domingo, 23 de octubre de 2011

Intermedio: El Informe de Ramona Oriundo

Bievenidos! Y con El Informe de Ramona Oriundo" terminamos con nuestro intermedio de relatos de terror! La proxima habra un compilado para estar al dia con la parte final de La Daga de Cobre!

El Informe de Ramona Oriundo


Aunque el siguiente informe puede parecerles fantasioso y carente de credibilidad, poniendo en tela de mi juicio mi razonamiento y hasta tal vez mi cordura, pero les aseguro que mis acciones fueron motivadas por la premura y la precaución y no la locura. Quizás al terminar la lectura comprenderán mis motivaciones y porque tome la decisión de incendiar dicha habitación, provocando  un incendio que lamentablemente se extendió por todo el pabellón y los cercanos. No me arrepiento de mi decisión y les repito que no fue motivada por la locura sino, muy por el contrario, por la lógica de la preservación y el instinto de supervivencia.(...)

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El Informe de Ramona Oriundo


Aunque el siguiente informe puede parecerles fantasioso y carente de credibilidad, poniendo en tela de mi juicio mi razonamiento y hasta tal vez mi cordura, pero les aseguro que mis acciones fueron motivadas por la premura y la precaución y no la locura. Quizás al terminar la lectura comprenderán mis motivaciones y porque tome la decisión de incendiar dicha habitación, provocando  un incendio que lamentablemente se extendió por todo el pabellón y los cercanos. No me arrepiento de mi decisión y les repito que no fue motivada por la locura sino, muy por el contrario, por la lógica de la preservación y el instinto de supervivencia. Numerosos testigos corroboraban que colaboré fervientemente en la extinción del fuego y las pericias demostraron que su expansión se debió a la presencia de materiales inflamables en las habitaciones cercanas, que se suponían vacías de cualquier instrumental medico. Aun así siento que debo explicar mi accionar. No espero que entiendan completamente mis actos pero si que entiendan mi urgencia por actuar pronta y efectivamente. 

Comenzaré entonces con la llegada del señor arquitecto Alberto Steinmeir, reciente viudo, de 62 años, con tres hijos; quien fue internado en nuestra institución tras descubrir que había permanecido el fin de semana entero encerrado en su oficina, sin comer ni asearse, cubierto de machas de tinta, sobre una pila de bocetos y planos carentes de sentido.
Su hijo mayor Gustavo, de 37 años, decidió recluir a su padre, adjudicándole el episodio a la muerte de su madre el mes pasado. Evidentemente esto lo había afectado más de lo que pensaban.
El señor Steinmeir presentaba un cuadro sicótico realmente único. Hasta el Viejo Borda estaba impresionado. Al señor Steinmeir se le diagnosticó un trastorno obsesivo-compulsivo, caracterizado por una fijación en diseñar edificaciones físicamente imposibles, de formas no-euclidianas e hiperbólicas. Estaba totalmente ajeno al mundo exterior, absorto por completo en su fútil trabajo, ignorando el comer o dormir, matándose lentamente por extenuación.
Su única reacción provenía al tratar de quitarle sus materiales de escritura, tras lo cual se tornaba violento y casi imposible de contener. Al comprobar que no había riesgo de que ingiriese sus propios instrumentos, se le permitió conservarlos. El doctor Arenales, el medico designado, diseñó un sistema que probó ser exitoso por un tiempo, mediante el cual retiraba paulatinamente el material disponible, y al tener que solicitar nuevo, el señor Steinmeir se veía forzado a interactuar con su medico.   
En las semanas siguientes sostuve escuetas conversaciones con el Señor Steinmeir, durante los breves instantes en que aceptaba ser alimentado mientras esperaba repuestos de papel y tinta.
En dichas charlas pude comprobar que, más allá de sus compulsiones, el señor Steinmeir era un hombre tranquilo y agradable. Extrañaba a su esposa pero, contrario a lo que pensaban sus hijos, había aceptado su muerte con tranquilidad.  Su obsesión había nacido una semana antes del episodio, cuando sus hijos, al verlo abatido y triste tras el funeral, lo convencieron de pasar un fin de semana en Capilla del Monte, esperando que el aire libre le levántese el animo. Aunque ameno y acompañado por la familia de su hijo menor, el viaje se le antojó solitario y agotador. La noche del sábado pasaron por las cercanías del Cerro Uritorco y fueron testigos de un espectáculo de luces iridiscentes de origen inexplicable. Esa noche, el señor Steinmeir experimentó un sueño como ningún otro, tan lucido que la imagen persistió al despertar, disolviendo la tenue línea entre realidad y fantasía.
Se encontró de pie bajo una arcada de un material brillante, cubierto de joyas y sobre una escalera de aparentemente cristal que se extendía por kilómetros en un espacio estrellado hasta llegar a una fortaleza. La ciudadela brillaba con un resplandor etéreo de tonalidad azulada que se debía a estar compuesta en su totalidad por lapislázuli. Altas torres coronadas en punta de aguja a los costados y gárgolas semejantes a sapos posadas en los merlones. Al acercarse, el enorme portón enjoyado se abrió, permitiéndole ver el fulgurante patio central donde circulaba una procesión de figuras encapuchadas,  ligeramente afeminadas, entonado una mecánica y rítmica melodía,  en circulo alrededor de tres espejos, que reflejaban haces de luces purpúreas venidos de los cielos estrellados.
Supo inmediatamente donde estaba, así como las respuestas a todas las preguntas jamás formuladas. Estaba en Erks, la Ciudad de Los Misterios.
Desde esa noche, su propósito fue reproducir la entrada a la ciudadela. Había visto siete portales que conectaban a la Ciudad Lapislázuli con el mundo material, uno de los cuales acaba en el Cerro Uritorco precisamente. Pero el señor Steinmeir estaba convencido de que la escalera de cristal de su sueño podía ser accedida reproduciendo el ángulo físicamente imposible de su arcada. En ese momento no pude más que compadecerme por el pobre anciano delirante, incapaz de aceptar la perdida de su esposa y la cercanía de su propia muerte y hasta acaricié su rostro tras administrarle los sedantes necesarios para que sostuviese aunque sea unas escasas horas de sueño, que tanto necesita pero renegaba.
Tras dos semanas y media, el doctor Arenales le prohibió al señor Steinmeir el acceso a sus instrumentos de escritura durante los 60 minutos de terapia diaria. Semejante cantidad de tiempo alejado de su trabajo era inaceptable para el anciano, quien tuvo un nuevo acceso de locura, debiendo ser sometido. Tras tres episodios similares, el señor Steinmeir entendió su posición y acepto el trato.
Durante las sesiones, el señor Steinmeir insistía en su cordura pero continuaba repitiendo, con total convicción, su afán por reproducir la arcada de sus visiones oníricas y así regresar a la Ciudad de los Misterios.
Su ilusión era inamovible, convertida en la razón de su vida, tan perenne como las murallas de su fortaleza de ensueño.
Tras un mes de iniciado el tratamiento y al no ver mejorías, el doctor Arenales ejecutó un enroqué, sustituyendo la hora de terapia por una hora de trabajo grafico. Nuevamente hubo que lidiar con los arranques de violencia del señor Steinmeir al removérsele su material, pero finalmente accedió a los nuevos términos y durante los siguientes seis días trabajo con inusitada vigorosidad bajo la atenta mirada del doctor durante las tardes y el resto del día permanecía en un estado casi catatónico, interactuando brevemente durante las horas de baño y comida. El séptimo día, una criada y yo realizamos un descubrimiento perturbador. El señor Steinmeir había robado tizas durante sus sesiones y trabajado por las noches, cubriendo la totalidad de su habitación con diseños y figuras incomprensibles.
El señor Steinmeir fue severamente reprimido, encerrado en una habitación acolchada, mientras el personal de maestranza trabajó inútilmente durante horas, tratando de limpiar los dibujos que se extendían inclusive hasta el techo, preguntándose como se las ingenió el anciano para llegar tan alto (lógicamente apiló sus colchones y la cama e improvisó una escalera).
Sintiendo que había fracasado, el doctor Arenales devolvió al señor Steinmeir a su habitación pero ordenando vigilarlo constantemente y mantenerlo regularmente sedado. También le quitó todos sus materiales de escritura. El resultado fue la transformación del señor Steinmeir en una patética y llorosa figura, acurrucada en un rincón oscuro de su habitación, delirando y murmurando en voz baja sobre formas y diseños imposibles. Se negaba a comer y dormir nuevamente, debiendo ser alimentado por un suero y sedado con narcóticos pero su salud continuó deteriorándose. Fue tres días después cuando sucedió algo inesperado. En el transcurso de una sola noche, el señor Steinmeir reunió toda la materia fecal posible y embadurnó las paredes de su habitación con nuevos diseños.
Estaba total, absoluta, completa y cualquier otra palabra que termine con ente, impresionada (sin mencionar asqueada) con la visión que me recibió al abrir la puerta y ser impactada por la peste a desechos y locura humana y ver la figura arrodillada y delirante del señor Steinmeir. Al hallarse gravemente debilitado y enfermo, el señor Steinmeir fue recluido en la Unidad de Enfermería, donde falleció un día después debido a su delicada salud y los últimos días de negarse a ingerir alimento alguno.
Fue entonces cuando sucedió. El terrorífico evento que me llevó a tomar la drástica decisión de incendiar un área entera del asilo intencionalmente. No deseaba dañar el hospital sino clausurar permanentemente esa maldita habitación. Pues verán, lo que sucedió no puede ser explicado en términos racionales, solo ser entendido en los de la urgencia y la reacción defensiva. Me hallaba en medio de la habitación, cubierta con un barbijo para soportar la peste de las heces insalubres, preguntándome como pudo ser que un hombre tan agradable haya descendido a semejantes niveles de locura, cuando mis ojos repararon en un diseño en particular. Una puerta, algo estilizada en los bordes pero bastante corriente en comparación al resto de los diseños de la habitación.
Se hallaba en la pared oeste y su altura era de poco más de dos metros. Un picaporte de diseño sencillo pero práctico, decorado con una runa de un tipo desconocido, delataba la funcionalidad del dibujo y resaltaba su sencillez respecto a los incoherentes y retorcidos dibujos y figuras trazadas con tiza y materia fecal. Unas pequeñas marcas en la parte superior del dibujo me intrigaron y al inspeccionarlos me di cuenta que eran la marca de un clavo trazado en tiza, reforzado con tornillos alrededor de una figura cónica. Comprendí entonces que era una aldaba vista del revés. Me llamo mucho la atención y no pude entender porque el señor Steinmeir había dibujado una puerta del lado equivocado ¿Acaso esperaba recibir visitas del otro lado del muro, el cual solo daba a un costado de la pared interior del asilo? Me sentí aun mas entristecida y me disponía a salir cuando me detuvo en seco un sonido, un sonido carente de lógica, un sonido imposible bajo toda ley de la lógica y la cordura, un sonido grave y pesado, que retumbo tres veces seguidas, paralizándome en mi lugar y se repitió en una nueva secuencia mientras me volteaba lentamente, invadida por el miedo.


Tocaban a la puerta.  



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