jueves, 13 de octubre de 2011

La Daga de Cobre: capitulo XII

Bienvenidos! El capitulo doceavo, "La Hora de los Cuervos", ya esta subido!

- En otoño, la lluvia. En invierno, la escarcha. En primavera, el zuinandi. Y en verano, las estrellas. Siempre hay algo para que el mate sepa rico. Si sabe feo es porque hay algo malo dentro tuyo.
Disfruten!

                                         XII

                    La Hora de los Cuervos

El gaucho y Ariel recorrían a toda prisa la región del Potosí. Ariel le había preguntado a su maestro si pensaban parar aquí ya que era donde se había forjando las Trece Armas. Quizás descubrieran algo sobre las técnicas tras su fabricación y sobre como controlar su poder pero el gaucho no estaba interesado. Sabía lo peligrosas que eran las armas y no quería quedarse más de lo necesario en el lugar donde habían sido forjadas. La antigua magia todavía se respiraba en estas montañas. 
Mientras avanzaban dirigieron sus miradas hacia el Cerro Rico en la distancia, en cuyas entrañas había tomado forma la lanza de cuya punta fue hecha la daga que ahora ardía en su cintura, susurrándole al oído que la regresase a su hogar y que aceptara todo su poder. El gaucho no se atrevía a expulsar el autentico potencial del Anta Lluki. Hacia tiempo había sucumbido ante el. (...)
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                                      XII

La Hora de los Cuervos

El gaucho y Ariel recorrían a toda prisa la región del Potosí. Ariel le había preguntado a su maestro si pensaban parar aquí ya que era donde se había forjando las Trece Armas. Quizás descubrieran algo sobre las técnicas tras su fabricación y sobre como controlar su poder pero el gaucho no estaba interesado. Sabía lo peligrosas que eran las armas y no quería quedarse más de lo necesario en el lugar donde habían sido forjadas. La antigua magia todavía se respiraba en estas montañas. 
Mientras avanzaban dirigieron sus miradas hacia el Cerro Rico en la distancia, en cuyas entrañas había tomado forma la lanza de cuya punta fue hecha la daga que ahora ardía en su cintura, susurrándole al oído que la regresase a su hogar y que aceptara todo su poder. El gaucho no se atrevía a expulsar el autentico potencial del Anta Lluki. Hacia tiempo había sucumbido ante el. Fue durante la batalla de El Tala, cuando estuvo como engancaho entre las tropas de Quiroga. Durante el desarrollo de la contienda, el espíritu antiguo que residía dentro de la daga se manifestó gracias a la furia liberada del gaucho, arrasando el campo de batalla. Para cuando el gaucho logró el suficiente control sobre si mismo para domar a la bestia que empuñaba, solo quedaban cadáveres y mutilados. El propio gobernador Lamadrid había sido seriamente desfigurado por la fuerza de la daga. El gaucho había ocultado esa historia y muchas otras de Ariel. No soportaría lastimar a la niña y por eso mantenía la daga lo más alejada posible de ella. Soportaba las burlas y la presión del espíritu en beneficio dela niña, a quien cada día quería mas. 
El gaucho y Ariel vieron una nube oscura que surcaba el cielo. Parecía una gran mancha de tinta, arruinando la belleza del desnudo y rojo atardecer.
- ¿Que es eso?- preguntó Ariel, sin atreverse a señalar a la mancha oscura.
- Cuervos.- respondió el gaucho. – Solo son cuervos. - y convenció a Tormenta de seguir camino.
Mientras se alejaban, los cuervos dieron la impresión de estar tragándose el sol poniente.
                             * * * * *
En las profundidades de la cueva, una figura sentada con las piernas cruzadas fumaba un cigarrillo lentamente, haciéndolo arder con su propio aliento y llenando toda la cueva de un fuerte olor a azufre. Le llamaban Ukako o Ucalo, el “Señor de las Profundidades, de la Oscuridad y los Metales Preciosos” o a veces simplemente, “Tío”. Muchos lo confundían con el Zupay o el mismo Diablo pero el Tío no era ninguno de ellos. El dominio del Tío eran las profundidades de la Tierra. Era dueño de todas las cuevas y minas y todos los metales preciosos eran su tesoro. Concedía favores y podía darse el lujo de ser generoso con aquellos que venían a explotar sus dominios pero solo si estos le rendían pleitesía y eran amables con su “Tío”. Si eran buenos sobrinos serian recompensados.
El Tío dio otra calada más a su cigarrillo y observó desde la oscuridad con sus brillantes ojos como Tupa Yawar se concentraba. Estaba de piernas cruzadas, sosteniendo frente a si la Qullqi Chuki. Le había pedido permiso a su Tío para concentrarse antes de la próxima batalla y este había accedido a cambio de una generosa recompensa de Ayahuasca, Catinga y otras hierbas medicinales que el Magno Oncoy utilizaba en sus rituales.
Tupa Yawar permanecía en silencio, sosteniendo su macana y escuchando su voz. A diferencia del Anta Lluki, cuya voz era insidiosa y suave como un murmullo, arrastrada por el viento y trayendo imágenes de guerra y muerte; la voz de la Qullqi Chuki era fuerte y autoritaria, la voz de un curaca noble y justo quien repartía la tierra a aquellos que lo merecían. Su voz provenía de las estrellas y la luna. Descendía de los cielos como un mandato y le mostraba imágenes de gloria y prosperidad. Le mostraba al Tawantisuyu en todo su esplendor, cuando era la nación mas antigua y noble del mundo. Le mostraba a los siete reyes antiguos, los siete Sapa Inqa, quienes habían sido nombrados por el propio dios Sol mismo para gobernar con justicia y benevolencia. Los veía erigiendo sus siete magnificas ciudadelas de oro puro y trayendo paz y prosperidad a su pueblo. Pero luego la visión se retorcía, los cielos se cubrían de nubarrones sangrientos y el sonido de los cañones, tan parecidos a truenos, venia del horizonte.
Tupa Yawar vio la venida del Españarri, el dios demonio de más allá de las montañas y el mar del Oeste. Estaba completamente cubierto por una armadura negra llena de picos, si es que acaso había algo más que solo la armadura. La visera de su casco solo permitía ver fuego que se escapaba por su mascarilla como el aliento de un dragón. Portaba una alabarda, una espada y un estandarte con un león y un halcón. No necesitaba ejército. El solo era una fuerza invasora indetenible cuya única finalidad era la conquista, arrasándolo todo a su paso hasta plantar su bandera en el corazón mismo del Imperio. Lo vio resistir lluvias de flechas y pedruscos. Miles de valientes soldados saltaron sobre el pero no consiguieron siquiera mellar su armadura. Los apartó a todos de un solo golpe y luego alzó su arma hacia los cielos, haciéndola arder.
Una llamarada de fuego surgió de su espada, engullendo a toda la tierra en un mar de llamas hasta convertirla en ceniza.
Tupa Yawar vio como los Sapa Inqa rogaron a su padre el Sol por ayuda y consejo pero cuando este los ignoró se volcaron hacia la tierra. La Pachamama lloró por sus hijos pero no prestó ayuda y los reye antiguos miraron aun mas abajo, hacia el Ukju Pacha, por el consejo de los reyes ancestros. Los antiguos Incas no ofrecieron consuelo, aconsejándoles soportar el fuego y cederle el paso a la nueva generación como ellos lo hicieron en su momento pero los Sapa Inqa no estaban conformes y siguieron bajando. Bajaron hasta más allá de las profundidades de la Tierra, bajaron  hasta un punto donde solo había oscuridad y allí, algo les respondió.  
Tupa Yawar despertó de su visión antes de poder ver quien o que había respondido a la llamada de los Sapa Inqa. Solo quedaba en su cabeza el zumbido de un millar de insectos.  Alguien había entrado en la cueva, interrumpiendo su concentración. Una peste a podredumbre cubrió la cueva. La figura se acercaba, arrastrándose. Mucosidad le chorreaba incontrolablemente por la nariz, dificultándole el respirar. Exhalaba por la boca partida, con un silbido sibilante al hacerlo. A medida que iba acercándose se distinguía mejor su aspecto enfermizo y amarillento, su calva cubierta de escaras, sus orejas desproporcionadamente grandes y su mirada carente de alma. Su macuñ hecho de piel humana tenía todavía rastros de cabello y brillaba en la oscuridad de la cueva, debido a la grasa humana todavía fresca. Se apoyaba en su bastón hecho de ramas de palo de brujo para caminar. Se trataba de Chodil Marifil, uno de los Calcus al servicio del Magno Oncoy.
- *jejjehjeh* Perdón, perdón, ¿acaso interrumpo? – preguntó, escupiendo al hablar. 
- La verdad, si.- le dijo Tupa, fulminándolo con la mirada. No soportaba sus afeminados ademanes y su desagradable olor.
- Ah, perdón, perdón. *jehjehjeh* Con su permiso, Tío. - dijo arrojando un paquete a los pies a la deidad, atiborrado de drogas de todo tipo. 
El Tío largó otra bocanada de humo e hizo un gesto de asentimiento a la vez que tomaba la ofrenda.
- ¿Que estas haciendo acá, Calcu?-  preguntó  Tupa, apretando con furia la Qullqi Chuki.
- *jehjehjeh* Eso debería preguntarle yo, gran señor Tupa. ¿No tenia acaso que recuperar la Anta Lluki y matar al gaucho? 
- Me enfrentaré al Infernal cuando sea el momento. En duelo justo. Hasta entonces, no actuaré. 
- *jehjehjeh* Pero no recuerdo que esas fuesen las ordenes de los vejestorios.- dijo Chodil mientras sonreía con los pocos dientes ennegrecidos que le quedaban. 
- Tus órdenes son solo seguirlos y observarlos. Preocúpate solo por esas.
- *jehjehjeh* Cierto, cierto. Me disculpo. Pero mis ordenes especificas fueron observarlo a  el” no a “ellos”. No se si me entiende. *jehjehjeh* 
Tupa Yawar lo miró con intenso odio y asco. Chodil no conocía límites a su depravación. Su ambición por nuevos cuerpos a los cuales poseer lo llevaba a cometer actos que asqueaban sobremanera a Tupa. De no ser por las órdenes del Magno Oncoy, hubiese asesinado al brujo chilota hacia tiempo. 
- *jehjehjeh* Solo digamos que me he asegurado un trato jugoso con otro de los agentes. Me asegurará de separar al cabrito del gaucho y entregármelo. Supongo que no tiene objeciones, gran señor Tupa. *jehjehjeh*
Tupa Yawar únicamente apretó el mango de la macana con fuerza. 
- Buen, bueno. *jehjehjeh* Yo me estoy yendo. Con su permiso, Tío. *jehjehjeh* 
A medida que el calcu se alejaba también lo hacia el brillo de su chaleco y la peste que lo acompañaba. 
El Tío también desapareció, dejándose tragar lentamente por la oscuridad.
Tupa Yuwar liberó la tensión y relajó los músculos, dejando caer su frente sobre la Qullqi Chuki. El zumbido se había hecho más penetrante y pesado, envolviendo toda la cueva hasta que no hubo ningún otro sonido. 
                            * * * * * 
Ariel cayó rendida. El entrenamiento de esta noche había sido demasiado intenso y aunque ella sabía que el gaucho se contenía en sus golpes, de todas formas siempre terminaba con moretones y algún que otro hueso roto. Mientras Ariel se esforzaba por respirar, el gaucho permanecía de pie, contemplando la luna en cuarto menguante con una mirada cargada de melancolía. En cuanto Ariel pudo sentarse, el gaucho le acercó un mate. A Ariel nunca le había gustado mucho el mate, su padre y hermano lo tomaban bien amargo y ella trató de unírseles solo para terminar ahogándose y siendo objeto de burla. A pesar de que llevaba casi un año en compañía del gaucho, aun no se acostumbraba al sabor.
Ariel lo escupió una vez más y trató de disculparse, echándole la culpa a la sangre en su boca. El gaucho volvió a mirar al cielo y dijo: 
- En otoño, la lluvia. En invierno, la escarcha. En primavera, el zuinandi. Y en verano, las estrellas. Siempre hay algo para que el mate sepa rico. Si sabe feo es porque hay algo malo dentro tuyo.
Y el gaucho siguió mirando las estrellas mientras Ariel daba una nueva chupada, menos desagradable que la anterior

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