lunes, 3 de octubre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo VI

Bienvenidos! El capitulo sexto ya esta subido!
Link y cuento despues del salto!
A disfrutar!

                             VI 

Una Confrontación con los Indios Ranqueles

Gracias a las influencias que había ganado con los años, Yolanda pudo evitar la ira del ejército federal, quienes demandaban entregar al criminal buscado.  El gaucho y Ariel se habían marchado hacia rato. Yolanda apenas alcanzó a dejarles una cantidad considerable de dinero antes de que rajaran a toda pata. De la cobarde alimaña que inicio todo este revolutis no se supo mas nada, huyó lo mas lejos posible antes de que se acordarán de el. Yolanda se portó como todo una empresaria, curó la pierna de Eduardo, reparó el hoyo en la pared e indemnizó a todos los asustados clientes, todo en espacio de unas horas. Varios no volverían más y unas cuantas chicas se armaron las valijas, todas perdidas aceptables. Yolanda sabía como manejar su negocio. (...)
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                                     VI 

Una Confrontación con los Indios Ranqueles

Gracias a las influencias que había ganado con los años, Yolanda pudo evitar la ira del ejército federal, quienes demandaban entregar al criminal buscado.  El gaucho y Ariel se habían marchado hacia rato. Yolanda apenas alcanzó a dejarles una cantidad considerable de dinero antes de que rajaran a toda pata. De la cobarde alimaña que inicio todo este revolutis no se supo mas nada, huyó lo mas lejos posible antes de que se acordarán de el. Yolanda se portó como todo una empresaria, curó la pierna de Eduardo, reparó el hoyo en la pared e indemnizó a todos los asustados clientes, todo en espacio de unas horas. Varios no volverían más y unas cuantas chicas se armaron las valijas, todas perdidas aceptables. Yolanda sabía como manejar su negocio. También sabía que no había fuerza en la Tierra capaz de parar al gaucho. Solo le preocupaba que la presencia de Ariel lo llevara cometer un error que no haría de estar solo.
El Cimarrón no tuvo tanta suerte. Logro arrastrarse unos cuantos metros antes de que lo atraparan los colorados. Como había sufrido  las torturas en el campo de café, soportó las  palizas y vejaciones sin decir palabra. Fue solo cuando amenazaron con quitarle el único objeto que consideraba propio, sus cadenas, que se doblegó. Aferraba con ternura sus grilletes mientras se mecía como un niño, canturreando una canción de su tierra. El teniente a cargo le amenazó con cortarle las manos si era necesario para quitarle esas cadenas y obligarlo a hablar. Entre lágrimas, el Cimarrón aceptó contar todo lo que sabía, que en verdad no era mucho. Había oído en un bar que un criminal buscado estaba por la zona así que fue con dos conocidos suyos a cazarlo pero ellos terminaron siendo las presas. El gaucho los derrotó sin esfuerzo haciendo gala de un estilo de esgrima criollo desconocido para el, el Estrella Federal. Portaba  un poncho punzó y lo acompañaba un niño. En cuanto terminó, el teniente lo mandó a ejecutar. 
El teniente coronel se llamaba Agustín Ramiro Villamonte, un hombrecito ambicioso y pequeño. Tenía una mirada penetrante y una nariz aguileña, se estaba quedando calvo aunque era joven y cuando estaba molesto (que era su estado habitual desde hacia semanas) caminaba encorvado y con las manos entrelazadas en la espalda. Los hombres asesinados por el gaucho hacia ya más de un mes estaban su cargo.

Villamonte a su vez era uno de los hombres de Ibarra y confiaba ganarse el respeto del gobernador capturando al criminal pero este se le escurría de las manos. Había reunido un escuadrón de más de treinta hombres y llevaba semanas tras la pista del gaucho, llegando siempre un paso después. Estaba furioso, no podía creer que un simple gaucho piojoso se estuviera burlando de el. Si no lo capturaba pronto Ibarra, o peor aun, Rosas; pediría sin duda su cabeza en la picota.
Cuando uno de sus hombres vino a avisarle que querían verle mandó al soldado a azotar directamente y se encerró en su oficina. De no haber insistido el extraño, abriéndose paso como un ariete entre los soldados, Villamonte jamás hubiese dado con el gaucho. El hombre que paso por la puerta parecía más un oso salvaje que un ser humano. Enorme, tanto de musculatura como altura, cubierto de vello y cicatrices que daban testimonio de años de guerra. La mas notoria era la de su oreja izquierda. La ausencia de ella era difícil de ignorar. La oreja había sido cortada de cuajo, dejando solo un agujero infectado. El hombre le estrechó la mano a Villamonte y se presentó como German  Manuel Gorrichi. Dijo conocer al gaucho.
                             * * * * *
En tanto, el gaucho y Ariel escapaban a toda prisa. Haciendo honor a su nombre, los cascos de Tormenta se oían a kilómetros. Una visión de pesadilla cubierta por una nube de oscuridad.  La pobre Marta no tenia esperanzas de alcanzarla. De no haber sido por la nube que siempre la acompañaba, Ariel los hubiese perdido. Varios días después, Ariel se encontró con Tormenta sola, bebiendo apaciblemente de un charco. El gaucho estaba a varios metros de distancia, caminando con rapidez. Ariel dejó a Marta tomando agua, si Tormenta la dejaba, y fue tras el gaucho. Tuvo que correr durante más de media hora antes de alcanzarlo.
- E…* ah ah* espéreme, señor… *ah ah* espéreme….
Cuando levantó la cabeza vio que el gaucho no le prestaba atención. Tenía la mirada fija en el horizonte. Como si escuchara una voz muy lejana que lo llamaba. Ariel estaba punto de preguntarle que pasaba cuando el viento cambio de dirección trayendo consigo un olor a cuero y sangre.
Una de las peores pesadillas de Ariel se materializo. El malón se acercaba.
Debían ser un centenar de pampas al menos, todos montados en animales tan intimidantes como Tormenta. Lo peor era que no eran únicamente humanos.  Los acompañaban unas horribles criaturas velludas, armadas con garrotes y lanzas. Ariel no sabía que eran esas cosas pero la aterraban. El malón los rodeó por completo. Marta le frotó el hocico asustada mientras Tormenta solo agitaba la cabeza para refrescarse, aparentemente calma.
Ariel vio que había una mujer cada cinco hombres, todas armadas con arcos. Los hombres llevaban lanzas y garrotes. Algunas de las criaturas parecían femeninas.
Un miembro del malón se adelantó y gritó algo en lengua india. Como el gaucho no respondía, pasó al castellano:
- ¿Están con Catriel?- dijo, apuntándolos con la lanza.
- No.- respondió el gaucho.
- ¿Entonces a que ejercito pertenecen?- y el resto también acomodaron sus armas al frente, lista a ensartar.
- Ninguno.
- ¿Que son entonces?
- Libre.
El indio lo miró directo a los ojos largo tiempo hasta darse por vencido. Guardó el arma y retrocedió porque no era el líder. Quien estaba al mando se asomó desde detrás de las filas.
Ariel nunca había visto una criatura parecida y no sabría como describirla. De haber visitado la Isla de Pascua podría darse una mejor idea. La criatura media más de tres metros, alta y fornida. Su cabeza tenia forma de cono y su rostro era alargado, sobretodo en la nariz y la pera. No tenia cejas y su entrecejo era tan pronunciado que le cubría los ojos. Estaba todo cubierto de vello rojizo. Tenía un traje que Ariel supuso ceremonial con chaleco y túnica. Estaba armado con una vara mas alta inclusive que el.
La criatura se plantó enfrente del gaucho e hizo una mueca. Alzó la vara sobre su cabeza en posición de pelea. El gaucho le hizo una seña a Ariel para que se retirase y se puso en posición también. Ambos oponentes se trabaron  en mitad de un movimiento en espera de la señal.
Todos estaban en silencio, esperando el inicio de una batalla entre dos grandes guerreros.
Ambos amagaron al mismo tiempo y largaron una carcajada. 
Era la primera vez que Ariel oía reír al gaucho. No era un sonido muy tranquilizador, considerando las circunstancias.
La criatura le dio una fuerte palmada en el hombro al gaucho con su manaza y dijo riendo:
- Que wueno de verte de vuelta a tu. Jajaja!
- Jeh, si, también me alegra verte, Epunamun.
- Na na, eso es na mas un titulo. ¿Y esto que? No me digá que ya tener cabrito tu.
La criatura se acerco hacia Ariel, alargando amistosa una mano:
- Mucho gusto, tu! Epunamun llamamé.
- Ho…hola.
El Epunamun se volteó  hacia los indios y les indicó con un gesto que todo estaba bien:
- ¿Y que es lo que estas haciendo tu acá?
- El ejército federal puso precio a mi cabeza. Necesito pasar por tus tierras. No pienso molestar. Solo quiero llegar a la Cordillera
- ¿Pá que?
- Wiñay Marka.
El Epunamun apoyó el mentón sobre su vara, algo que a Ariel le parecía físicamente imposible.
- Cierto. Mucho mejor cruzá la montaña y luego ir pá arriba. Nosotros no molestarte a tu.
- Muchas gracias.
- Wueno, vamos. Tienes que venir con yo.
A una señal, el malón se retiro sin rechistar pero aun miraban con recelo al gaucho. Ariel otra vez no entendía nada de nada. Solo sabía que estaban en el desierto junto los indios y unas criaturas extrañas junto a un guerrero asombroso. Empezaba a caer en la cuenta que estaba en medio de una gran aventura. Sonrió de oreja a oreja mientras seguía al gaucho y a los indios.
                            * * * * *
Durante las siguientes semanas, en las que transcurrió su primer cumpleaños sin su familia, Ariel forjó un lazo muy estrecho con los indios. Muchos hablaban el castellano (bastante mejor que el Epunamun, pensó ella) y rápidamente se hizo de amigos.
Les impresionaba la rapidez con la que Ariel aprendía su idioma y costumbres y lo hábil que era con las boleadoras. También se sorprendieron en descubrir que era una chica cuando quiso bañarse con las mujeres. Desde ese entonces la apodaron  Allfida”.
Durante el trayecto, Ariel practicó duro con las boleadoras, queriendo poder defenderse sola y ser de utilidad al gaucho. No quería tener que esconderse más. Odiaba sentirse débil. El gaucho pasó casi todo el tiempo junto al Epunamun. Era evidente que eran antiguos conocidos y estuvieron todo el viaje riendo y recordando anécdotas.
Ariel vio un costado del gaucho que desconocía. Ariel también descubrió que las criaturas eran todas de una especie de espíritus guerreros, al igual que el Epunamun. La mayoría eran hoscas, incluso las femeninas, pero convivían en paz con los indios. Ariel empezaba a sentirse cómoda, como si hubiera encontrado un nuevo hogar.  
                           * * * * *
Finalmente llegaron al pie de la Cordillera. Los Andes parecían las puertas del Infierno dantesco. El gaucho recuperó su aire de tristeza al observarlas. Ariel también estaba triste de tener que separarse de sus nuevos amigos. Una sombra de egoísmo cruzó por su mente pero la desechó, había hecho el juramento de acompañar al gaucho donde fuera y había sido educada para cumplir su palabra.
El Epunamun señaló a las montañas y dijo:
- Recomienda a tu no cruzé por el lluvioso. Lleno esta de sumpall. Mejor tomá la montaña tú.
- Lo agradezco, pero el rió sigue siendo la ruta mas rápida. Gurí, vámonos.
Ariel tardo en despedirse de sus amigos, abrazándolos uno a uno. Cuando hubo terminado y estuvo a punto de flaquear y pedirle al gaucho de quedarse, un cañonazo impactó sobre la base de la montaña. El ejército federal avanzaba en su dirección. La diferencia entre ambos grupos no era tanta pero los federales les habían tendido una emboscada perfecta. Con la montañas al norte y salientes rocosas a los costados, no tenían mas opción que retroceder y atacar. Al frente del batallón no iba Villamonte sino Gorrichi. El gaucho lo reconoció al instante. Sabía que ese hombre no se detendría hasta alcanzarlo. Quedándose a pelear, solo los ponía en más peligro.
- ¡Los dos rajé de acá!- gritó el Epunamun.
Ariel amagó sumarse a la contienda pero el gaucho le gritó:
- ¡Gurí, vámonos! ¡Ahora!
Y Tormenta salió al galope, saltando sobre las rocas como la mejor cabra de monte.
Ariel estaba dividida entre sus dos lealtades. Cuando uno de sus amigos cayó bajo fuego se decidió por volver y el gaucho tuvo que retroceder a buscarla. 
- ¡Barajo! ¡Gurí, vení para acá!
Una enorme sombra se interpuso ante Ariel. El enorme Gorrichi, a lomos de un caballo apto para su tamaño, la había atrapado. Ariel no reaccionó a tiempo y Gorrichi le lanzó un sablazo.  
Estilo Estrella Federal! Refocilo Chaguarazo!
Usando su poncho como un látigo, el gaucho atrapó la lata de Gorrichi pero éste era demasiado grande para derribarlo.
Tormenta tuvo que hacerlo, asestando un cascotazo mortal a su montura. Ariel recuperó el sentido y trató de volver al campo de batalla pero el gaucho la alcanzó antes.
- ¡Canejo! ¡Gurí, no tiene sentido! ¡Tenemos que irnos!
- ¡No, suélteme! ¡Déjeme ir! ¡Suelte…
Como no podía razonar con ella, el gaucho le asestó un golpe directo al estomago, dejándola inconsciente. La subió sobre Tormenta y tomó las riendas de Marta. Gorrichi trató de sacarse el cadáver de su caballo de encima pero tardó demasiado y el gaucho logró escapar.
Antes de atravesar la montaña, el gaucho se volteó y dio un último vistazo. Vio que los pampas combatían con valentía, aguantando contra los federales. El Epunamun asestaba golpes contra los soldados, resistiendo la lluvia de balas. Pronto, el humo de las explosiones cubrió todo el campo, tragándose a los ejércitos en lucha.


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