lunes, 10 de octubre de 2011

La Daga de Cobre: Intermedio

Bienvenidos! Y asi el guahco comenzó a narrar...
Proximo, Un Saludo y comienza la Parte Dos!

Intermedio

Esto sucedió hace bastantes años, antes inclusive de conocer a Tormenta. Poco antes de su muerte, el General Güemes me encomendó viajar a Lima a reunirme con el General San Martin, bajo quien ya había servido en Chacabuco. El viaje fue largo y extenuante, una batalla tras otra contra los ejércitos realistas o con simples guerrilleros que buscaban un oponente. Perdí más de ocho caballos en mi travesía por montañas y valles. Finalmente el comandante Lavalle me encontró a pocos kilómetros de Riobamba, en medio de un escuadrón abatido de realistas, cubierto de sangre de pies a cabeza, de pie entre los cuerpos decapitados y desangrados. Aún recuerdo el terror en la mirada del “León de Riobamba”. (...)
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Intermedio

Esto sucedió hace bastantes años, antes inclusive de conocer a Tormenta. Poco antes de su muerte, el General Güemes me encomendó viajar a Lima a reunirme con el General San Martin, bajo quien ya había servido en Chacabuco. El viaje fue largo y extenuante, una batalla tras otra contra los ejércitos realistas o con simples guerrilleros que buscaban un oponente. Perdí más de ocho caballos en mi travesía por montañas y valles. Finalmente el comandante Lavalle me encontró a pocos kilómetros de Riobamba, en medio de un escuadrón abatido de realistas, cubierto de sangre de pies a cabeza, de pie entre los cuerpos decapitados y desangrados. Aún recuerdo el terror en la mirada del “León de Riobamba”. Lavalle me llevó consigo a Pichincha donde nos unimos las tropas de Sucre en su batalla contra las de Aymerich. El sol de la mañana teñía de rojo las nubes ese día mientras yo aguantaba como podía sobre la ladera dela montaña, luchando a facón limpio contra el Aragón. Finalmente, fui el último hombre en pie. Sobre los cadáveres de mis compañeros caídos lancé un último desafío a las fuerzas realistas.  Mi salvación y la del resto de los patriotas vino de los gringos del Albión, quienes lograron rodear al Aragón, permitiéndome unirme al Magdalena y lograr romper las filas del Mariscal. Tras la victoria, Lavalle me envió a Guayaquil, donde había sido invitado a una audiencia a puertas cerradas. Entre los presentes había algunas de las figuras mas importantes de la revolución continental incluyendo a los generales San Martín y Bolívar. Tras un banquete y una charla donde el general me felicitó por mi accionar y me informó de la muerte del General Güemes acaecida  ya hacia un año, entró en la habitación un anciano indígena, quien parecía haber vivido las épocas de la conquista, acompañado de una comitiva embrujada; cuatro niñas idénticas, vestidas con trajes ceremoniales, custodiadas por tres enormes indios venidos del norte, centro y sur del continente.
Todas las risas y comentarios callaron al empezar a hablar la mayor de las hermanas quien dijo llamarse Mama Ocllo, quien tenía un telar en sus manos y lo usó para representar su relato, la historia del universo. Dijo que toda la civilización había nacido en Wiñay Marka, en una época donde los dioses convivían con los hombres. La serpiente alada del Norte, la doncella del sol en el Este y el dios negro de las montañas al otro lado del Océano. Cada uno tenía su propio campeón y el de Wiraqucha era Tupac. Este era el más grande hechicero del mundo, portador de una mascara dorada que era el objeto mágico mas poderoso del mundo. Tupac se enfrentó a los gobernantes de las Siete Antiguas Ciudades, los Sapa Inqa, humanos que habían conseguido poderes tan grandes como el de dioses menores al entregarse a una antigua deidad conocida como Ku-lulu-meka-la.

Tupac logró desterrar a los malignos pero como consecuencia, la gran ciudad dorada del Tawantisuyo, Qusqu, fue elevada hacia los cielos por Wiraqucha para aislar la potente magia allí contenida y allí reside hasta el día de hoy, oculta entre las nubes y algunos viajeros la han avistado y la han llamado  “Laputatillis”, la ciudad perdida entre las nubes. 
Entonces calló y tomo la palabra la siguiente hermana, Mama Cura, quien sostenía una cesta con maíz. Explicó como ella, sus hermanas y sus cuatro hermanos salieron desde Pacaritambo y el Sol del mundo presente les ordenó restaurar el Tawantisuyo. Eran épocas caóticas, tras la caída de los dos grandes reinos del mar tras la lucha de sus gigantes protectores; el continente era una tierra salvaje donde las tribus bárbaras del sur combatían contra la gente con cabeza de gato venida del Charco y los patagones mantenían su reinado en lo que ahora es nuestro país. Para preservar la paz de su nuevo imperio, Áyar Manco se vio obligado a traicionar a sus hermanos, quienes deseaban el poder de los antiguos Sapa Inqa. Encerró al poderoso Áyar Cachi en Pacaritamboy, convirtió a Áyar Uchu y Áyar Auca en roca, dejando a Áyar Auca como el guanca, la piedra formadora del nuevo Qusqu. Éste último, todavía consciente en su forma pétrea, comprendió el sacrificio de su hermano y lo nombró fundador del Curacazgo y el primer Inca del nuevo mundo, cambiando su nombre a Manqu Qhapaq. Entonces las hermanas levantaron el Quri Kancha, el Templo del Sol donde todo el conocimiento del antiguo Tiwantansuyo residía.
La palabra pasó a la próxima hermana, Mama Rahua, quien sostenía una tawa chakan, la cruz de los andes. Mama Rahua explicó como la nueva era de los hombres no estaba exenta de peligros sino que los tiempos de paz hicieron regresar males antiguos. Los dioses del mundo bajo el nuestro habían salido a la superficie, forzando a la Pachamama a fabricar armaduras de todos los metales preciosos para el dios Sol de la Guerra del Norte mientras que la traición de otro dios provocó que el invierno de los dioses del Norte helado cayera sobre la Tierra. Pero el más grande de los males provino desde la oscuridad de las selvas amazónicas. Resurgió el culto a la Madre Insecto, la temida y viciosa tribu Kemalia cuya maligna influencia se extendía desde las costas del Brasil hasta los Andes, de las aguas de Río Deseado hasta La Gran Puerta de Yo´ki´b. Eran una secta oscura y antropófaga, mas temida que los brujos de Chiloé o los monstruosos Withikow de los bosques de Terranova. Poco a poco, el culto de la Eternamente Encinta fue cobrando poder lo que permitió el regreso de los Sapa Inqa y las Siete Ciudades Perdidas, Aira, Anhuib, Ansalli, Ansesseli, Ansodi, Ansolli y Con, fueron reconstruidas. Los reyes permanecieron dormidos en un estado momificado en sus ciudades reino pero uno de ellos fue resucitado por los sacrificios perpetrados por la tribu Kemalia, mujeres encintas y sus hijos no nacidos, entregados a la Madre Insecto para dar nacimiento a su progenie.
Entonces habló la última hermana, Mama Huaco, quien sostenía un arma antigua, un haybinto. Mama Huaco contó como Francisco Pizarro y sus treces hombres, los “Trece de la Fama”, hicieron un juramento en la Isla del Gallo para conquistar el Birú.
Al llegar al Perú se encontraron con un país en guerra. No era una guerra civil entre Atahualpa y su hermano Huáscar, como dice la historia. Los dos luchaban contra un enemigo común, Inkarri, quién había recuperado su poder y buscaba revivir a sus hermanos. Los Incas entonces forjaron junto a los españoles trece armas hechas de plata, en las ardientes entrañas de Sumaq Urqu, usando técnicas conservadas desde los tiempos de Tupac, armas que fueron conocidas luego como las “Trece Armas del Potosí”.
Estas eran las únicas capaces de lastimar a Inkarri. Esgrimiéndolas, los españoles derrotaron al Sapa Inqa pero como éste no podía morir, lo despedazaron en cuatro partes y las ocultaron en cada uno de los cuatro rincones del Tiwantansuyo, conservando Pizarro la cabeza de Inkarri que continúa profiriendo maldiciones. 
Tras esto, las niñas se retiraron para darle paso al anciano quién abrió un estuche que contenía dos sables plateados que fueron entregados a los generales. Los sables gemelos habían sido forjados de la espada que blandiera Juan de la Torre y Díaz Chacón, el “caballero de la banda y de la espuela dorada”. Las espadas habían sido creadas para ser las herramientas de la Liberación Americana.
Ese fue el instante en que la ceremonia se transformó en disputa. El general San Martín creía que el poder de las armas era demasiado para hombre alguno. Propuso reunir las doce armas restantes y una vez conseguida la liberación, mandarlas destruir para que su poder no pudiese tentar a ninguno. El General Bolívar difería. Consideraba que las trece armas debían reunirse y usarse para unir a todas las naciones del continente en una única, protegida por los trece valientes portadores de las armas del Potosí. La discusión pronto se convirtió en un duelo como ningún otro. Las espadas habían sido forjadas con magia antigua y poseían el poder para partir la tierra y cortar los cielos. El duelo fue aumentando de intensidad. Los sablazos derriban columnas, las estocadas destrozaban muros e inclusive el viento de su desenvaine cortaba la carne. El duelo concluyó en un último choque de espadas de tal potencia que sacudió los cimientos mismos del edificio. 
Tras retirarnos, habiendo fracasado el ideal de una alianza sudamericana, me reuní con el General en el muelle antes de su partida. Allí me hizo entrega de esta daga, la Anta Lluki. Me explicó que era una de las trece armas, extraída de la punta de la lanza de Antón de Carrión y me la encomendó. Se sentía pesada y rodeada de un aire inquietante. Me informó que supo de la existencia de una secta llama el Magno Oncoy que había desenterrado la cabeza de Inkarri de la Plaza Mayor de Lima donde Pizarro la había sellado y ahora buscaban el resto de su cuerpo. Tras lo expuesto esa noche, el General estaba convencido de que el regreso de Inkarri debía ser evitado a toda costa. Tras eso me envió a la Isla del Gallo, el lugar donde Pizarro y los Trece de la Fama habían jurado, allí encontraría las respuestas que necesitaba. Antes de partir, el General se disculpó conmigo por la pesada tarea que me imponía.

Lo siguiente, viajé a la Isla de la Gorgona desde donde partiría hacia el Gallo junto a un grupo de los hombres de Bolívar. El hombre a cargo era el sargento mayor, Federico D'Croz, un hombre de pocos escrúpulos que por haberse ausentado de la reunión, no creía en los aspectos mas fantásticos de las órdenes de su superior. Al arribar a la isla, escuché una voz venir de lo lejos, arrastrada por el viento. No pude entenderle así que la ignoré y me interné con el resto de la comitiva en el bosque. A medida que avanzábamos al interior de la isla, la tensión empezó a afectarnos a todos. Parecía como si la naturaleza misma quisiese lastimarnos. El susurro fue aumentando en intensidad, era una voz pesada y antigua que me susurraba al oído, justo fuera de mi alcance. D´ Croz no se dejó amedrentar y ordenó seguir adelante. Uno de los soldados lanzó un grito al toparse con algo que resulto ser un esqueleto cubierto de hierba. Yo no podía escuchar los gritos de D´Croz. La voz se había vuelto más fuerte, siendo imposible de ignorar. Hablaba en un dialecto desconocido, más antiguo que el quechua pero aunque no entendía los sonidos, el significado de las palabras llegaba a mi corazón, causándome pesar. Otro soldado gritó por auxilio cuando algo le sujetó el pie. D´Croz creyó que era una simple enredadera pero resultó ser un brazo esquelético. Al voltearse, descubrió que estábamos rodeados por esqueletos. Docena y media, al menos. No habían sido depositados naturalmente, nos habían rodeado con intención. El miedo se convirtió en autentico pánico al ver como los cadáveres de los conquistadores recobraban movilidad y saltaron al ataque. Cubiertos en sus armaduras roídas, armados con espadas y alabardas oxidadas, sin hacer sonido alguno, los muertos andantes atacaron. A la vez que ordenaba a sus hombres abrir fuego, D´Croz me ordenaba levantarme y atacar. Yo no podía entenderlo, todo se me hacía borroso, como en un sueño, estaba abatido por la fuerza de la voz que directamente me gritaba, invadiendo mi mente. Cuando note que el sonido provenía de la daga misma la desenvainé. La hoja brillaba con un fulgor anaranjado, encomiándome al combate. Pude darme cuenta de que D´Croz y sus hombres no temían a los esqueletos sino a mí, mientras destrozaba a los cadáveres reanimados a cuchillo limpio, embravecido como un león salvaje.
Cuando concluí, dejando solo un valle cubierto de huesos rotos y armaduras destrozadas, D´Croz dijo que no daría un paso más hasta no recibir explicaciones. Sin darle ninguna, me adentre en el bosque. La daga me guió hasta una cueva cuyas paredes habían sido talladas por Pizarro y sus hombres, contenían la historia de su campaña conquistadora. Sabía lo que tenía que hacer. Clavé la daga en el piso y al hacerlo, la cueva entera se desvaneció. Pude ver la historia desarrollándose frente a mis propios ojos como si hubiera estado allí mismo. Pude ver a Inkarri en la cúspide de su poder, ignorando el fuego de mosquetes y trabucos como si fuese la brisa del verano. Con un ejército de cochinillas, una nube viviente que cubrió el cielo, como sus soldados; Inkarri repelió las fuerzas invasoras. Destrozó la antigua capital inca, trayendo peste a españoles e indígenas por igual. Pude ver la aterradora verdad de su naturaleza y como solo era el peón de un mal más grande y antiguo.

Un mal que se manifestó ante mi, descansando en su Fortaleza Inclinada, esperando el momento en que daría luz a una nueva generación de una raza que reclamaba a la Tierra como suya, como ya lo había sido en la antigüedad. En los tiempos antes de los hombres. La Diosa abrió sus fauces y la oscuridad me engulló.
Desperté en la playa, agonizante. No se como logre salir de la cueva. D´ Croz me había abandonado a mi suerte. Estaba enfermo y delirando por la fiebre.  Así, tras varias semanas de intenso entrenamiento, los cuales tardé en dominar a la daga, nadé por mi cuenta hasta el continente y comencé mi viaje. Fue por ese tiempo que conocí a Tormenta y poco después a Yolanda.  
Durante los siguientes años avancé sin detenerme, solo para dormir y luchar, enfrascándome en cuanta contienda sangrienta se me cruzase enfrente, saciando el deseo de sangre de la daga, guiándome únicamente por el sonido de su voz.
Durante más de una década, dejé que la daga me guiase y ahora siento que por fin estoy acercándome a mi destino.
No se si fue la intención de la daga que te conociese o si acaso ya estaba escrito nuestro encuentro pero lo cierto es que aquí estas y decidiste acompañarme por eso tenés el derecho, no, la obligación de saber. Sostené la daga Ariel, ella te hablara, conocerás la verdadera historia y podrás decidir por vos misma.   

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