jueves, 6 de octubre de 2011

La Daga de Cobre: Capitulo VIII

Bienvenidos!
Capitulo 8, Chaura, listo!
Link despues del salto!
A dsifrutar!

                              VIII

                            Chaura

Cuatro días más habían transcurrido y Tormenta y Marta seguían sin dar señales de vida. El gaucho y Ariel seguían a pie, deteniéndose solo para comer y dormir. Ariel llamaba a los gritos a Marta pero el gaucho seguía avanzando sin decir palabra. Hacia rato que no se hablaban entre ellos. Ariel todavía tenía los recuerdos de los últimos meses frescos en la memoria y le era difícil perdonar ciertas actitudes del gaucho. Había prometido acompañarlo al fin del mundo si era necesario pero había veces en que estaba a punto de arrepentirse. Lo que mas le molestaba era su falta de confianza. Ariel le había preguntado que había visto en el río, después de contarle su propia experiencia, pero el gaucho no dijo nada. Ariel se preguntaba para que le permitía acompañarla en tamaña empresa si no le tenía la confianza necesaria para compartir con ella. A decir verdad, ni siquiera sabían donde iban. Se limitaba a seguirlo.
(...)

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                                     VIII

Chaura

Cuatro días más habían transcurrido y Tormenta y Marta seguían sin dar señales de vida. El gaucho y Ariel seguían a pie, deteniéndose solo para comer y dormir. Ariel llamaba a los gritos a Marta pero el gaucho seguía avanzando sin decir palabra. Hacia rato que no se hablaban entre ellos. Ariel todavía tenía los recuerdos de los últimos meses frescos en la memoria y le era difícil perdonar ciertas actitudes del gaucho. Había prometido acompañarlo al fin del mundo si era necesario pero había veces en que estaba a punto de arrepentirse. Lo que mas le molestaba era su falta de confianza. Ariel le había preguntado que había visto en el río, después de contarle su propia experiencia, pero el gaucho no dijo nada. Ariel se preguntaba para que le permitía acompañarla en tamaña empresa si no le tenía la confianza necesaria para compartir con ella. A decir verdad, ni siquiera sabían donde iban. Se limitaba a seguirlo. El gaucho parecía cambiar de rumbo todo el tiempo, como si vagara por el simple placer de hacerlo.
Al verlo alejarse del camino, no pudo más y le gritó:
- ¿Porque toma por el bosque?
- Por acá cortamos mas camino, gurí.
- Es demasiado empinado. Marta no iría por ahí.
- Ya nos alcanzaran.
- No se su yegua pero Marta no va a aguantar tantos días sola.
- No es mi yegua.
- No, no es su yegua. ¡Y yo tampoco soy su compañera o su amiga o nada de ud!. ¿Acaso le importa alguien más aparte de ud? ¿O lo único que importa es su bendita “misión”?
El gaucho se paró pero no le contestó. 
- ¡Le estoy hablando de lo que pasó en el local de Yolanda y con el Epunamun y los indios! ¿No se da cuenta de adonde va alguien termina siempre lastimado?
Sin responder el gaucho volvió a andar en dirección al bosque.
- ¡Bien! ¡Haga como quiera!
Furiosa, Ariel se dio media vuelta y bajó,  siguiendo un arroyuelo.
                             * * * * *
Unas horas después, Ariel ya estaba arrepintiéndose de nuevo. Había hablado sin pensar. Se dio cuenta que en el fondo seguía siendo una niña y eso le irritaba. Su encuentro en el río le había recordado cuanto extrañaba a su familia y como dolía su ausencia. Por primera vez desde el día que prendieron fuego a su hogar, se sintió verdaderamente sola. Una lágrima corrió por su mejilla y esta imagen le hizo recordar otra. Recordó a los cardónes llorando, sufriendo eternamente. Recordó al gaucho llorando entre la sangre. El gaucho había dicho que llevaba más de diez años de guerra en guerra. Ariel no podía siquiera imaginarse como seria eso. Se enjugó la lágrima y siguió río abajo, esperando rodear el bosque y encontrarlo pronto.
No tardó mucho para que le agarrara hambre. Se les habían acabado las provisiones hacia algunos días y habían estado viviendo de la pesca. Ariel nunca había pescado así que el gaucho se había encargado de la comida. Ariel se percató de que el gaucho compartía más de lo que parecía. Compartía su comida, su mate, su fuego, su compañía. Una noche le pareció que la cubría  una manta cálida, quizá su poncho. El gaucho también le prestaba siempre atención. No hablaba mucho pero si escuchaba. Escuchaba como Ariel le hablaba de su familia, de las cosas que leyó en libros, de lo que veía en el camino. Con el tiempo el gaucho se había convertido en su familia también y Ariel lo había despreciado. Su panza volvió a rugir pero como estaba llorando no lo notó.
- Si tenéis hambre, esas se pueden comer.
La voz sobresaltó a Ariel quien miró hacia arriba y se encontró con una niña sonriente sentada sobre una roca. Debía tener más o menos la misma edad que ella. Usaba un vestido rojo de corte fino que la delataba como perteneciente a alguna tribu local. Tenía el cabello negro y lacio, tan intenso como el de un cuervo. Estaba descalza y sus pies parecían perderse en la maleza. Sonreía sin mostrar los dientes, deformando el lunar en su cachete al hacerlo.
Ariel no la había sentido acercarse.
- ¿Eh?
- Decía que si tenéis hambre esas de ahí se pueden comer- dijo, señalando a unas bayas rosas y púrpuras a un costado de los matorrales.
- Ehh, gracias- dijo tomando unas cuantas, sin estar muy segura de si en verdad se podían comer.
La niña se sentó al lado  al lado suyo y le preguntó:
- ¿Como te llamáis?
- A...Ariel.
- Mucho gusto. Soy Chaura.
                           * * * * *
En otro lado del bosque, el gaucho avanzaba con el puño apretando la empuñadura del puñal. Estaba preocupado por Ariel y algo molesto consigo mismo. Las palabras de Yolanda le vinieron a la mente. Había intentado separarse de ella en varias ocasiones sin atreverse a abandonarla dormida.  No quería tenerla a su lado y que saliera lastimada pero no podía alejarla del mismo. Su misión implicaba demasiados riesgos y el no podía detenerse hasta cumplirla. Al momento en que le hicieron entrega de esta arma, hizo un juramento por el cual daría la vida pero no estaba dispuesto a sacrificar la de Ariel.
El gaucho desenvainó de improvisto y de un solo golpe partió un tronco en dos, haciendo huir a un ave solitaria. El pájaro de un enfermizo plumaje gris y penetrantes ojos rojos soltó un graznido que pareció un insulto y escapó en el cielo. Habían estado observándolos desde que salieron del río y el gaucho consideró que se habían acercado bastante. El Magno Oncoy tenía agentes por todas partes. Hechiceros y sicarios en cada país y rincón del continente. A medida que se acercaran a su destino la vigilancia se harían mas estrecha. Si pretendía abandonar a Ariel, esta seria la única oportunidad que tendría.
                            * * * * *
- Entonces tuvieron una pelea y se separaron. - dijo Chaura mientras se peinaba con un peine de plata muy pulida. 
- Si.
- Te entiendo perfectamente. Mi papá también puede ser muy molesto. Siempre hay que hacer todo lo que el te diga, por mas que le diga que no me gusta, el te insiste y no hay forma de pararlo.
- El no es mi papá. Es… es. Bueno, la verdad es que es todo lo que tengo en el mundo.
Ariel bajó la cabeza. Casi se le escapa una risa al notar que era tan reservada como el gaucho.
Chaura largó una carcajada.
- Mi papá también es lo único que tengo pero no me molestaría perdelo.  Siempre me esta vigilando, haciendo lo que quiere con yo sin dejar que me divierta, pero yo se como conseguir lo que quiero, especialmente comida.
- Eh…tomá- dijo Ariel, ofreciéndole unas ciruelas.
- Gracias. Me encanta que la comida se entregué sola.
Ariel tardo un segundo de mas en percatarse del peligro.
Su grito pudo escucharse a lo lejos.

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