miércoles, 12 de octubre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo XI

Bienvenidos! Capitulo Once, El Regalo de la Vicuña!
Disfruten!

                                             XI

                    El Regalo de la Vicuña

El gaucho y Ariel continuaron su viaje hacia el norte sin mas contratiempos por espacio de varios días, evitando las grandes conglomeraciones urbanas lo mas posible y durmiendo a la intemperie. Ariel había sobrevivido a la fiebre y ganado algunos centímetros de altura. La herida en su rostro se había cerrado aunque le había dejado una impresionante cicatriz que ocupaba gran parte de su cara, atravesando su nariz y mejillas.  El gaucho notó también el cambio en su mirar, el brillo en sus ojos era todavía intenso pero ahora era mas profundo, mirando hacia el horizonte con melancolía. Un cambio producto de la voz del Anta Lluki.
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                                        XI

El Regalo de la Vicuña

El gaucho y Ariel continuaron su viaje hacia el norte sin mas contratiempos por espacio de varios días, evitando las grandes conglomeraciones urbanas lo mas posible y durmiendo a la intemperie. Ariel había sobrevivido a la fiebre y ganado algunos centímetros de altura. La herida en su rostro se había cerrado aunque le había dejado una impresionante cicatriz que ocupaba gran parte de su cara, atravesando su nariz y mejillas.  El gaucho notó también el cambio en su mirar, el brillo en sus ojos era todavía intenso pero ahora era mas profundo, mirando hacia el horizonte con melancolía. Un cambio producto de la voz del Anta Lluki.
Tras el ataque de Tupa, el gaucho había tomado la decisión de entrenar a Ariel en el estilo Estrella Federal. Ariel nunca le hizo la petición, buscaba hacerse fuerte por su cuenta y no consideraba que tuviera la entereza para manejar el estilo. El gaucho se hubiera negado de habérselo pedido porque el entrenamiento era intenso, requería poner la propia vida en riesgo y el resultado era un estilo de esgrima tan poderoso que aseguraba la victoria en combate, en tanto quien lo esgrimiese luchase con convicción. Era un estilo nacido en tiempos de guerra y, aunque la situación del territorio seguía siendo complicada, se respiraba un aire de prosperidad y paz y el gaucho consideraba que perpetuar el Estrella Federal destruiría dicha armonía. Pero ahora las circunstancias lo obligaban, con el Magno Oncoy en posesión de una de las Armas del Potosí y la posibilidad de que tuvieran mas en su poder, debía preparar a Ariel para la batalla que se avecinaba. 
Al comenzar el entrenamiento, el gaucho explicó que el estilo había sido creado por el primer gaucho en existir, Alejo Godoy, quien, tras abandonar Buenos Aires, se internó en el indómito campo. Allí fue aprendiendo diversas técnicas de combate de los indios del territorio y, con los años, desarrolló un estilo propio, combinando la esgrima aprendida en Europa con las artes marciales de los habitantes de las pampas. Era un estilo creado para el hombre libre, quien, sin ataduras algunas, lo usaría solo para su propia defensa y de sus allegados. Ariel no se atrevió a hacer la pregunta obvia pero el gaucho se le adelantó. Justamente, por haber roto ese principio, aliándose con un bando, el de los hombres de Güemes  y participando en la guerra, los Infernales habían corrompido al estilo y a si mismos; tal era el poder del Estrella Federal.
Su nombre no se debía a su asociación con el partido político sino a la flor cuya forma sirvió de inspiración a los movimientos. La también llamada Corona del Inca, fue la inspiración de Godoy para el estilo y representa el sueño de una federación de hombres libres, un símbolo de guerreros sin ataduras que luchen para garantizar la libertad del individuo.  En tanto comprendiese este principio, Ariel no seria derrotada en combate.
El entrenamiento fue excesivamente severo. Ariel se tomó la molestia de fabricarse un facón de madera para practicar, solo para descubrir que el estilo se aprende con uno de verdad y se lucha a matar. El gaucho la atacaba directamente usando las técnicas, confiando  en que la resistencia y los buenos reflejos de Ariel le sirviesen para aprender los movimientos. La pobre terminó con varios huesos rotos y contusiones severas pero logró aguantar los golpes y en unos cuantos días había aprendido lo básico. Lastima que faltaba todo el resto. 
                             * * * * *
Mientras atravesaban  la parte sur de Mejillones del Litoral Boliviano se toparon con una villa que justo estaba celebrado una feria. Docenas de cholitas exponiendo alimentos, artesanías, telas y chucherías, acompañadas de música, baile y un espectáculo circense; festejaban junto a viajeros y lugareños, ajenos totalmente al ruido de los cañones a solo unos pocos kilómetros de distancia. Como no había peligro inmediato, el gaucho accedió a parar a echar un vistazo.
Ariel no recordaba la última vez que se hubiese divertido tanto. Comió hasta hartarse, probó platillos de olores y gustos exóticos, se compro un poncho y sombrero nuevo, gastó el resto del dinero en provisiones y se permitió el lujo de comprarse un libro extranjero, “Mauricio”, cuya historia le llamó la atención por que le recordaba su propia situación
Con Marta aplastada por tanto bártulos, el gaucho y Ariel se aprestaban a salir del pueblo cuando algo hizo voltear al gaucho: 
- Aprovechemos ahora para merendar, Ariel. Planeo viajar toda la noche. Andá con Marta hasta el descampado y prepara la comida.
- Bueno. Pero, ¿y ud no viene?
- Creo que vi a un conocido. Ya te alcanzo. Vos espérame.
- Bien. Como ud. diga.
Curiosa pero lo suficientemente distraída como para no preocuparse, Ariel obedeció y se fue llevando a Marta a la rastra hasta la colina. 
                                               * * * * * 
Ariel se dejó caer en el pasto. Los moretones de la última práctica todavía le dolían y su brazo derecho estaba entumecido de tantos golpes con el cuchillo. Aunque se había vuelto mucho mas fuerte en este ultimo medio año junto al gaucho, sentía que todavía le faltaba mucho para valerse por si misma. Deseaba hacerse aun más fuerte y dejar de ser un lastre para su maestro. Marta pastaba tranquila (su pesada carga tirada al suelo) y Tormenta andaba trotando por ahí. Ariel se dejó mecer por el viento del mediodía, con el sombrero cubriéndole el rostro del cálido sol, rey de un cielo desnudo de nubes. Un grupo de vicuñas pasó al trote frente a ella. Sintiendo el impulso del estanciero, Ariel decidió campiar un rato y de paso practicar el tiro con boleadora, lazando a alguna de las bestias. Estaba justo a punto de disparar cuando una voz la distrajo:
- Tienes comida de sobra. No te hace faltar cazar.
El súbito cese del impulso hizo que las rocas le golpearan la cabeza.
Ariel se volteó esperando un nuevo peligro y se sorprendió al encontrarse con que quien le hablaba era un campesino jovencito, unos pocos años mayor que ella, medio gordito, con un gran sombrero de chullo, sandalias, collar de víbora y un poncho decorado con vicuñas.
Ariel no lo había sentido venir y eso le traía malos recuerdos.
- ¿Quien sos?- le preguntó, con la mano acariciando el cuchillo. 
- ¿Yo? Soy el dios del cerro. – y lo dijo con una enorme y sincera sonrisa que solo confundió a Ariel.
                           * * * * *
El gaucho se había alejado lo bastante de la feria para que la chusma no se viese involucrada en la pelea que iba a tener. Se paró de espaldas a su perseguidor. Sacándose el sombrero de paja, Gorrichi se acercó al gaucho con la cara cubierta por una barba desaliñada y sucia, contraída en una mueca de odio. 
- ¿Te acordás de mi?-preguntó, aunque era mas bien una afirmación.
- Vagamente.- contestó el gaucho, con la mano sobre el puñal oculto bajo el poncho.
- ¡¿Ahijuna , que no te vas a acordar?! ¡¡¡No te hagás el desentendido!!! ¡¡¡Bien que te acordás de mí!!! ¡¡¡Yo si que me acuerdo de vos!!!!- le gritó, señalando el agujero donde alguna vez estuvo su oreja izquierda. 
- Ah, cierto. Y, ¿cuando fue? ¿Hace como cinco, seis años? 
- ¡¡Fue hace casi diez años, canejo!! ¡¡Me dejaste ahí, desangrándome como un cerdo!!
- Estabas con los federales en la montaña y hace cinco días que nos venís siguiendo.
- ¡Llevo mucho mas de cinco días siguiéndote! Siempre te las arreglaste para pasar desapercibido pero cuando mataste a esos soldados te ganaste que todo el ejercito federal fuera tras de vos. Supe que si me aliaba con ellos iba a poder encontrarte. Ahora vas pagar por lo que me hiciste en Cañada de la Cruz
- Si no querés perder la otra, mejor ándate ahora…
Este último insulto fue el colmo para Gorrichi quien se lanzó como una fiera sobre el gaucho. El gaucho había estado esperando esta oportunidad para noquearlo pero subestimó la velocidad y fuerza de Gorrichi quien se lo llevó por delante, arrojándolos a ambos colina abajo. 
                         * * * * *
- La verdad es que no tenés mucha pinta de dios. – dijo Ariel mientras se guardaba las boleadoras.
- Eso me dicen siempre.
- Y aparte si sos el dios de esta tierra, ¿porque te molesta que cace? ¿No se supone que brindas una buena caza?
- Me molesta que se mate sin necesidad. Tienes comida de sobra e ibas a matar a estos animales solo por diversión. 
- No iba a matarlos. – dijo Ariel, avergonzada. 
El dios del cerro le arqueó una ceja.
- Es la verdad. Solo iba a lazar a una para practicar la puntería y luego iba a dejarla ir. Me enseñaron que la naturaleza es generosa pero no confiada. Uno no puede pretender tomar todo lo quiera así no mas.
- Que considerada. Veo que eres una persona muy directa si dices exactamente lo que piensas a un completo desconocido. 
- ¿Me estas diciendo ingenua?
- Jah jah, no. Solo digo que eres muy honesta y generosa, Ariel. Tienes un gran corazón.
Ariel se puso en guardia.
- ¿Como sabés mi nombre?
- Ya te lo dije. Soy el dios del cerro. - y el chico acarició la cabeza de Tormenta que se había acercado despacio y sin relinchar.  Nadie excepto el gaucho era capaz de semejante proeza.
                             * * * * * 
Los puños de Gorrichi eran capaces de doblar un atizador por lo que sus golpes era semejantes al impacto de un disparo. El gaucho recibió uno en plena mandíbula que lo hizo tambalear y escupir sangre. Gorrichi se le lanzó para darle otro derechazo pero el gaucho lo esquivó a tiempo, rodó sobre si mismo como un gato y le conectó una patada directo a la cara. Luego rodó una vez más antes de caer y le clavó el talón directo en las costillas. Estos golpes hicieron perder el aire a Gorrichi quien cayó de rodillas.
El gaucho lo vio como antes, durante la batalla hacia ya diez años. Güemes los había repartido por el territorio a apagar los focos de conflicto antes de que estallase una guerra entre todas las provincias pero lo cierto es que lo único que lograron fue empaparse de más sangre. El gaucho llegó a Cañada cuando el conflicto ya había iniciado y se vio envuelto en la carnicería, atizando estocadas y cortadas a diestra y siniestra. Ni siquiera le prestó atención a Gorrichi cuando le cortó la oreja. Cuando  volvió  en si y vio el desolado campo de batalla fue la primera vez que se percató de cómo la sangre lo empapaba en combate. López le agradeció sardónicamente la ayuda pero le dijo que llevara el mensaje a Güemes de que sus “saltimbanquis” no eran requeridos. El gaucho se fue caminando, manchado de rojo y dejó a Gorrichi allí tirado, junto al resto de los hombres de Soler. 
El gaucho no le había perdonado la vida a Gorrichi ni lo había dejado para morir, simplemente no podía continuar luchando. Escuchaba la voz del Anta Lluki burlándose de el, recordándola la sangre en sus manos. El gaucho se dio la vuelta, tratando de olvidar y falló en notar que Gorrichi se levantaba. Gorrichi lo rodeó con sus brazos, atrapándolo como un enorme oso salvaje y comenzó a apretarlo, buscando romperle la columna. El gaucho no podía respirar y tenía los brazos inmovilizados. Sus piernas estaban en una posición demasiado incomoda para patearlo o hacer fuerza para zafarse. De a poco, su visión empezó a nublarse mientras Gorrichi aumentaba la presión. Demostrando una vez más la utilidad de su poncho, el gaucho se lo sacó con los dientes y lo usó como un látigo para golpearlo directo a los ojos.
Gorrichi aflojó los brazos lo suficiente para que el gaucho hiciese presión con las piernas. Una vez liberado, el gaucho golpeó con  la base de la empuñadura del facón en medio de la frente de Gorrichi.
Estilo Estrella Federal! Refocilo Abombado!
El golpe debería haber derribado a Gorrichi pero este aguantó en pie y sacó una pistola.
Antes de caer, el gaucho ya le había cortado tres dedos de la mano junto a su arma. Gritando de rabia y dolor, Gorrichi le atrapó el cuello con la mano libre. El gaucho le dio otra patada en el rostro que logró derribarlo pero como estaban atorados se fueron abajo por la pendiente del risco. El gaucho logró enredar su poncho en una rama saliente y evitó la caída. Gorrichi se fue rodando hasta el fondo, estrellándose contra las rocas hasta perderse de vista. 
                          * * * * *
- Si realmente sos un dios, ¿porque no simplemente vás y deténes al Magno Oncoy? ¿Sabés lo que pretenden hacer, no? ¿Por qué los “dioses” no hacen  nada para detenerlos? ¿Que clase de dios anda tan campante entre las vicuñas, eh?
El dios del cerro, llamado a veces  Yastay y otras Coquena, miró hacia las montañas con cariño, acariciando tranquilamente a Tormenta con una sonrisa de paz. 
- Hay fuerzas y entidades en este mundo que son inclusive más antiguas que yo o que mi propia madre, la Pachamama. Fuerzas más antiguas que el mismo Inti. Inkarri y sus hermanos se postraron al servicio de una fuerza similar, una diosa antigua y temible, resentida con el mundo de los hombres, animales y plantas. Tan obsesionada en recuperar el mundo que alguna vez fue suyo que corrompe a todo aquel con el que entra en contacto. Inkarri y sus hermanos fueron victimas de esa corrupción. Dejaron que sus ambiciones los cegaran. No permitas que te pase lo mismo, Ariel. Las ambiciones son como una encrucijada. Hay una infinidad de caminos disponibles pero es uno solo el que debes tomar. 
- … creo que…creo que entiendo. No… no debería darte ordenes es solo que…esa voz…es tan…triste…me habla del fin de todo, de la puesta del sol…no puedo ignorarla. 
El Coquena miró hacia el cielo de la tarde, el cual empezaba a teñirse de purpura a medida que el astro solar desaparecía en las montañas y las estrellas hacían su aparición a escena.
- Me encanta la noche porque puedo ver a las estrellas. Cuando el Rey Sol Inti se retira, las estrellas toman su lugar en el cielo. Son nuestras guardianas. Cada estrella vigila a cada ser sobre esta tierra así nadie esta desprotegido.
Ariel miró al cielo a su vez, sonriendo al ver como las estrellas se hacían más nítidas y numerosas. Las palabras del Coquena la habían aliviado, como sacado un peso de encima. Ya no sentía que la puesta del sol fuese algo tan terrible. El fin de un día, si; pero también el comienzo de una nueva noche.
 - Ese amuleto que llevas en la muñeca...- señaló el Coquena.
-¿Esto? Es un regalo de… de mi maestro. Me lo dio después de mi encuentro con una bruja en las montañas. Me dijo que me protegería de los espíritus malignos. Supongo que por eso no reaccionó con vos.
- Supongo. Si sabes que se usa en el tobillo, no?
- Ca…callaté. Lo que importa es lo que simboliza. Quiere decir que mi maestro me brinda su protección. El es mi estrella.- retrucó Ariel enrojecida.
- Jahjahjah. Cierto, cierto. Perdón, perdón. Bueno, pero aun así por si las moscas.- dijo el Coquena acercándose a Ariel.- Acá hay algo que te brindara mayor protección “ofensiva", por decirlo así. A ver, a ver, donde esta? ¿Donde metí esa cosa? No, esto no es, esto tampoco, esto no se para que servirá…- dijo mientras revolvía en los bolsillos debajo de su poncho.- Se que anda por acá, Ekeko me lo dio hace varios siglos, tuve que cambiárselo por mis semillas del ermitaño… aja! ¡¡Acá esta!!- y le entregó a Ariel unas boleadoras de muy fina calidad, de un intenso color rojo con adornos anaranjados, representando aves de fuego y salamandras en combate.
- ¿Y esto que es?
- ¿Qué parecen? ¡Mis bolas! ¡Ten, toma! ¡Sostén mis bolas! ¡Venga, sostenlas bien! ¡Con ambas manos!
- Ehh... podrías mejor decirles “boleadoras”? 
- ¿Eh? ¿Porque? ¡Si son “mis bolas”! ¿Porque he de llamarlas algo distinto a “mis bolas”?
- ¡Porque me pone incomoda! ¡Deciles “boleadoras”!
- ¿Y desde cuando les llaman así a “mis bolas”?

-  ¡Desde que mi papá me dijo que se llaman así! ¡Ahora dámelas y callaté!- y al tomarlas sintió una extraña sensación, una suerte de calidez que nacía del interior de las esferas de metal. Las boleadoras eran pesadas pero no tanto como deberían, parecían acomodar su peso en su mano, haciéndolas perfectas para el arrojo.
- ¿De que son estas boleadoras?
- De Cherufe.
- ¿Piedras de Cherufe?
- No. Quise decir que están hechas “del” Cherufe. Hace mucho, un mapuche rescató a su hermana de un calcu viejo y deformado que pretendía vender a la virgencita al rey del volcán. Tras un intenso combate y antes de  arrojarlo al interior de la montaña, el mapuche le cortó las… “partes nobles” con su cuchillo y de ellas forjó estas… “boleadoras”. 
Ariel retrocedió con asco. La idea de tener los testículos de un enojado dios del fuego en sus manos no le causaba mucha gracia. A diferencia del Coquena.
- Ehh…gracias.
- Jahjah. De nada. Ah, antes de que se me olvide...- y le arrojó de un chasquido una moneda de oro que relucía como una estrella. Tenía grabada en un lado el emblema del sol y del otro una llama.
- ¿Y esto?- preguntó Ariel confundida.
- Por ser una buena chica.
Antes de poder preguntarle nada mas, el Coquena había desaparecido, siendo reemplazado por una llama de pelos dorados que la miraban con unos ojos demasiado intensos e inteligentes para un simple animal y se alejó a los brincos con el resto de las vicuñas. 
                           * * * * * 
Ariel esperó junto a la fogata durante varias horas a que el gaucho volviese. Ya la noche estaba cerrada y había refrescado bastante. Tormenta había aceptado que Marta durmiese acurrucada a su lado. El hambre golpeaba duro el estomago de Ariel pero ella aguantaba, esperando a su maestro. El gaucho finalmente se apareció. Estaba sucio y lleno de magulladuras y golpes, con una herida abierta en la pera y el cuello amoratado. 
- ¡Maestro!- Ariel corrió para recibir al gaucho. Sin preguntarle donde había estado ni que le había pasado, le tendió un mate caliente.- Tenga.
El gaucho le sonrió por primera vez.
- Gracias.
Y juntos se sentaron  junto al fuego para comer bajo un manto de estrellas que dibujaban la figura de una llama.

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