viernes, 14 de octubre de 2011

La Daga de Cobre Capitulo XIII

Bienvenidos! El capitulo 13, Encuentros, tiene 13 paginas! Que yeta!
Leanlo bajo su propio riesgo...

                                                    XIII

                                            Encuentros

El gaucho y Ariel habían llegado al corazón del territorio boliviano y ambos sentían que estaban a punto de llegar a destino. Podían oír con toda claridad  la voz del Anta Lluki. Tormenta había decidido que este era un buen lugar para descansar y se negaba a moverse plantándose con los cuatro cascos firmes en el suelo. Como el gaucho tenia prisa, no se detuvo a discutir con la yegua y siguió caminado solo. Ni a lomos de Marta, Ariel podía alcanzarlo así que le pidió al gaucho descansar.
- La verdad Ariel, no me gustaría quedarme más de lo necesario. Todavía hay conflictos en esta zona entre los peruanos y los lugareños y los brasileños no se han retirado del todo.
- Entiendo.- dijo Ariel pero su estomago la traicionó lanzando un gran rugido.
Con un suspiro, el gaucho accedió:
- Bueno, supongo que podemos pasar por algún pueblo y comprar comida.
(...)
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                                      XIII

Encuentros

El gaucho y Ariel habían llegado al corazón del territorio boliviano y ambos sentían que estaban a punto de llegar a destino. Podían oír con toda claridad  la voz del Anta Lluki. Tormenta había decidido que este era un buen lugar para descansar y se negaba a moverse plantándose con los cuatro cascos firmes en el suelo. Como el gaucho tenia prisa, no se detuvo a discutir con la yegua y siguió caminado solo. Ni a lomos de Marta, Ariel podía alcanzarlo así que le pidió al gaucho descansar.
- La verdad Ariel, no me gustaría quedarme más de lo necesario. Todavía hay conflictos en esta zona entre los peruanos y los lugareños y los brasileños no se han retirado del todo.
- Entiendo.- dijo Ariel pero su estomago la traicionó lanzando un gran rugido.
Con un suspiro, el gaucho accedió:
- Bueno, supongo que podemos pasar por algún pueblo y comprar comida.
Aunque estaban lejos de territorito argentino y en teoría el pedido de captura no debería tener vigencia en la zona, el gaucho procuró ocultar su rostro. No se lo dijo a Ariel pero la última vez que había estado por la zona se había hecho de algunos cuantos enemigos. Ariel en tanto estaba distraída, deteniéndose en cada puesto del mercado, especialmente en los que tuvieran artesianas a la venta. Al verla tan contenta y amena entre otras personas, el gaucho recordó que en el fondo seguía siendo solo una niña. Con el tiempo, su cariño hacia ella había crecido pero lo embargaba la culpa por haberla arrastrado a este infierno de combate y sangre derramada, enseñándole el Estrella Federal y exponiéndola a la magia corruptora del Anta Lluki.
El gaucho salió de sus contemplaciones cuando se produjo un escándalo al fondo del mercado. Un grupo de comerciantes estaban  impidiéndole el paso a una carreta tirada por una mujer y un chico. Por los retazos de conversación que les llegaban, entendieron que la familia tenía una gran deuda inconclusa y no los dejaban ir hasta que pagasen.

- Vamos, Ariel, esto no nos concierne.
- Si, pero maestro...
- Déjalos. No es asunto nuestro. 
Pero algo lo convirtió en su asunto. Una voz, no traída por el viento sino por el mar de la memoria. Una voz que llegaba hasta el corazón, suplicando que la dejaran pasar. Antes de que el puño de uno de los hombres descendiese sobre el chico, la bota de potro del gaucho ya estaba en su cara. Solo basto una mirada suya para que el resto se diese a la fuga. La mujer bajó para atender a su hijo pero se detuvo en seco al reconocer los ojos del gaucho. 
- …vos.
- …Azul.
Ariel no entendía nada de nada. De nuevo.
- ¡Óigame, usted! ¡Ahijuna, le dije que si lo volvía a ver por acá lo iba a matar!- gritó el chico pero casi no termina la frase porque Ariel le dio una patada en la nuca.
Eso si lo había entendido.
                            * * * * *
Los cuatro (cinco de hecho, ya que la mujer llevaba un bebe en brazos) se dirigieron hasta la austera casa de Azul. Ariel se percató de que Tormenta conocía el lugar porque había llegado antes que ellos y ya estaba comiendo lo más tranquila. Ariel observó con más detenimiento a la mujer y el chico. Ella se veía joven, mas que su fallecida madre y era bastante bonita pero embargada por una gran tristeza que le hacia parecer mayor de lo que sería. Viajó todo el tiempo con la cabeza gacha como si no quisiese establecer contacto visual con el gaucho. El chico debía tener unos años más que ella pero no era muy alto. A Ariel le cayó antipático de entrada. Por ultimo, Ariel miró a su maestro. Tenía la mirada perdida, su mente vagando por sus recuerdos. Había conocido a estas personas, sin duda pero era evidente que no eran su familia. Ariel se preguntó que habría pasado entre ellos. Supuso que lo mejor era no hacer preguntas. Lo único que le intrigaba era la posibilidad de descubrir el nombre del gaucho. Se había olvidado del asunto y se le había hecho natural llamarlo “maestro” pero ahora que tenía la posibilidad de descubrir su nombre verdadero, le picaba el gusanito de la duda. Literalmente, ya que un mosquito le picó el cuello y el cachetazo que le dio asustó a todos. 

En cuanto entraron, Azul puso a la bebe, que ya había dejado de llorar, en su cuna. El chico seguía la defensiva, parándose en la puerta con los brazos cruzados. Ariel no sabía si sentarse o permanecer de pie. El gaucho fue el primero en hablar. 
- Me alegra ver que tuviste familia.
Sin voltearse, Azul contestó: 
- Si, Azucena es hija de Ernesto, mi segundo marido. Se nos fue hacia el Perú hace ya un año y no hemos recibido misiva alguna en bastante tiempo. No llegó a verla nacer. La guerra terminó atrapándolo. 
- ¡Y sepa que es mucho mejor hombre que ud! ¡En lugar de salir corriendo con la cola entre las patas igual que ud., el fue a luchar por el país que lo vio nacer! ¡Y tenga la certeza que volverá así que ni piense en quedarse por ac…
No terminó la frase porque un nuevo puntapié de Ariel le dio directo en la nuca de nuevo. No le gustaba la forma en que se dirigía a su maestro. 
- ¿Que te pasa, pelado? ¡Ya van dos veces que me pateas!
- ¡Y te esperan muchas mas si seguís insultando, morao!
- ¿Cómo me llamaste, vos opa?
- ¡Ya me escuchaste, morao!
- Nunca dijiste que tuvieras un hijo. Se nota el parecido.- comentó Azul al gaucho quien no había prestado atención a la pelea de los dos niños.
- ¡No soy su hijo! ¡Soy una mujer!
……
- ¿Vos, mujer? Mas bien pareces un chulupi feo y enano, eh? Mírate, no me llegas ni a la cintura, eh chulupi? Eh?
Ariel ya tuvo suficiente y esta vez su patada fue demasiado fuerte. El chico no tuvo miramientos porque fuera mujer y le dio un buen golpe en la cara que Ariel se lo devolvió enseguida y pronto los dos estaban tirándose de los pelos mutuamente.
La pelea duro un buen rato hasta que el gaucho agarró a Ariel por el poncho y la sostuvo en el aire.

- Maestro, no se meta. Le voy a dar una buen…- pero Ariel se calmó al ver la mirada de su maestro.
- Tiene razón, no se meta. De todas formas, para que volvió? ¡Váyase! ¿No tenia una gran “misión” que cumplir, eh? ¿Acaso ya la terminó? ¿O simplemente le dio hambre y se pensó que podía volver?
El gaucho no le contestó, solo se limito a mirarlo sin expresión aunque una parte de si lloraba. 
- Santiago, váyame a buscar leche a la granja vecina para su hermanita.- dijo Azul con una sonrisa algo forzada. 
- Pe…pero madre… yo…
- Vaya por favor.
Viendo la suplica en los ojos de su madre, Santiago accedió.
- Bien. Voy.
Antes de irse, le dedicó una última mirada de odio al gaucho. 
El gaucho no necesitó decirle a Ariel que se fuera. Ariel le dedicó un saludo a la señora y se marchó tras Santiago. 
Ni el gaucho ni Azul dijeron palabra durante un buen rato.
                            * * * * *
 Mientras caminaba, Santiago siguió refunfuñando, maldiciendo al gaucho por haber vuelto y repitiendo que lo mataría si volvía a lastimar a su madre. 
- Che…
Que como se atrevía a mostrar su fea cara de vuelta, que esta vez no se va a librar tan fácil…
- Chee…
Que ellos estaban bien solos, que el puede cuidar de su mamá y hermana hasta que Ernesto vuelva de la guerra, que el ya es todo un hombre y no necesi…
- ¡Che, te estoy hablando, morao! ¡Prestá atención!- Ariel enfatizó su protesta con una fulminante patada directo a la cabeza.
- ¡Deja ya de patearme! ¡Y de llamarme “morao” también! ¡Tengo un nombre, Santiago! ¡Apréndetelo, demonios, pelado!
- ¡Y yo ya te dije que soy una mujer, así que deja de decirme pelado o “chutupi” o lo que sea!
- Es “chulupi”. Y, ¿a donde pareces mujer vos?
Patada.
- ¡Que dejes de patearme, mierda!
- Che, decime una cosa...
- ….Mande?
- Mi maestro. El… no habla mucho… bueno, la verdad es que nunca lo hace…nunca cuenta nada sobre si mismo. Y no me siento cómoda pidiéndole explicaciones pero a vos si te las puedo pedir. Decime, ¿que fue lo que pasó entre tu mamá y mi maestro?
- ....
- Por favor.
                           * * * * *
Azul se levantó para servir agua.
- Santiago creció bastante.- comentó el gaucho, así como al pasar.
- Si. Se esfuerza mucho por cuidarnos. Más ahora que Ernesto no está. Lo quiere mucho. Cuando te fuiste, no permitió que ningún hombre se me acercara. Estaba igual que cuando murió su padre. Pero con Ernesto fue diferente. El se ganó su amistad primero. Fue el propio Santiago el que me lo presentó. 
El gaucho no hizo comentario alguno.
- Dice que en cuanto estemos seguras se ira a buscarlo. Se unirá al ejército y traerá a su amigo de vuelta.
- Es decisión suya.
- ... Estaba tan molesto cuando te fuiste. No…no podía entenderlo. Pensaba que había… hecho algo o dicho algo… el…

- Lo siento.
- Trate de explicarle que… no fue culpa de el, ni mía. Que tenias que irte porque… porque…
Azul no podía terminar la frase.
- Lo s…siento. Yo…yo…
No necesitaba verla a los ojos para saber que estaba llorando.
- Lo… lo siento… es solo que.  ¿Sabias que Santiago tiene los mismo ojos que su padre? Ojos hermosos… los de Ernesto son muy parecidos. Ojos profundos y tiernos, que miran al horizonte como viendo algo mas que los demás no podemos. Ojos que los obligan a marcharse. Porque... porque tiene los tres los mism…
No pudo terminar la frase. El llanto hizo que se le cayera el cubo con agua y despertó a la bebé.
El gaucho recogió el cubo y dijo que se encargaba. Recordaba donde estaba el pozo. Antes de marcharse dijo:
- Azul… puede que sus ojos miren siempre al horizonte pero sus pies están firmes aquí.  En el fondo, lo único que desean es un hogar al cual regresar. Yo también lo deseo. Solo que no puedo.
Y marchó colina abajo en dirección al rio.
                            * * * * *
- Paso hace cinco años. Mi padre acababa de fallecer, dejándonos solos a mi madre y a mí. Yo era demasiado pequeño para ayudarla o defenderla. Entonces el se apareció. Montado en esa bestia azabache, cubierto en ese manto rojo. Como una aparición. Asesinó los hombres que nos atacaban. Como mi mama había salido lastimada el se quedó, ayudándome a trabajar la tierra y atenderla. Nunca sonreía y hablaba muy poco pero trabajaba hasta que caía el sol. Dormía en el granero y comía afuera la mayoría de las noches pero siempre estaba a su lado. Eventualmente, pasó lo que tuvo que pasar. Mi madre no pudo seguir ocultando esos sentimientos y para ser honesto yo también había llegado a quererlo. Que diablos, lo amaba como a un segundo padre. Pero a ese pata é perro no le importó. Se marchó un día sin decir palabra, a cumplir su “misión”, lo que barajos sea eso. Lo corrí lo más que pude pero no logre alcanzarlo. Le grite mientras se iba, le dije que nunca volviera o sino lo mataría!
Patada.
-¡Deja ya de hacer eso!
- Sos un idiota…
- ¿Que?
- Dije que sos un idiota. ¿Te estas escuchando siquiera? Sonás exactamente como lo que sos. Un nenito chinchudo porque “papi” se fue a jugar a la guerra y no lo llevó. Mi maestro no los abandonó por gusto sino por necesidad. Esa ”misión” de la que vos hablas como si no fuera nada es la de la que depende el destino del mundo libre y semejante peso es el que carga sobre sus hombros. Estas siendo egoísta pretendiendo recriminarlo por sus acciones. Mi maestro sufre mucho más dolor del que vos o ninguna otra persona podría entender.
- … Yo estoy siendo egoísta? ¿Y que hay de vos? ¿Porque viajan juntos? ¿También te crees que sos su hija? Pues, deja decirte que eres vos la idiota! ¡El va a abandonarte como hizo conmigo y con mi mamá!
- Seguís pensando en vos primero. Ya se que vamos a separarnos. Lo supe desde el principio. Es igual que con Tormenta, nuestros caminos se cruzaron. Solo eso. Pero llegará el momento  en que tenga que pararme en la encrucijada y tomar mi propio camino. 
Aunque no había entendido del todo, las palabras de Ariel tuvieron un efecto en Santiago. Seguía enojado pero no tenía nada más que gritarle. Le prestó por primera vez atención a sus ojos. Los ojos de Ariel eran marrones pero con un brillo dorado, parecidos a los del gaucho y miraban hacia el horizonte con melancolía.  
                            * * * * *
El gaucho dejó caer el balde en el pozo mientras su mente descendía de igual manera por sus recuerdos.  Hacia años, Tormenta lo había conducido hasta estas tierras. Cinco hombres estaban atacando a una mujer y su hijo. Ignorando la voz de la daga, los había defendido. En esos meses en que vivió en la granja, el gaucho había sido verdaderamente feliz. Había encontrado por fin un lugar que llamar propio. Piel blanca, suerte negra. Desde que nació solo había conocido la lucha dura y la soledad.  Entonces, había hallado la paz pero sabía que no duraría. La daga seguía hablándole. Le susurraba por las tardes, llegando con el viento y por las noches lo atormentaba con pesadillas. Tuvo que marcharse. Había hecho un juramento a su General y no podía ignorarlo. Se marchó sin mirar atrás, sabiendo que si se volteaba no podría seguir adelante. 
Nuevamente perdido en sus pensamientos, falló en notar el peligro. Una docena de hombres armados lo habían rodeado. Uno alto y rubio se le acercó con los brazos en la espalda, sonriendo confiado. Estaba seguido por un enanito de ojos saltones que sudaba como un puerco.

- Bueno bueno, llevas bastante haciéndote el palo encebado pero finalmente se te acabo la cueva. Jeh, te hacia mas alto. – dijo Millalobo.
- ¿Así que vos sos el famoso “gaucho del poncho colorado”, eh? Sos inclusive más roñoso de lo que me imaginaba. ¿Sabes desde donde vengo persiguiéndote, mugriento? ¿Sabias que los hombres que asesinaste estaban a mi cargo, eh? ¿Te pensaste que te podías escapar para siempre, eh?!- le espetó Villamonte.
En su funda, el Anta Lluki rugía.
                            * * * * *
- Oye, Ariel, ¿no puedes hacer que esa mula ande mas rápido?
- Se llama Marta y va al ritmo que quiere- le dijo, mientras le acariciaba la oreja a la pobre mula, cansada de tanto trajín.
- ¿Marta? Jahjah, ¿que clase de nombre estúpido para una mula es ese?
- ¿Que te pasa, idiota? Era el nombre de mi hermana…
- …ehh, de… de  todas formas, sigue siendo un nombre bastante malo para una mula…
- ¿Y vos que sabes?
- Bastante más que cualquier chica, el campo es cosas de hombres…
Patada.
- ¡Te dije que dejaras de hacer eso!
- ¡Oblígame!
- ¡Vas a ver!
- ¡Dalé, morao!
- ¡Chulupi!
- ¡Barraco!
- ¡Chima!
- ¡Perdulario!
Santiago se quedó mudo al darse cuenta de que tras tanta voltereta había terminado encima de Ariel. Ahora que tenía su rostro tan de cerca se percató de que, aparte de la cicatriz y la mugre, era una chica bastante linda. Era la primera vez que se fijaba en una chica y encima había cometido la torpeza de pelearse con ella y tirársele encima, ahora no sabía si tenía que disculparse o que.
- ¿Viste eso?
Santiago no había visto nada.  Tenía los ojos ocupados en otra cosa.
- ¿Si viste eso?
- ¿Eh?
- ¡Salí de encima!
De una patada lo mandó a volar mientras se levantaba y escudriñaba los cielos nuevamente. Había visto algo entre las nubes. Algo que la había asustado. 
- ¿Lo viste?
- Auch… ¿Si vi que cosa?
- El pájaro.
- ¿Cual pájaro?
- Un pájaro grande de alas grises.
- Por ay era un chique.
- No, era otra clase de pájaro. Ya lo he visto antes. Lo vi en el desierto y también en Polco Arriba y después de que salimos del río de nieblas. Eran los mismos pájaros que volaban sobre el Potosí…no eran cuervos. Por eso el maestro no quiso acercarse. ¡Esos pájaros son agentes del Magno Oncoy!
- ¿Lo que?
- ¡Tenemos que volver ahora mismo!
- ¿Eh?
- ¡Dale, hay que volver ahora! ¡Tu mamá y tu hermana están en peligro! 
                           * * * * * 
El gaucho dejó caer el cubo mientras ponía la mano sobre la empuñadura del Anta Lluki.
- Sabía que era mucho mas fácil esperar a que regresaras a andarte buscando por todas partes. Ah, te veo sorprendido. No eres tan disimulado como te piensas. Cinco años es tiempo suficiente para que un hombre se transforme en leyenda. El “misterioso gaucho del poncho rojo” es una historia muy popular por estos pagos. No nos mires así. Deberías estar halagado. Fue justamente tu historia la que hizo que tu mujercita conociese a su nuevo maridito o debería decirle “difunto”. Andaba contando esa historia por todo Tarapacá hasta que llegó a nuestros oídos y terminó como sanguchito de palta.- Millalobo se relamió con gusto.- Supongo que se lo merece por ser tan, como le dicen uds., ¿“buchonazo”?
- ¡Esperá un minuto, Millalobo! Si sabias tanto sobre el, ¿por qué no lo hiciste capturar desde antes y nos ahorrábamos el tener que movilizar tantas fuerzas?
- ¡Cállate, perno enano! Yo no recibo ordenes tuyas. Hace más de diez años que venimos persiguiendo al portador del Hatun Cuzqui. Uds. simplemente se metieron en algo que no pueden siquiera entender, huevones. 
- ¡No me hables así, pedazo de...
El gaucho aprovechó el momento para dar un enorme salto. Villamonte ordenó  de inmediato hacer fuego. Las balas atravesaron el poncho pero no al gaucho. Había usado una camándula.  El gaucho arrojó con fuerza el balde de agua, el cual se estrelló derecho contra la nariz de Villamonte.
De un solo corte, separó los brazos de tres soldados y cargó contra Millalobo. Este paró el ataque con su sable, que quedo destrozado y lo empujó hacia atrás.
Despatarrado en el suelo y con la nariz chorreando sangre, Villamonte ordenó más disparos.
-¡Atrás! ¡Es mío!- rugió Millalobo.
- ¡No lo escuchen! ¡Abran fuego! ¡Ahora!
Los soldados no se atrevían a moverse
- ¿Por qué dudan? ¡Uds. reciben ordenes mías, no de el! ¡Yo estoy a cargo de esta unidad! ¡Mátenlo antes de que y…
No llegó a terminar la frase porqué el gaucho, tras derribar a otros dos soldados, saltó por encima de Millalobo y le encajó una patada por la espalda a Villamonte, mandándolo a volar varios metros. Sin parpadear siquiera, Millalobo se lo sacó encima arrojándolo aun más hacia atrás. El gaucho se lanzó de nuevo con el puñal hacia adelante.
Estilo Estrella Federal! Refocilo Parejero!
La velocidad de su ataque fue tan fuerte que Millalobo salió despedido hacia atrás, arrastrando consigo a Villamonte y los dos fueron directo hacia el pozo que se destrozó por el impacto. 
Los soldados estaban petrificados.
No puede ser humano, pensaron todos. 
                            * * * * * 
Ariel y Santiago corrían a toda velocidad de vuelta a la estancia, observando la nube oscura que amenazaba tragarse el cielo. Santiago se sentía aun más avergonzado al ver que no podía seguirle el ritmo a Ariel, cuya velocidad había aumentado gracias al entrenamiento y seguirle la carrera al gaucho. Ariel se paró de golpe (Santiago chocándola por detrás) al ver que el camino estaba cubierto por unas espinas negras y unas enredaderas que asemejaban una jungla de pesadilla, la cual hubiese devorado toda vida en su camino. Un relincho surgió de entre la maleza y Tormenta apareció, luchando contra las espinas que trataban de ahogarla y sujetarla.
Una peste a muerte trajo consigo al responsable, Chodil Marifil. Se apareció babeando y chorreando mucosidad que caía sobre su grasiento chaleco. El chaca de Ariel empezó a picarle.
- *jehjehjeh* ¿Pero que tenemos aquí? Parece que son unos cabritos extraviados, eh? *jehjehjeh*
- ¿Que le estas haciendo a Tormenta?
- ¿Eh? Ah, esta yegua es un problema. Es imposible de domarla.* jehjehjeh* He estado tratando de embrujarla desde hace varios días pero se ha estado resistiendo así que opté por lo más simple.*jehjehjeh* 
- E...es… un monstruo.- dijo el estupefacto Santiago, quien no haba tenido antes ningún encuentro con lo sobrenatural. 
- Ahijuna…- dijo la más acostumbrada Ariel.
- No te preocupes, cabrito. No sufrirá por mucho, en cuanto deje de resistirse y permita que se la coman los yuyos.  Luego seguirás tú. Creo que me hare una capucha contigo. Siii *jehjehjeh* Tienes una piel exquisita…. Desde aquí mismo puedo olerla. *jehjehjeh* 
- Santiago, anda a buscar a tu mamá.
Santiago no reaccionaba.
- ¡Santiago! ¡Andá de una vez! ¡Yo puedo distraerlo un rato y liberar a Tormenta! ¡En cuanto pueda iré  a ayudarte! ¡Ahora andá!
- N...no puedo dejarte sola con este monstruo…
- No tenés muchas opciones… ¡Ándate ahora!
- Pero no puedo dejar a una chica peleando sola. Es de poco hombre.
- ¡Eso no importa ahora! ¡Ándate, estúpido!
- ¿Chica? Que, ¿acaso eres niña?- dijo Chodil, haciendo un ademan de mujer contrariada.
Ariel iba retrucarle pero Santiago se le adelantó, orgullo herido y cuchillo al frente. Sacando la negra lengua por las comisuras de la boca, Chodil ordenó a las plantas atacarlo. Las espinas se le clavaron en todo el cuerpo. Ariel se apoyó en su mano izquierda y utilizó por vez primera en combate una técnica del Estrella Federal.
Estilo Estrella Federal! Refocilo Boliado!
Chodil se impresionó por como Ariel cortaba todas las espinas con su cuchillo, liberando a Santiago. Ariel sabía que no tenía oportunidad de derrotar al calcu, aun con lo aprendido, así que hizo uso de sus nuevas boleadoras. Las giró sobre su cabeza y las esferas de acero comenzaron a brillar como teas incandescentes.
- *jehjehjeh* Te piensas que vasa detenerme con esas bolas, eh? ¡Inténtalo, mocosita!
Los yuyos atacaron a Ariel, clavándosele en la piel pero ella ignoró el dolor y se concentró en apuntar. Al arrojarlas, las boleadoras se unieron en una espiral ardiente, incinerando a las malignas plantas al vuelo. Ante de poder reaccionar, Chodil ya estaba en llamas, la grasa en su chaleco acelerando el incendio. Con un espantoso grito, Chodil esquivo el morir carbonizado, separando la cabeza de su cuerpo. Plumas empezaron a cubrir su calva y de sus orejas fueron expulsadas dos alas enfermizas y grises. Con su nariz convertida en pico, tomo su bastón y se fue volando, maldiciendo con su graznido. 

                            * * * * *
Ninguno de los soldados se atrevía a alzar su arma. Únicamente habían oído hablar del gaucho y no creían la mitad de las historias pero tras haberlo visto con sus propios ojos, se dieron cuenta de que era aun más aterrador de lo que decían. La furia en esos ojos amarillos les encogía el corazón.
Con el rostro destrozado y empapado a más no poder, Villamonte se levantó de las ruinas del pozo y empezó a gritarles de nuevo: 
- ¿Que hacen inútiles? ¡Dispárenle! ¡Maten a ese piojoso de una buena vez!! ¡Matenloooo...
Nadie escucho lo que decía. Todas las miradas, inclusive la del gaucho, estaban fijas en lo que salía del pozo.  Parecía que usaba la piel de Milallobo como un disfraz y ahora sus costuras se separaban, revelando la bestia contenida dentro, una cruza macabra entre león marino y hombre. 
La bestia abrió sus fauces y le arrancó la mitad superior del cuerpo a Villamonte, destrozándolo con sus potentes mandíbulas.
- Ahora…*ah ah*… en que íbamos?
                           * * * * *
Gracias a que Tormenta les permitió subirse a su lomo, Ariel y Santiago llegaron en cuestión de minutos a la casa, desde donde se oía el llanto de su hermanita. Antes de bajar, Santiago vio a su madre desmayada y el corazón se le subió a la boca. Sin esperar a detenerse, bajó de un salto e ingresó a la estancia donde fue derribado de un golpe a la cabeza. Distraída de la preocupación, Ariel entró sin cuidarse y algo la agarró del tobillo y la alzó en el aire. Una bestia barbuda y cubierta de heridas la sostenía frente suyo. Ariel reconoció al hombre que los había asaltado en las montañas.
- ¡¿Dónde esta el gaucho?!



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