jueves, 20 de octubre de 2011

Intermedio: El Canto de Kulumekala Parte II

Bienvenidos! Continuacion del Canto de Kulumekala!

                                                       II.

                          El Testimonio de "Mendoza" Gutiérrez

La siguiente mitad del relato es de una menor naturaleza clínica pero si intenta relacionar las fisionomías de los pueblos amazónicos con las tradiciones culturales que parecen referir a los síntomas de la enfermedad. Pero el grueso del relato es una historia mas apropiada para una revista de aventuras que para un informe medico. Se trata del testimonio del Doctor Enrique Gutiérrez, apodado "Mendoza" o "Quique" alternativamente, de los hechos que experimentó en las últimas semanas de Agosto del 26. Dicho testimonio resultó ser, para mi sorpresa, un evento presenciado por el propio doctor, quien se encontraba asistiendo a una conferencia de oncología infantil en la Facultad de Medicina. Esta se  (...)


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                                    II.

          El Testimonio de "Mendoza" Gutiérrez

La siguiente mitad del relato es de una menor naturaleza clínica pero si intenta relacionar las fisionomías de los pueblos amazónicos con las tradiciones culturales que parecen referir a los síntomas de la enfermedad. Pero el grueso del relato es una historia mas apropiada para una revista de aventuras que para un informe medico. Se trata del testimonio del Doctor Enrique Gutiérrez, apodado "Mendoza" o "Quique" alternativamente, de los hechos que experimentó en las últimas semanas de Agosto del 26. Dicho testimonio resultó ser, para mi sorpresa, un evento presenciado por el propio doctor, quien se encontraba asistiendo a una conferencia de oncología infantil en la Facultad de Medicina. Esta se desenvolvió de acuerdo a lo planeado y una vez concluida, el doctor se retiró junto a algunos colegas suyos a un bar cercano, donde disfrutaron de un espectáculo de tango, acompañados de sendas rondas de bebidas alcohólicas. El ambiente era de una camaradería notable, a excepción de algunas disputas causadas por la ebriedad, pero todas las risas y charlas cesaron al ingresar el doctor Gutiérrez. Citando al doctor, "parecía como si un ángel hubiera pasado sobre nuestras cabezas, pero no podría haber estado más equivocado".
Hombre de unos cuarenta años entonces, alto, ligeramente moreno, con un cuerpo curtido por décadas de intensa actividad física y roces con la muerte. El doctor Gutiérrez era una eminencia en el campo de la antropología, aunque no faltaban quienes lo criticaban por su aproximación "romántica" a la materia, pasando meses internado en la selva y las montañas estudiando a las culturas indígenas. Demostrando ser un hombre de exquisitos modales, el doctor Gutiérrez se anunció ante todos los presentes y les solicitó humildemente su asistencia con un problema medico al que no veía solución. A continuación extrajo de su bolso de mano un bulto envuelto en una mortaja y, sin ceremonia alguna pero con sumo cuidado profesional, lo destapó lentamente. Lo que contenía era el cuerpo de un infante, de escasas horas de nacido, severamente deformado. Parecía un enorme insecto disecado, algo que el buen doctor no volvería ver hasta dentro de cinco años, sin tener una explicación en ambas oportunidades. Uno de los especialistas no logró contener las arcadas y vomitó la última tanda de bebidas y entremeses en el piso. El encargado del local, sumamente nervioso, se asomó a ver que sucedía y al ver el cadáver hinchado pregunto si era contagioso. El doctor Gutiérrez (a quien desde este momento me referiré como Mendoza, como el pedía) le dijo que no se preocupase, la condición del niño no era contagiosa; muy por el contrario, era exclusiva a su persona y de momento, completamente inexplicable.
Mendoza comenzó a interrogar a los doctores presentes, preguntándole uno a uno, si habían visto alguna vez cosa semejante, lo que todos negaron rotundamente.
Desde la oscuridad de una mesa apartada del bullicio, surgió entonces una voz entrecortada por expectoraciones y eructos causados por el alcohol, que aseguraba haber visto algo parecido hace tiempo. Se trataba del doctor José Ortiz Nadal, un medico pediatra que era objeto de todas las burlas en la profesión. Hace algunos años se había volcado a la bebida con tal intensidad que su mujer lo había abandonado, llevándose a sus hijos y le retiraron la licencia tras lastimar a un paciente durante una simple revisión. Desde entonces se pasaba las tardes bebiendo hasta la inconsciencia y el resto del día desmayado en la esquina de algún bar. Con una movilidad inusitada en su persona, el doctor Nadal se puso en pie y comenzó a relatar su historia con una voz rasposa que fue aclarándose a medida que se acercaba al clímax del relato, interrumpiéndose regularmente para vaciar o rellenar su vaso de whisky.
Hace ocho años, en las mismas fechas en que su carrera comenzó a desmoronarse, el doctor fue llamado de madrugada para atender un parto en una estancia cercana a su residencia. La partera había sufrido un ataque de histeria a mitad de las labores y se negaba a continuar y el marido entonces envió a un peón en busca de un medico de urgencia. Al llegar, el doctor se encontró con la partera acurrucada en un rincón, rezando el rosario frenéticamente y al pobre esposo tratando de controlar a su mujer, que chillaba descontroladamente. Al revisarla el doctor comprendió la reacción de la aterrada mujer. Una misteriosa infección vaginal, que producía unas secreciones de olor penetrante y desagradables a la vista, había afectado a la madre. Sin saber bien con que trataba, el doctor se vio obligado a improvisar, utilizando un bisturí para remover los eczemas y ayudar al infante, que había quedado atorado a mitad de camino, a salir a la luz. Pero lo que extrajo el doctor no era un bebé humano, en absoluto. Tenía todo el aspecto de una larva de insecto, con un miembro en forma de cola, viscoso al tacto y amarillento en tonalidad. Pero aun más impresionante era su mitad superior. Poseía unos diminutos brazos definitivamente humanoides y una cabeza cubierta de babas que asemejaba un rostro humano pero con unas incipientes antenas y colmillos en las comisuras de la boca. La inhumana criatura abrió la boca, dejando escapar un zumbido aterrador. Todos estaban conmocionados e inmóviles y el doctor dejo caer a la criatura al suelo, que hizo un ruido pegajoso al tocarlo. La partera fue la primera en reaccionar tomando al adefesio y arrojándolo a la fogata cercana, donde chilló en una mezcla de llantos de niño y zumbar de abeja. El doctor recuperó la compostura al escuchar el grito de dolor de la madre y corrió a socorrerla, llegando muy tarde, muriendo esta a los pocos segundos de una masiva hemorragia. En ese momento, el padre tomó una escopeta y asesinó a la partera. Luego se volteó en dirección al doctor y al ver a su esposa muerta, se colocó el rifle bajo el mentón y disparó una sola vez, volándose la tapa de los sesos. El doctor cayó de bruces y permaneció en estado catatónico hasta regresar el peón muchos minutos después con dos agentes de gendarmería.
Desde ese día el sonido de la muerte de la criatura resuena en sus odios a cada momento, siendo el alcohol lo único que logra acallarlo. Comenzó a tomar para poder conciliar el sueño, luego para soportar un día de trabajo y ahora lo consume a cada hora, habiendo perdido su carrera, su familia y su vida.
Terminada la historia, vació su vaso una vez más y se desplomó sobre su silla, estando totalmente ausente el resto de la velada. 
Todos enmudecieron. Aquellos que se habían burlado a espaldas del doctor se voltearon avergonzados. Con una seca y pragmática tos, Mendoza reanudó la conversación. Simpatizaba con el pobre medico y, viendo que no podía arrojar luz alguna sobre este misterio, comenzó a narrar la historia de como terminó en posesión del extraño espécimen. La misma empieza en las ultimas semanas de Agosto de dicho año, 1926, cuando se encontraba en la selva misionera, regresando de una búsqueda infructuosa por la jungla amazónica. Mendoza había estado buscando el elusivo rastro de la Diosa Kululumekala, una deidad de la procreación y la creatividad artística que adoraban algunas tribus amazónicas. A continuación extrajo de su bolsillo una pequeña estatuilla que representaba a dicha Diosa. La descripción que hace el doctor guarda mucho parecido con la Venus de Willendorf, a excepción de la presencia de una cabeza tipo insecto y alas en la base de la espalda. El culto a Kululumekala había sido mencionado por los colonizadores españoles hace cuatrocientos años quienes lo catalogaron de "enfermizo y diabólico", destruyendo cuanta muestra pudieran. Fueron también los colonizadores quienes bautizaron a la Diosa "Kululumekala", una castellanización del casi impronunciable nombre original, del cual existen muchas variantes de acuerdo al dialecto de cada tribu, siendo la más popular algo así como "K´llvm´kgh". El doctor incluyo una nota a pie de página donde menciona un libro referente al tema, "El Códice Burgos". Esta es una compilación de las anotaciones y bitácoras del viaje que sostuvo Juana Leónidas, apodada "La Desquiciada", una bucanera española del siglo XVI quien viajó al interior del Amazonas en busca de la legendaria Sierra del Plata, solo para regresar convertida en una enferma mental. Un fraile jesuita de apellido Burgos acomodó sus incoherentes notas (la similitud con mi situación actual con el trabajo del profesor es tan escalofriante que prefiero no pensarlo demasiado…) en un libro destinado a prevenir sobre los cultos satánicos del continente. El original se perdió hace siglos, encontrándose solo fragmentos dispersos que fueron reeditados en tiempos mas modernos. El doctor mencionaba que la Biblioteca Nacional estaba supuesta a contener un ejemplar pero el personal no pudo ofrecerle ninguna respuesta. Para finalizar sus acotaciones incluyó una cita supuestamente textual del Códice Burgos que reproduzco a continuación:
 Aun la Eternidad del Tiempo puede concluir
cuando el Recorrido del Infinito da inicio.
(Confieso no entender el significado de dicha cita o como se aplica a la historia en cuestión...)

Retomando el relato, Mendoza regresaba frustrado a visitar una aldea guaraní con la que había convido hace algunos años, para encontrarse con que esta había sido ocupada por fuerzas militares. El hombre a cargo, un tal Teniente Salcedo, se negó a darle explicaciones y casi terminan en una confrontación física. La discusión terminó al arribar Tupí, un viejo amigo de Mendoza. Tupí le explicó como desde hace algunas semanas se habían producido algunas desapariciones de mujeres de entre 15 y 30 años en la aldea. El gobierno se había negado a intervenir hasta la desaparición, hace unos días, de una chica misionera de unos 17 años. Mendoza obviamente estaba furioso, recriminándole a Salcedo porque no habían tomado cartas en el asunto antes y este le amenazo con detenerlo bajo custodia si no se controlaba. Tupí nuevamente frenó la discusión, remarcándole a Mendoza que necesitaba de la fuerza del ejecito para detener esta amenaza. Su gente estaba aterrada y creía que era el trabajo de demonios pero Tupí, mucho más pragmático en su pensamiento, lo consideraba la actividad de una tribu belicosa de la zona. El mismo, junto con algunos exploradores, había descubierto el camino hacia la aldea de dicha tribu pero necesitaba mas hombres si pretendía invadirlos así que había aceptado la "ayuda" del ejercito. Mendoza se ofreció a acompañar a Tupí y a los soldados en busca de la chica. Salcedo trato de impedirlo pero Tupí se negó a guiar a sus hombres a menos que Mendoza también viniese. Acordando una alianza de mala gana 16 hombres, incluyendo a Mendoza, liderados por Salcedo y con Tupí guiándoles a la cabeza partieron a última hora de la tarde de ese día.
El trayecto los ocupó varias horas, debiendo abandonar los vehículos al comienzo del mismo e internarse a pie en la indómita jungla brasileña, su visibilidad limitada por una espesa lluvia que se había extendido durante días. Durante la travesía uno de los hombres fue mordido por una yarará y debió ser acompañado por otros dos de regreso a la aldea y perdieron una mochila con municiones que se hundió en el fango, debido al error de un cadete que fue severamente reprendido por Salcedo hasta intervenir Mendoza. En una zona frondosa se encontraron con uno de los exploradores del pueblo de Tupí, el cual había sido herido gravemente con flechas envenenadas. Harto de interrupciones, Salcedo le ordenó a Tupí abandonarlo, iniciando una nueva discusión que esta vez zanjó Mendoza al ofrecerse a tomar el lugar de su amigo. Tupí le indico las señales que debía seguir hasta su destino y se marchó llevando a cuestas a su compañero. Después de varias horas más de tensa travesía, cuando la noche ya había llegado a su punto álgido, distinguieron un tenue resplandor en la distancia, delatando una antorcha.
Al llegar a la fuente fueron testigos del espectáculo más desagradable de sus vidas.
Debido a lo detallado de la descripción de Mendoza, que el doctor se encargo de transcribir textualmente, procedo a citarla a continuación:

 "cabezas colocadas en lanzas formaban una barricada incompleta en torno a una aldea, en cuyo centro se ubicaba una de las mas potentes fogatas que haya visto. Frente a ella se alzaba un altar destinado sin duda a sacrificios. Una figura hecha en maderas, juncos y trozos de animales, representando la ominosa figura de Kululumekala, con su cabeza de insecto y su abultado vientre, presidía la ceremonia. A su alrededor bailaban en un éxtasis frenético, completamente desnudos a excepción de algunos adornos, al menos un centenar de los miembros de una tribu cuya existencia yo desconocía. Sus cuerpos pintados con signos tribales ajenos a mis conocimientos, estaban completamente inmersos en una celebración orgiástica de danza y bebidas alucinógenas, entonando el siguiente canto con devoción estremecedora "Kululumekala namkulu U´mptwa wankale´jiqa nada", cuyo significado desconocía entonces.
Salcedo asumió el rol de militar frió y practico que, sospechaba, en el fondo debía ser, ordenándoles en silencio a sus hombres tomar posiciones. Todos nos acomodamos a la sombra de gruesos troncos y observamos la macabra ceremonia tener lugar. Una sacerdotisa hizo acto de presencia, vistiendo una túnica de lo que sospechaba era piel humana y portando una mascara de trozos de cuero que representaba una cabeza de insecto, emulando a su tétrica deidad. La joven secuestrada apareció a continuación, siendo arrastrada por dos fornidos hombres. Uno de los soldados (el mismo joven que yo defendí horas atrás y había adquirido cierto respeto por mi persona) se levantó, visiblemente irritado, pero yo lo contuve colocándole mi mano en su hombro. Salcedo apoyó silenciosamente mi decisión, ordenándoles a todos permanecer en sus puestos. Debo confesar que deseaba ver la ceremonia hasta el final, fascinado con esta extraña e ignota cultura. Los hombres ataron a la aterrada jovencita, quien chillaba por ayuda, al altar mientras el ritmo de los tambores aumentaba. Uno de los ayudantes entrego un cuenco a la sacerdotisa, cuyo contenido, aunque no era perfectamente visible, sin dudas se reptaba y retorcía. Los hombres forzaron la boca de la chica a abrirse y la sacerdotisa dejo caer el contenido en su interior, coincidiendo con el ritmo de la música. A medida que descendía el viscoso contenido por su garganta, su vientre se hinchaba cada vez mas, emulando un prominente y grotesco embarazo.
Todos estábamos conmocionados, contemplando inmóviles como la sacerdotisa alzaba una daga ceremonial sobre su cabeza mientras el ritmo de la música se aceleraba. Al llegar al clímax de la ceremonia, la música paró por completo, la sacerdotisa hundió su puñal en el vientre de la niña, trazó una apertura en forma de cruz y extrajo un bebé, perfectamente formado, el cual no chilló sino que emitió un escalofriante zumbido que resonó en toda la selva. Salcedo no pudo aguantar más y saltó a la carga con sus hombres siguiéndolo. El siguiente combate fue demasiado caótico para que pueda resumirlo. Aunque estaban armados, los hombres de Salcedo se veían superados por veinte a uno fácilmente.
La sacerdotisa huyó del combate, internándose en la selva y yo le di persecución por mi cuenta, alejándome del tumulto y los gritos de Salcedo. Ella conocía la zona mejor que yo y saltaba con facilidad por entre troncos y rocas en plena oscuridad.
En un momento dado me vi frenado por una profunda pendiente, con media docena de fanáticos a punto de alcanzarme, así que utilicé mi látigo de cacería para sortear el obstáculo. Cuando alcancé a la sacerdotisa, le ordene entregarme el bebe pero ella respondió sacando la daga de su túnica y atacándome. Durante el combate, hice lo posible para no lastimar al bebé, al cual todavía no había visto detenidamente. En medio del combate la saliente donde estábamos se derrumbo, cayendo los dos hacia el río, crecido por la lluvia de los últimos días. Instintivamente agarre el bebe en pleno vuelo y caímos sobre la rama crecida de un árbol cercano. La sacerdotisa no tuvo tanta suerte, siendo tragada por la corriente.
Al regresar, me encontré con la visión de los cuerpos de unos veinte sectarios muertos y la sorpresiva presencia de Tupí. Tupí  había regresado con diez de sus hombres, llegando a mitad del combate. Inclusive le había salvado la vida a Salcedo con un tiro certero de su cerbatana. Cosa que a Salcedo no le gustaba para nada dejándolo en deuda con mi amigo.
Sus hombres habían detenido a 48 de los miembros del culto, abatido a otros 19 y el resto había huido entre las sombras. Ya con todo la conmoción terminada, los tres examinamos al bebe y descubrimos dos cosas aterradoras. La primera, el bebé había muerto. La segunda, no parecía un ser humano. En absoluto".
Al realizarle la autopsia, descubrieron que el niño murió de una insuficiencia respiratoria, producida por la falta de un sistema respiratorio apropiado. En lugar de pulmones, absorbía oxígeno mediante un sistema de tráqueas las cuales colapsaron en contacto con la atmósfera. Un estudio exhaustivo demostró aun mas fusiones de los aparatos de órganos de insectos con los de humanos. Su sistema digestivo consistía en un único tubo enroscado al final del cual sobresalían unos inútiles Tubos de Malphigi. Su sistema circulatorio era independiente del respiratorio, explicando la presencia de hemolinfa en lugar de sangre, un líquido incoloro que salía a borbotones con cada incisión. Su sencillo sistema nervioso presentaba también sensilia en la cutícula, un rasgo característico de los insectos. Al cortar sus parpados descubrieron ocelos, los ojos de insectos como las avispas, en lugar de globos oculares humanos. Poseía unas antenas incipientes en la base de la frente y dentro de su boca un par de maxilas y palpo sin desarrollar. Su espalda poseía unas alas incompletas, compuestas de cleritos y cubiertas de una especie de baba.
En resumidas cuentas, era una abominación de la naturaleza. Un eslabón perdido macabro de la cadena evolutiva que intentaba conciliar a los humanos con los insectos y fracasaba en el intento, muriendo el niño por el sencillo hecho de carecer de un cuerpo preparado para una acción tan simple como respirar oxigeno en cantidades necesarias para su tamaño.

Los miembros de la secta interrogados no aportaron ninguna información útil. La mayoría se agitaban frenéticamente y aun sedados no brindaban muchas respuestas, especialmente alguna coherente. Hablaban un dialecto propio que a Mendoza le era desconocido. Tupí logro traducir algunas palabras pero nada concluyente. Se decidió encerrarlos a todos en sendos asilos mentales. La única excepción fue un individuo que no pertenecía a la tribu pero aun así estaba presente durante la ceremonia. Alguien a quien Mendoza conocía muy bien. Se trataba de Nano, un traficante de antigüedades brasileño. Nano había conducido a Mendoza hasta las ruinas de un templo aparentemente maya en la parte sur del Brasil, el cual estaba dedicado a la Diosa Kululumekala. Todo resulto ser una trampa, Mendoza y su equipo siendo emboscados por cazadores furtivos a quienes Nano debía dinero. Mendoza y sus hombres fueron capturados pero escaparon provocando un incendio. Nano trató de conseguir su perdón entregándoles estatuas de oro y jade a sus deudores pero el templo estaba desierto, a excepción de algunas estatuas derruidas de la Madre Insecto y unos cuantos animales salvajes que los cazadores atraparon. Mientras Mendoza combatía con un jaguar hembra que había escapado de una jaula, Nano huía cobardemente, llevándose consigo algunas piezas para revenderlas.
La estatuilla que les había mostrado al comienzo de la charla provenía de dicho templo. Nano había sido una rata traicionera y rastrera pero ahora se había convertido en un despojo aun peor. Por lo que pudieron entender de sus balbuceos en una mezcla de portugués, guaraní, español y una especie de jerigonza, después de huir del incendio en el campamento, se había perdido completamente en la selva, siendo capturado por la tribu quienes, en lugar de matarlo, lo llevaron ante la sacerdotisa; quien le hizo tragar un raro insecto vivo. Tras hacerlo su mente, afirmó, se había despejado y ahora oía con claridad el canto de Kululumekala. Nano explicó que la frase "Kululumekala namkulu U´mptwa wankale´jiqa nada", que habían odio repetir a los sectarios significaba "En la Ciudadela Inclinada de U´mptwa Kululumekala a su progenie nutre". A continuación se deshizo en un ataque histérico de carcajadas. Nano fue recluido a una institución psiquiátrica por el resto de sus días. Salcedo se desembarazó del asunto pero pago su deuda a Tupí, instalando una unidad cercana a la aldea para protección. Mendoza se despidió de su amigo, consiguió la autorización para quedarse con el espécimen y  ha pasado las últimas semanas viajando por el país, consultando con toda clase de expertos en biología y anatomía en busca de una explicación, sin éxito. Y esta no fue la excepción. Ninguno de los presentes tenía una respuesta. Agradeciéndoles su amabilidad, Mendoza envolvió el cuerpo en la mortaja, se coloco su sombrero fedora y salió al exterior.
Una última anotación del doctor menciona que Mendoza conservó el cadáver unas semanas más antes de entregarlo al museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde estuvo en exposición durante unos dos meses antes de perderse en circunstancias sospechosas.
El último paradero de Mendoza, a la fecha de Junio de este año, lo coloca en las islas del Atlántico Sur, nuevamente conviviendo con los escasos habitantes de una tribu indígena.                                      

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