miércoles, 19 de octubre de 2011

Intermedio: El Canto de Kululumekala Parte I

Intermedio: La primera parte del Canto de Kulumekala, otro pastiche Lovecraftiano. Importante porque Kulumekala se relaciona directamente con la resucitacion del Inkarri.

                                     I.
                       El Horror en la Piel

(Extraída de las notas de la fallecida señorita Susana Beatriz Lavado, de Buenos Aires)
Resulta evidente, al contemplar el panorama evolutivo, que la especie humana es apenas un infante en comparación a las antiquísimas formas de vida que pululan por este planeta. En tiempos antediluvianos, antes inclusive de que los dinosaurios poblasen la Tierra, la especie dominante en el planeta eran los primitivos insectos, cuyo tamaño y forma real no se asemejan a las más febriles e intensas de nuestras elucubraciones. ¿Quien puede negar con absoluta certeza la existencia de inteligencias tan símiles a la humana en aquellos tiempos remotos? (..)


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El Canto de Kululumekala

 “Después de realizados estudios completos de ese protozoario en el
laboratorio y haber reconocido sus aspectos evolutivos peculiares, [...], reciocinamos sobre
los hábitos domiciliares del insecto y principalmente sobre su preferencia de
alimentación com sangre humana. Pero [....] lo que principalmente
orientó en el caso de nuestras investigaciones fué el hecho de haber
comprobado, en las zonas infestadas por esse insecto, alteraciones patológicas
en el hombre, que escapaban a cualquier interpretación etiopatogénica y
deberían traducir por cierto una condición patológica todavia oscura.
Admitíamos por conseguiente que, [...], los individuos estaban afectados por estados patológicos, todavía
desconocidos, [...]. Era una simple hipótesis, fundada en
raciocinio seguro, y que quita al descubrimiento de la nueva enfermedad
cualquier aspecto de mero azar”.

- Carlos Justiniano Ribeiro das Chagas
                                             

                                        I.
                           El Horror en la Piel

(Extraída de las notas de la fallecida señorita Susana Beatriz Lavado, de Buenos Aires)
Resulta evidente, al contemplar el panorama evolutivo, que la especie humana es apenas un infante en comparación a las antiquísimas formas de vida que pululan por este planeta. En tiempos antediluvianos, antes inclusive de que los dinosaurios poblasen la Tierra, la especie dominante en el planeta eran los primitivos insectos, cuyo tamaño y forma real no se asemejan a las más febriles e intensas de nuestras elucubraciones. ¿Quien puede negar con absoluta certeza la existencia de inteligencias tan símiles a la humana en aquellos tiempos remotos? La ciencia paleontológica se atreve, asegurando que los insectos prehistóricos eran inclusive inferiores a los actuales.

Evidencia de lo contrario podría ser el siguiente recuento de mis experiencias al servicio del Doctor Federico Manuel Barreiro, medico pediatra, a cuyo lado fungí como secretaria diecinueve meses, antes de ser despedida sin razón alguna una semana antes de su inesperado e inexplicable suicidio el 27 de Julio, disparándose en la sien, olvidando una nota de suicidio y dejando atrás una desconsolada viuda y tres hijos. Después del funeral, procedí a desalojar la oficina y retirar todo el material de archivo. Durante la limpieza, descubrí una llave oculta bajo la lámpara del escritorio, la cual servía para abrir un cajón en la base del mismo. Dicho cajón estaba atestado de papeles donde el buen doctor había ido depositando notas referentes al último y más curioso caso de su carrera. Notas que con el pasar del tiempo se hacían cada vez más ilegibles y erráticas. De los hechos a los que hace referencia fui testigo involuntaria sin percatarme, fallando en reconocer la amenaza que condujo al doctor a tomar tan triste decisión.
El día 12 de Febrero del presente año 1931, arribó a la clínica una mujer de apenas unos veinte y tres años de nombre Amalia Mariquita Benítez, quien trajo para consulta a su hijo varón de apenas veintidós semanas de edad. El bebe estaba cubierto por una manta y la madre no quiso retirarla, insistiendo en ver al doctor de inmediato. El doctor la hizo pasar y cerraron la puerta del consultorio. Agucé el oído lo más que pude sin llegar a la indiscreción de pegar la oreja a la puerta pero no logre sacar nada en limpio, mas allá de algunos murmullos y exclamaciones apagadas. Finalmente la joven se retiró y el doctor me instruyó que no le abriese historia clínica, prefiriendo encargarse el mismo del asunto, una petición muy poco habitual. Durante las siguientes tres semanas, la señora Benítez continúo viniendo a intervalos cada vez más frecuentes, encerrándose ambos en el consultorio durante horas y el doctor guardándose todos los detalles para si. Al ausentarse la señora a su cita semanal tres días seguidos, el doctor me ordenó buscar su dirección urgentemente. Realicé las investigaciones pertinentes y al alcanzarle la dirección, cerró su oficina y me envió a mi casa, dándome el resto del día libre.
A la mañana siguiente me encontré con el doctor bastante desconcertado. Me confesó que el niño sufría de un tipo de eczema realmente grave y desconocido para el, pero que este había desaparecido sin explicación alguna el día de ayer, dejando en su lugar a un bebé completamente sano. Me pareció una ocasión feliz pero el doctor no lo veía así. Me ordenó no recibir más pacientes ese día y se encerró en su oficina, pidiendo no ser molestado. Días después fui despedida de imprevisto y a la semana, me enteré por el periódico de la terrible noticia.
El doctor había llevado el caso por su cuenta como había dicho, archivándolo en una carpeta titulada "La Enfermedad de Kulala y Estudio del Staphylococcus Kululumekalus". El cuerpo del archivo estaba dividido en dos artículos en particular, "El Caso de Juan Manuel Benítez, Febrero-Marzo 1931" el primero y "El Testimonio del Dr. Enrique "Mendoza" Gutiérrez, Octubre 1926" segundo.

Me di cuenta que el primer articulo concernía a la misteriosa enfermedad, describiendo sus síntomas y especulando sobre sus orígenes; mientras que el segundo se dedicaba a explicar el misterio tras el tan peculiar nombre con que había sido bautizada, no por el doctor, sino por una variedad de estudios, que descubrí después, fueron expulsados de los claustros académicos, que consideran a la "Enfermedad de Kulala" poco mas que un mito.
El Caso de Juan Benítez comienza entonces, con la madre destapando la tela para mostrar a un niño en condiciones deplorables. Su espalda estaba cubierta por un tipo de irritación desconocida en el campo de la medicina. Sufría fiebre y malestar estomacal, negándose a comer nada más que algunas hojas crudas de verdura. Era terriblemente sensible a la luz, sus ojos cubiertos de una mucosidad irremovible y reaccionaba ante sonidos casi imperceptibles para un adulto de manera violenta. Poseía también una inflamación en la laringe que sin embargo, no coincidía con los signos de la laringitis, sino más bien parecía que un segundo grupo de cuerdas vocales estaba creciendo y suplantando las originales. El resultado es que el niño no lloraba precisamente sino que emitía un zumbido irreproducible por bocas humanas. Parecía más un insecto que otra cosa. El doctor estaba perplejo. Jamás había visto cosa semejante, anotó en sus observaciones para luego corregirse a si mismo en una nota a pie de pagina y remitirse a la segunda parte del archivo, a la que me referiré una vez concluya esta porción del relato. La madre estaba histérica, ya había recurrido a cinco expertos y ninguno había hallado solución, no sabia a quien mas acudir. El doctor le pidió que se calmase y le explicara todo ordenadamente, comenzando con el inicio de los síntomas. La señora Benítez contó que el pequeño Juan fue un niño completamente saludable durante las primeras semanas y el parto no tuvo mayores complicaciones. Fue a comienzos de Enero cuando los síntomas empezaron. El eczema comenzó como un bulto en el centro de la espalda que fue creciendo con el correr de los días. Empezó a rechazar la comida y a tener problemas para dormir. Ya llevaba tres días sin conciliar el sueño, permaneciendo inmóvil durante minutos, agotado por su propio esfuerzo. La mucosidad en los ojos y la inflamación en las cuerdas vocales surgieron unos días atrás. El doctor extrajo una muestra de sangre y raspó el eczema de la espalda para analizarlo y le pidió regresar en unos tres días.
Al estudiar la sangre no pudo distinguir bacteria alguna pero el eczema lo sobresaltó sobremanera. Su composición se asemejaba a la de los élitros, las alas anteriores de determinadas especies de insectos como pueden ser las mariquitas (una coincidencia que el doctor olvidó mencionar). Jamás se había dado un caso de mutación semejante y el doctor solicitó a la señora poder realizar mas estudios al bebe, el cual continuaba empeorando, pareciéndose mas y mas a una mariquita autentica. Nuevas muestras del eczema confirmaron su teoría de que se trataba de células de piel y cutícula que habían mutado hasta adquirir una consistencia similar a la del esclerito. No deseaba someter al niño a intervención quirúrgica pero no veía otro modo de retirar la capa de mucos que no se correspondía a ninguna muestra conocida. El análisis de las muestras de orina y materia fecal tampoco revelaron ninguna bacteria o virus lo que confundió al doctor.
Revisando su material de consulta, el doctor encontró la descripción de una enfermedad con síntomas similares, bautizada "de Kulala". Nombre derivado de una deidad de las tribus de la Amazonía brasileña donde había sido identificada por primera vez la aflicción, la cual se consideraba endémica de esta población. Las investigaciones del dúo Chagas-Mazza en la zona arrojan mucha luz sobre el alcance de la enfermedad pero no sobre su origen, el cual especulaban se debía a un parasito presente en alguna clase de insectos hematófago, el cual no pudieron identificar. El doctor se comprometió a encontrar cuanto material pudiese sobre la enfermedad, rastreando casos similares en el país, descubriendo para su horror que había al menos una treintena de ellos y todos comprendidos en el periodo Enero-Marzo del presente año. La mayor fuente de información provenía de revistas sensacionalistas, negándose las autoridades médicas a reconocer siquiera la existencia de esta enfermedad. El doctor consultó a colegas de todo el país, la mayoría lo tildaron de loco, otros tantos compartían su preocupación ante estos síntomas tan peculiares y algunos pocos estaban en peor estado que el, habiendo sucumbido a la obsesión de descubrir la cura a una enfermedad inexplicable. Oía al doctor hablar durante horas por el teléfono, elevando la voz a veces, en un esfuerzo inútil por conseguir quien se uniese a su cruzada.
Al revisar sus notas de las ultimas semanas me es evidente que fue esta búsqueda infructuosa de su grial quimérico, su imposibilidad de hallar una explicación racional para esta enfermedad, la cual desapareció sin explicaciones tan rápido como arribó, lo que condujo al buen doctor al borde y a tomar la decisión de quitarse la vida al no ser capaz de admitir su propio fracaso.
Afortunadamente, las notas me permitieron llenar el vació de tiempo de su visita a la casa de Benítez, siendo estas todavía entendibles, aunque ya no tan detalladas como al comienzo. Al llegar a la dirección que le proporcioné, el doctor fue recibido por el ama de llaves que lo condujo hasta la habitación del bebe. Sentada sobre una mecedora con el niño en brazos, se hallaba la señora Benítez, susurrando una canción de cuna. El doctor temió lo peor. Que la pobre mujer hubiera perdido el juicio y matado al bebé, pero lo saco de sus ensimismaciones el inconfundible llanto de un niño hambriento. Totalmente ajena a todo menos a su hijo, la señora Benítez comenzó a desabrocharse la blusa.
El doctor le hizo notar su presencia y le pidió revisar el niño, una vez hubiera concluido de amantarlo, claro. Al revisarlo comprobó que el niño, no solo estaba perfectamente saludable, sino que no había sufrido secuela alguna. Por segunda vez en este caso no logró salir de su asombro. Contactó a los otros médicos que le habían devuelto la llamada y corroboró que todos los pacientes (cuyos rangos abarcaban tanto niños como adultos y ancianos, mujeres y hombres por igual y hasta el singular caso de una perra hembra) que presentaban los síntomas, se habían recuperado por completo, todos en el marco de la segunda semana de Marzo.

La falta de explicaciones se convirtió en la cruz del doctor, quien se obsesionó con identificar la causa de la enfermedad. Siguiendo las suposiciones de Chagas-Mazza determinó que la enfermedad era producida por una bacteria que bautizó "Staphylococcus Kululumekalus", por la versión castellana del nombre de la diosa amazónica. Se convenció a si mismo que la criatura debía ser una subespecie de Staphylococcus y que la naturaleza efímera de la enfermedad se debía al ciclo de vida del parasito. Pero fue incapaz de probarlo. Las muestras del niño Juan se volvieron inutilizables y sin más evidencia empírica no había forma de demostrar su teoría. Siquiera la existencia de dicha enfermedad. Tan de improvisto como vino, se fue. El doctor paso su ultima semana encerrado en su consultorio, buscando en vano alguna corroboración a su teoría y cuando se topo con una pared infranqueable, decidió poner termino a su inútil búsqueda, que era en lo que se había convertido su vida.
Pero la del doctor no fue la única vida arruinada por el esquivo virus, nombrado como la Deidad Ignorada, Kululumekala. Yo misma caí en las garras de la obsesión, continuando el trabajo de un muerto, que había sido prisionero de su propia impotencia en vida, transformándome en su torcido reflejo.

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