martes, 11 de octubre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo X

Bienvenidos!
Asi comienza la Segunda Parte con Un Saludo!
Empezamos!

                                               X

                                      Un Saludo

Villamonte tenía la garganta reseca y las piernas no dejaban de temblarle. Hacia su mejor esfuerzo por aparentar tranquilidad pero sus ojos, que se movían frenéticos de un lado al otro, lo traicionaban. Su peor miedo se había vuelto una realidad. Rosas lo había mandado llamar y Villamonte ya se figuraba enfrente del escuadrón de fusilamiento.
Tras hacerlo entrar, Rosas no le prestó atención, ocupado revisando sus notas y mapas. Lo que mas inquietaba a Villamonte era la colección del Gobernador de restos de animales exóticos. A lo largo de su campaña por territorio indígena, Rosas había dado caza a un extraño menagerie de criaturas que pululaban por las pampas y ahora decoraban su oficina de campaña; esqueletos, cabezas y cuerpos disecados de Pitayovais, Alicantos y Peteys se veían por doquier.  (...)
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                                       X

Un Saludo

Villamonte tenía la garganta reseca y las piernas no dejaban de temblarle. Hacia su mejor esfuerzo por aparentar tranquilidad pero sus ojos, que se movían frenéticos de un lado al otro, lo traicionaban. Su peor miedo se había vuelto una realidad. Rosas lo había mandado llamar y Villamonte ya se figuraba enfrente del escuadrón de fusilamiento.
Tras hacerlo entrar, Rosas no le prestó atención, ocupado revisando sus notas y mapas. Lo que mas inquietaba a Villamonte era la colección del Gobernador de restos de animales exóticos. A lo largo de su campaña por territorio indígena, Rosas había dado caza a un extraño menagerie de criaturas que pululaban por las pampas y ahora decoraban su oficina de campaña; esqueletos, cabezas y cuerpos disecados de Pitayovais, Alicantos y Peteys se veían por doquier. Villamonte trataba de no mirar la peor de todas a su gusto. En un frasco de cristal, una criatura no más grande que un gato pero con los rasgos de un infante, el Tac-iuai,  una especie de caricatura de mal gusto de un niño vestido de paisano; se retorcía y gimoteaba lanzando siseos en una extraña lengua viperina.
Rosas dejó los papeles a un lado y se inclinó para observar mejor al duendecillo quién le enseñaba el dedo del medio en señal de reto.
- Fascinante, ¿no cree así, Teniente?
- ¿Perdone ud?
- Digo que son fascinantes. Pensar que uno ha leído sobre ellos en libros y cuentos de hadas pero no cree que existan hasta encontrárselos cara a cara. ¿Cree que, como dicen las historias, hay uno en cada rincón del planeta?  Todas esas fantásticas criaturas y apariciones siendo verdaderas… ¿Puede imaginar semejante poder? ¿Ha oído sobre la “misión de Nahuel Huapi”?
- Euuh...no, señor.

- Era una orden de misioneros jesuitas que partieron desde Chilóe, a principios del siglo pasado. Cuando asesinaron a una comitiva en las cercanías del lago, la misión fue abandonada. La historia dice que fueron los indios pero hay otra versión. Una que dice que una enorme bestia se alzó del lago y los devoró a todos. ¿Se imagina si fuera cierta? ¿Si se pudiese capturar y dominar a semejante criatura? Imagínese la revolución que eso supondría en la guerra naval. El poder de la naturaleza misma a nuestra disposición. 
Rosas se levantó y el corazón (por no decir los testículos) se le subió a la garganta a Villamonte. 
- Supe que esta teniendo problemas con un fugitivo. 
- N...no, no se preocupe, mi general. Pronto lo tendré bajo captura.
- Supe que tenía un asesor para dicho encargo.
- Euuh…si. Si, señor. Pero tuve que dejarlo ir, señor.
- ¿No será mas bien que se le escapó? ¿Que derribó la puerta de su celda y mató a tres guardias en su escape? 
- E… eso fue un descuido de mis hombres, señor. Le aseguro que ese hombre será capturado también y responderá por sus acciones.
- Hasta donde sé, fue de utilidad.
- Supo guiarnos tras el gaucho y logramos tenderle una emboscada, aniquilando a unos cuantos salvajes en el proceso pero fue debido la incompetencia de ese Gorrichi que el gaucho se nos escapó.  No es mas que un delincuente, señor. 
- Ya veo.- Rosas se volteó de nuevo hacia el duende que se frotaba el culo contra el cristal.- Y, ¿donde esta ahora su "matrero”, Teniente?
- Euuh… sabemos que cruzó la Cordillera así qué ahora estará en territorio chileno, señor.
- Entiendo. Pase ud., entonces.
La puerta se abrió e ingresó un hombre con el uniforme chileno. A Villamonte le molestaba compartir crédito. Ya había tenido que soportar a los hombres de Quiroga mientras perseguía al gaucho en La Rioja y ahora Rosas lo obligaba a colaborar con un “huevón”. Para colmo de males era alto, fornido, con una larga cabellera rubia y demasiado bien parecido.
- Este es el Comodoro Millalobo. Sera su nuevo “asesor” mientras busca al fugitivo. 
Villamonte aprovechó que Rosas estaba de espaldas para no darle la mano.
- El gobierno chileno nos prestará su colaboración en capturar al fugitivo en tanto lo tomemos bajo nuestra custodia. Colaboré con Millalobo, Villamonte, es una orden. Comodoro, ¿tiene alguna información sobre el gaucho?
- No, pero no será muy difícil encontrar. Sabemos de qué anda acompañado de un niño, eso lo hará destacar. Inclusive podemos usar al infante como carnada.
- Haga lo que tenga que hacer pero que el niño no salga lastimado.
- Como ud. guste.
Villamonte carraspeó disgustado.
- ¿Le pasa algo, Teniente?
- La verdad señor, con todo respeto, ¿a que viene tanto problema por un simple gaucho roñoso?
- “¿Gaucho roñoso”? Jeh, evidentemente ud. no tiene idea de a quien enfrenta. -Rosas se volteó para mirarlo.- Ese hombre es el ultimo de los Infernales.
Villamonte quedó enmudecido.
- ¿Los Infernales, señor?- preguntó Millalobo.
- Eran los mejores hombres de Güemes. Los más valientes y talentosos soldados que ha dado nuestro suelo. Ese hombre debe ser el último en todo el territorio que aun practica el Estrella Federal, un antiguo estilo de esgrima de tiempos de la colonia. Subestimarlo seria un error fatal, recuérdelo. No le de la oportunidad de desenvainar o ud. y sus hombres acabaran muertos.
- Pucha la wea… que descueve…- murmuró Millalobo.
- Pe…pero señor, si esto es así… entonces porque el interés por capturarlo? Hay que eliminarlo enseguida…  un asesino en masas así… no puede ser dominado!
- Me malentiende, Villamonte. No es tanto el hombre en si lo qué importa sino el arma que porta en su cintura. 
-¿Su facón?
- Ya puede retirarse, Millalobo.
Una vez el chileno se hubo ido, Rosas se explicó:
- Si, su facón, Villamonte. Sin duda se trata de una de las “trece armas del Potosí”. Una sola de ellas vale más que cien escuadrones. Si acaso me hago con todas, no habría fuerza en este mundo capaz de oponérseme. Consígame esa arma Teniente o no se moleste en regresar.                               
                            * * * * *
Entretanto, el gaucho  y Ariel seguían camino en dirección norte.  Habían pasado varias semanas de su encuentro con la Fiura y el relato del gaucho pero Ariel no mejoraba desde que sostuvo la Anta Lluki. Seguía aquejada de fiebre y apenas podía sostenerse a lomo de Marta, cayéndose de costado empapada de sudor a cada rato. La voz del Anta Lluki resonaba en su cabeza como el estruendo de una guerra, trayendo imágenes del pasado distante. El gaucho se acercó para ayudarle a bajar.
- ¿Estas bien, Ariel?
- S...si...no...no. Más o menos.
- ¿Seguís escuchándola, verdad?
Ariel apenas pudo asentir.
- Lo lamento, pero era la única forma en que podías entender.- dijo, apoyando su mano en su hombro.
Ariel se la apretó y sonrió, dándole a entender que era su decisión solamente y no se arrepentía. 
El gaucho no pudo sonreír. 
- Tendremos que pasar acá la noche. Voy a buscar madera.
Antes de que se levantara, Ariel divisó algo a lo lejos y con un chillido de voz se lo señaló. El gaucho observó colina abajo un grupo de edificaciones ruinosas. Al acercarse, resultaron ser ruinas incas, abandonadas hacia siglos. El gaucho pasó la mano sobre la piedra pulida con tristeza mientras Ariel se dejaba caer sobre un muro. Ambos podían oír una voz antigua provenir de las rocas. 
Al caer la noche, siguieron oyéndola.
                            * * * * *
La luna estaba completa por la mitad en el cielo, iluminaba el valle con luz mucho más potente que la de su austera fogata. Ariel seguía temblando, atacada por los espasmos y la fiebre. El gaucho no podía dejar de culparse en silencio. Acariciaba la punta de la empuñadura, nervioso.
Sentía que había sido un error haber expuesto a Ariel a la presencia oculta en la daga, era una fuerza demasiado poderosa para el mismo, todos los días luchaba contra su influencia y ahora la había condenado al mismo destino. 
Había tenido que soportar un dolor similar, pasando varia semanas en esa playa, escuchando la voz de la daga reverberando en su cabeza con imágenes de guerra y el fin de los tiempos. Estuvo a punto de perder la cordura en varias ocasiones. 
Viendo como Ariel se esforzaba por incorporarse el gaucho pensó para si, esta niña es más fuerte de lo que parece. Demasiado, quizás. 
Entonces ambos lo sintieron. La voz vino con más fuerza, un grito del pasado advirtiéndoles de un peligro presente. Se levantaron al mismo tiempo. Sus animales no habían sentido nada y los miraban extrañados. Se voltearon para mirar una columna en cuya punta, un hombre que segundos antes no estaba, los observaba. 
Tenía el cabello negro largo hasta los tobillos, este ondulaba despacio con el viento nocturno. Tenía los brazos y pies al descubierto. Su traje, aunque escaso, daba la impresión de ser una armadura.  Sostenía en sus manos una larga vara plateada en cuya punta, una estrella brillaba bajo la luz de la luna.
- ¿Quien sos?- preguntó el gaucho con la mano sobre el puñal.
El hombre le observaba con unos ojos azules que brillaban como joyas en la noche. Una belleza antigua. 
- Me llamo Tupa Yawar. Portador de la Qullqi Chuki, Anta Citua, la luna de riego.- dijo, enseñando su arma.
- ¿Sos uno del Magno Oncoy? –preguntó el gaucho, ya conociendo la respuesta.
- En efecto.
El gaucho apretó los dientes. Jamás imaginó que el Magno Oncoy tuviese una de las Armas del Potosí en su poder.
- Fui enviado con la misión de recuperar el Hatun Cuzqui, la luna de la cosecha, ya que ella fue con la que se grabó la indicación de la tumba de Inkarri y en ella reside dicho saber.
Su macana brilló con la luz lunar.
- ¿Y? ¿Por que no la tomaste?
- No soy un vil ladrón, busco tener un duelo justo con su portador.
- ¿“Duelo justo” decís, siendo una de las alimañas del Magno Oncoy?
-Podría haberte matado en tu sueño pero consideró que como portador del Anta Lluki, mereces un combate  honorable y directo.
- No me hagás favores.
Tupa entonces saltó y se colocó detrás del gaucho. El movimiento fue tan rápido que Ariel no pudo seguirlo y hasta el propio gaucho se sorprendió. 
- Así como tu arma anuncia el momento de la cosecha, el fin del año.- dijó Tupa colocándose  en posición de pelea- La mía distribuye las tierras a los justos cuando la chicha se vierte en los ríos. No deberíamos combatir entre nosotros sino preparar el mundo para el regreso del Sapa Inqa.
- Perdoná si no me uno a la fiesta.
- Entonces, duelo será.
El gaucho desenvainó y lanzó un corte hacia Tupa quien lo bloqueó con su macana. El combate estalló en la noche. Los dos estaban enfrascados en una danza mortal. El gaucho giraba sobre si mismo, dándose impulso para las estocadas y cortes mientras Tupa hacia bailar a su macana, cubriéndose y atacando a la vez en círculos concéntricos.  A Ariel le recordaban a la luna, cambiando en el cielo. El gaucho se apoyó en una mano y con las piernas se dio impulso hacia adelante con el puñal invertido.
Estilo Estrella Federal! Refocilo Boliado!
La misma técnica que destrozó las cadenas del Cimarrón no tuvo efecto en Tupa quien detuvo el golpe con su arma y dio una voltereta hacia atrás, clavando su macana en el suelo. Apoyándose en la punta, Tupa giró sobre si mismo y redujo la distancia con el gaucho en un instante dándole una patada en pleno pecho que, de no haber colocado el poncho como escudo, le hubiese destrozado las costillas como hizo con su rastra.
Killa Hunt´a Muyuriy!
Ariel estaba enferma y cansada pero sacó fuerzas de donde pudo y arrojó sus boleadoras. Sin voltearse siquiera, Tupa las enredó en su arma.
El gaucho se recuperó, se colocó el poncho en su brazo izquierdo  y se mandó en estampida, lanzándolo contra la cara de su oponente en el último momento. Tupa no se dejó engañar por la artimaña y antes de que el gaucho anunciase su técnica le atrapó los brazos con su macana.  Nuevamente el poncho salvó la vida del gaucho, enredándolo en el Qullqi Chuki pero aun así el impulso lo dejó a merced de un puntapié directo a la barbilla.
Ariel trató un nuevo ataque furtivo en auxilio del gaucho, saltándole atrás a Tupa con su puñal pero otra vez Tupa no tuvo ni que mirarla, alejándola de un golpe con  la punta plateada de su macana que le destrozó el rostro. 
Con autentica furia en su mirar el gaucho, lanzó un grito y con la punta del facón de frente, cargó directo contra Tupa.
Estilo Estrella Federal! Refocilo Parejero!
Esta vez el golpe fue certero, cortando parte de la armadura de Tupa y con la fuerza suficiente para lanzarlo por los aires.
Evitando la estocada final usando su macana para golpear el hombro del gaucho, Tupa dio unos brincos hacia atrás y regresó a la punta de la columna.
El tajo del gaucho había destrozado su armadura y lastimado su pecho.
- Basta. Veo que no se te debe subestimar pero dejaremos el combate para un momento mas propicio. Considera esto un saludo, nada más. Me retirare hasta la próxima luna en cuarto creciente. Recuerda gaucho, que el Magno Oncoy siempre tiene ojos vigilándote. Huir no es una opción. Nuestro duelo tendrá lugar pronto.
Y dicho esto, desapareció en la noche.


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