatura cada noche, en cada momento de oscuridad, al cerrar los ojos inclusive. Lo veo a cada hora, cada minuto, cada momento del día. ¡Ya no puedo soportarlo más! ¡Ayúdeme, padre! ¡AYÚDEME!    

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